Probablemente no exista actualmente algo más sobrevalorado que la verdad. Y esta afirmación, que a mi juicio es válida desde el inicio de los tiempos, parece haber cobrado últimamente una naturaleza amenazante y agresiva. Vivimos un tiempo en el que importa menos la realidad que el relato posterior de los hechos. Y eso es algo que supo ver con suficiente perspectiva la Junta de Andalucía, que entendió en su día que ganar la batalla del relato era el paso previo a las victorias electorales. Y así, ha generado estrategias de comunicación que, con el paso del tiempo, se han convertido en inercias cómodas e indetectables. Veamos un ejemplo de lo que digo. Ahora que se acerca el verano, los responsables sanitarios de la Junta de Andalucía en Almería se enfrentan a un complicado cuadro de vacaciones y turnos coincidente con el incremento de población propio de las vacaciones. Y como la solución más lógica para mantener el servicio -la contratación de más médicos y más personal sanitario- también es la más cara, han optado un año más por la vieja solución de tirar por la calle de en medio y cerrar camas y servicios. Pero naturalmente, esto no lo habrán leído o visto así. Lo que ha vuelto a decir la gerencia de Torrecárdenas es que las camas quedan “en reserva”, lo que parece sin duda menos tajante y que otorga a los hospitales un aire hotelero más reconfortante y amable que la cruda descripción de los pasillos clausurados y las áreas sin actividad para no hacer gasto. Cerrar es de neoliberales; reservar es de guapos. Pero además hay un Plan B de comunicación por si la inexcusable crítica política o sindical alcanza alguna cota intolerable para la fina piel de ellas y ellos. Si algún insurrecto insiste mucho en la idea del cierre y que eso de reservar las camas no es más que una milonga, se le dirá que esas críticas insidiosas sobre  la sanidad pública andaluza esconden intereses ocultos por beneficiar a la sanidad privada. Al tiempo.