La Voz de Almeria

Opinión

Las ideas no delinquen

Hay libertad de pensamiento, pero cuando se expresa tiene el límite de la Ley. Es legal desear la independencia de Cataluña... conforme a la Ley. ¿Cuánta violencia habr

Publicado por

Creado:

Actualizado:

En el español hermosísimo del siglo XIII lo dicen “Las Siete Partidas” de Alfonso X El Sabio: “Pensamientos malos vienen muchas veces a los corazones de los hombres, de manera que se afirman en aquello que piensan para cumplirlo por hecho, y después de eso, estimar que si lo cumpliesen, que harían mal y arrepiéntense. Y por eso decimos que cualquier hombre que se arrepintiese del mal pensamiento antes que comenzase a obrar por él, que no merece por ello pena ninguna, porque los primeros movimientos de las voluntades no están en poder de los hombres.”
¿Cabe forma más hermosa de anticipar en siete siglos el artículo 20 de la Constitución?
También lo dijo Voltaire: “no comparto sus ideas, pero daría mi vida para que pudiera seguir defendiéndolas”. La democracia, claro, es discrepancia.
Hay, pues, libertad de pensamiento, pero cuando éste sale de la jaula del cerebro tiene el límite de la libertad ajena y de la Ley. 
Es, por tanto, lícito y legal desear la independencia de Cataluña. Y manifestar el deseo. Lo que no se puede es tratar de conseguirla violando la legalidad en vigor. Y hoy es el día de la acción definitiva, al que se ha llegado por un camino que no podía conducir a la meta soñada, pese a las trampas de los atajos que los ¿conductores? han buscado, porque está cortado, al discurrir fuera de la Ley. La unidad de España sólo puede romperse modificando la Constitución, en un referéndum nacional pero, si una enorme mayoría de los catalanes desease realmente su independencia, ¿tendríamos el resto de españoles fuerza moral para negársela? Yo, desde luego, no.
Con todo, no quiero referirme a los “primeros movimientos” sino a las ideas, que es una fase más elaborada, a las creencias. Siempre me ha interesado el proceso que lleva a dos personas –a millones de personas- a pensar de manera radicalmente distinta sobre un mismo asunto. En esencia, al cá uno es cá uno. 
Y me lo vengo planteando con más insistencia en los últimos años a raíz de la pluralidad político-ideológica representada en el Parlamento.
¿Cómo lo que yo veo blanco –aunque soy de grises matizados- muchas personas lo ven negro; cómo la razón puede llevar a conclusiones tan diametralmente opuestas?
Me tengo por persona nada dogmática que jamás se cree en posesión de la verdad, razonante y muy fácilmente convencible si los argumentos ajenos le alumbran el error, o una visión distinta. Como Maquiavelo, creo que virtud equivale a razón.
Con todo, no es la ideología -¡se me hace imposible creer en ellas, en una sociedad que es pura coyuntura!- o los pensamientos en sí lo que me interesa, sino el cómo se llega a ellos y por qué se trata de imponerlos a los demás. Y me refiero, ahora, a la dictadura del nacionalismo catalán, a cómo llega a convertirse en una pasión ciega del alma colectiva, de la masa; a cómo quienes se jactan de violar la ley tachan de fascistas a quienes la cumplen.
¿Cómo es posible –por poner un ejemplo extremo, que nada tiene que ver con lo que sucede en Cataluña- que un pueblo frío, culto -el alemán- pudiese llegar a defender con pasión el nazismo?
Está muy estudiado el comportamiento de las masas, el proceso que lleva a los individuos a transformarse en masa  ciega, a perder su capacidad de raciocinio y reflexión. Lo resume Ortega  Gasset en “La Rebelión de las masas”, con el ya clásico ejemplo de Níjar: “Abandonada a su propia inclinación, la masa, sea la que sea, plebeya o “aristocrática”, tiende siempre, por afán de vivir, a destruir las causas de la vida”.  Y tras describir lo ocurrido en Níjar cuando se proclamó rey a Carlos III, concluye: “Este pueblo, para vivir su alegría monárquica, se aniquiló a sí mismo.” 
Supongo que hoy en día, con las redes sociales como vehículos de doctrina -se lanzan fotos y eslóganes, no ideas- debe ser mucho más fácil la manipulación: se razona, si se es capaz, cuando se ha de escribir un argumento, no cuando se lanza un mero mensaje anónimo y masivo. Pero, en fin, desconozco su efecto real: no tengo ninguna red social.
¿Cuál es, a mi juicio, el vehículo que ha llevado a esta pasión de catalanes, a este pensamiento único impuesto?
La educación –o, para ser exactos, el adoctrinamiento, porque educación, (“desarrollar las facultades intelectuales y morales del niño”) no es- que, desde hace treinta años, se  imparte en las escuelas de Cataluña, dada la transferencia de su monopolio a la Comunidad autónoma. Hay servicios –y bases de cultura- que deben, a mi juicio, ser uniformes en toda España: Educación, Sanidad y Justicia. Lo contrario, lleva a su desvertebración, a lo que está sucediendo en Cataluña.
A los niños, desde muy chicos -ante la pasividad de los sucesivos gobiernos centrales- se les ensena una historia de España tergiversada, inventada, y, además, en catalán como lengua madre. Se les deforma en una burbuja catalanista, y se les atemoriza con el peligro de que España la pinche. En los patios de los colegios hay pintadas de “aquí juguem en catalá”. Se les modela –son barro tibio y dócil- para ser patriotas.  Y, claro, hay sólo un paso, que se ha dado, a la canallada de usarlos como escudos humanos, de acampada alegre y festiva, en los colegios este fin de semana para impedir la acción policial. 
Los niños, vírgenes intelectualmente, lo asumen como dogma de fe, que dispensa de analizar; una semilla que germina y, así, se transmite de padres a hijos: los menores de cuarenta años no han conocido otra educación, otro ideario. Y las redes sociales no ayudan, en absoluto, a la autoreflexión, al análisis de la verdad. Todo se da masticado. Y salen apóstoles. Y se genera un ambiente endogámico, cerrado, familiar, excluyente, de ira y de odio, que obliga a la apostasía de los otros como si fueran nuevos moriscos. ¿Para cuánto tiempo se ha fracturado al pueblo catalán?
Y en el patriotismo, ¿influye el lugar dónde se ha nacido, se ha de ser patriota de las raíces? Por ejemplo en mi caso, ¿yo habría de ser un patriota de El Cañillo? 
Hace días leí en La Voz un interesante artículo de Emilio Ruiz sobre los ancestros almeriense de Puigdemont. A  mi juicio, no deslegitiman ni siquiera aminoran su catalanidad: no se es de donde se nace sino de donde se pace. Y él nació y pace en Cataluña como yo en Almería. ¿Debería sentirme andaluz porque legalmente  Almería pertenezca a Andalucía, y/o porque mi abuelo fuera de Jerez y mi abuela de Sevilla?
Pues no, no me siento en absoluto andaluz, sino mediterráneo de Almería. Y desearía con toda mi alma y mi pensamiento madurado que Almería se escindiese de Andalucía y se constituyese en región uniprovincial, pese a que hubo un tiempo, cuando no existía la Autonomía ni la Junta de Sevilla, en que me sentí también andaluz.
¿Qué grado de ilegalidad y de violencia se dará hoy en Cataluña? Quienes –desquiciados irresponsables- malmandan –y piden limosna en la Diada para pagar las multas- han generado un clima extremo, incluso contra la prensa no domesticada. Me preocupa. Entre otras razones porque la muy politizada y tibia Policía autonómica ya ha anunciado que su intervención, lejos de preservar la seguridad ciudadana, puede generar inseguridad, no orden, sino desorden público. ¡Cony!  Van a intervenir, como el entonces Ministro de Fomento, Rafael Arias Salgado, le dijo al Presidente de las Mesa de las Infraestructuras, el combativo José Antonio Picón, “flojito, flojito”
... Y mañana, caído el telón de la tragicomedia, cuando hoy sea pasado, empieza el verdadero problema. Lo dijo Shakespeare: el pasado es sólo el prólogo.


tracking