La Voz de Almeria

Opinión

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Los últimos episodios en la frontera de Ceuta han sido respondidos por el Gobierno con medidas que ellos mismos hubieran condenado radicalmente si las hubiera tomado el anterior Gobierno del PP. Y, sobre todo, renunciando a sus principios, a la coherencia y a la solidaridad. El mismo Gobierno que tuvo el gesto de acoger al Aquarius y se apuntó el tanto frente a la Europa xenófoba y reaccionaria, el que luego rebajó su progresismo al poner trabas a otro barco de iguales características, el que anunció que quitaría las concertinas y luego rectificó, ha devuelto sin garantías, sin derechos y con alevosía a 116 inmigrantes que cruzaron la verja de forma violenta. El problema no es solo la decisión, sino el discurso.

Detrás hay mucho más. El “efecto llamada” de las primeras decisiones de Pedro Sánchez; el cierre de fronteras y la dureza de los gobernantes italianos; el hecho de que España se haya convertido desde junio en la primera vía de entrada al continente; y, sobre todo, la carencia de una política europea común ante este problema. Pero esos mismos países-barrera administran los flujos según les interesa. Cuando toca “sacar más”, abren la mano; cuando reciben más dinero, la cierran. Un acuerdo de hace veintiséis años para otros fines y, al parecer, 130 millones de euros, con el beneplácito de Alemania, han convencido a Marruecos, para recoger sin traba alguna a esos 116 migrantes expulsados por España. No han sido devoluciones “en caliente”, que el PSOE nunca aceptó. Han sido devoluciones “hirviendo”.

España y Europa están fracasando en el problema de la inmigración. Volverán a intentar saltar la valla o se arriesgarán a morir en el Mediterráneo. Cruzarán miles de kilómetros, con el riesgo de ser robados, violados o asesinados, pero no cejarán porque huyen de la miseria y de la desesperación. Y Europa puede cerrar las puertas y los ojos, pero así nunca acabará con el problema.

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