La pantalla
La pantalla
Llámenme antiguo, pero si hablamos de la educación escolar creo que lo verdaderamente relevante no es que los alumnos cuenten con pizarras electrónicas u ordenadores portátiles, sino lo que en ellos escriben. Lo digo porque un año más hemos asistido al inicio de curso escolar y, de nuevo, no han faltado los habituales ejercicios de autocomplacencia de los responsables educativos de la Junta de Andalucía, felicitándose por las aportaciones de nuevas tecnologías que la consejería de Educación ha realizado en las aulas. Podría parecer, leyendo la prensa de estos últimos días, que los alumnos andaluces se forman y estudian en un entorno envidiable y de excelentes dotaciones. Pero no es así. Naturalmente, yo también aplaudo las ventajas de los sistemas informáticos aplicados en el ámbito escolar aunque no termine de compartir el hecho de que se regalen los ordenadores a los alumnos como si fueran caramelos. Lo que vengo a decir es que no podemos quedarnos en la operación comercial de las pantallas o las pizarras tecnológicas, sino en que debemos preguntarnos qué se está haciendo mal para que, a pesar de los portátiles, de las fotos, de los titulares y del marketing juntandalucista de cada inicio de curso, los alumnos andaluces sigan estando, treinta años después de aplicación de este modelo educativo, a la cola de Europa en cuanto a niveles de conocimiento, según marcan año a año todos los estudios realizados al respecto. Eso es, a mi juicio, bastante más importante que los dispendios informáticos y los gestos de cara a la galería. Pueden cambiar los medios, pero si no cambian los resultados nada de esto sirve para otra cosa que no sea poner una pantalla sobre la realidad educativa andaluza.