Adiós al fino electricista que llegó de Cartagena
Ginés Soto Cegarra fallece con 101 años después de una vida plena como pionero comerciante y distribuidor del butano en el Levante almeriense

Ginés Soto, en una imagen de su madurez.
Garrucha dejó su puerto solo en el esqueleto, como un cuadro a medio pintar; la Guerra, que abortó tantas cosas, también interrumpió, en el año 36, el buen ritmo de las obras del refugio de pescadores y hasta 1949 no hubo presupuesto de nuevo para continuarlas. Fue el año en el que llegó a esa rada almeriense, con 24 tiernos años, un fino electricista de Cartagena que trabajaba en la General Electric.
Entrecanales y Távora, la empresa contratista de las obras, a través del ingeniero Jacinto Martin Prats, había encargado a la delegación de la multinacional norteamericana un técnico para volver a poner en marcha la electrificación de la grúa que estaba abandonada. El electricista recién llegado se llamaba Ginés Soto Cegarra, alquiló una habitación en la fonda de las Posaderas y se puso raudo manos a la obra: aprovecharon un viejo almacén de esparto para montar el taller y hasta allí tender una línea desde el transformador que estaba en la zona de las Palmeras y construir uno nuevo en el Puerto y otro junto a las canteras desde donde se traía la piedra para hacer los bloques del Puerto. Ginés arregló también el motor de la máquina de vapor a la que llamaban Chimpún, que arrastraba las vagonetas con la piedra y que manejaba Germán Bravo. Montó también una pequeña fragua para soldar con un soplete y una mañana, cuando consiguió reparar la grúa, bajó medio pueblo haciendo palmas. Empezaron de nuevo a trabajar más de un centenar de obreros, instalando los bloques en la escollera con la grúa que gobernaba el Habanero.
Acabaron las obras, pero ya no se fue Ginés. Había conocido a María González Ruiz, una muchacha que vivía en un cortijo del Corral Hernando con la que se ennovió. Abrió un taller de reparaciones en la calle Calvo Sotelo donde había habido una sombrerería y se puso a arreglar toda clase de artefactos y a vender primitivas radios de lámparas de yodo y transistores por los cortijos como el chamán de Macondo. Prosperó y montó con su mujer la primera tienda de electrodomésticos y televisores del pueblo que se vendían por letras. Con él trabajaron empleados como Félix Clemente, Alonso Fernández o Paco el Currillo. Después se quedó con la concesión del butano en toda la comarca y puso un depósito en el centro de Garrucha. Las bombonas empezaron a proliferar en todas las casas y negocios, sustituyendo al carbón y a los viejos infiernillos. Iba creciendo la demanda y Ginés hizo un almacén más grande en el Aguachar y adquirió camiones para el reparto por más de veinte municipios y anejos que conducían chóferes como Antonio el Grande o Antonio el Chico. Después se trasladó la familia al Cortijo Cabuzana en Vera, con más espacio para el negocio, llevando las botellas naranjas hasta el último rincón de Sierra Cabrera. Ginés participó también en la vida municipal de Garrucha, siendo concejal con el alcalde de entonces Emilio Moldenhauer, participando en Cáritas y en la recuperación de la Semana santa, junto a su esposa María, especialmente en la Hermandad del Nazareno.
Yo lo recuerdo a mi tío Ginés, delgado, nervioso, con su fino y perenne bigote, conduciendo uno de los primeros Chrysler del mercado; o en su cortijo, mandándonos a por una botella de leche de la vaquería cercana; o con un vaso de vino y unas aceitunas tomando un aperitivo mientras hablaba que la vida es como una balanza que siempre compensa; o yendo a pelarse a Cartagena o a por pan a Murcia; o haciéndose unos huevos fritos de mañana porque se levantaba muy temprano, cuidando su dieta como el mejor nutricionista; o acampado en la roulotte junto a su mujer, en la playa de Marina de la Torre. Su mujer, que, más que su mujer, fue su novia perpetua, con la que se casó en 1951, con la que la ha estado a punto de cumplir 75 primaveras juntos, si no se hubiera ido hace unos días con 101 años de vida plena este fino electricista cartagenero que vino a arreglar una grúa y se quedó para siempre.