La Voz de Almeria

Opinión

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Se abre ante todos nosotros un espacio de tiempo en donde lo habitual o lo más común es el entrecruce de buenos deseos y mejores augurios para el próximo año. Es la ceremonia habitual de la despedida y la bienvenida de los tiempos y convenciones que marcan los calendarios, los relojes y todo el aparataje que nos hemos creado para delimitar y balizar nuestras vidas. Año nuevo, vida nueva, etcétera. Lejos de pensar ahora en la falsedad o impostura de muchos de esos gestos o formulaciones venturosas, quiero pensar en la sinceridad con la que en la mayoría de estos casos se formulan esas palabras o nos proponemos volver a hacer lo que no hicimos el año pasado por irrealizable, pretencioso, innecesario o sencillamente inviable. Así, muchos de ustedes se comprometerán -incluso con más determinación que el año pasado- a romper definitivamente con hábitos poco saludables, a cuidar un poco más la dieta, estudiar de una vez idiomas o mirar de un modo menos atravesado a su pareja. Loables propósitos todos ellos, qué duda cabe, pero que son los mismos que cada año acuden a nuestro pensamiento una vez que hemos conseguido deglutir el apresurado racimo de sensaciones que nos acompañan en las campanadas finales del año. Por mi parte, no puedo más que desearles mucha suerte y mejor ánimo en esos nuevos viejos deseos y que no se maltraten mucho si, dentro de doce meses, admiten que todo sigue igual. Puede que el mejor deseo sea conservar intacta la ilusión en que algún día seremos capaces de hacer o ser lo que deseamos. Pero ya saben aquello que se atribuye a Oscar Wilde acerca de los deseos: cuidado, porque al final pueden cumplirse.

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