No es fácil escribir pronto cuando una pierde en siete meses a sus dos abuelas. Desde la última han pasado casi cuatro meses y ahora me atrevo con unas pocas palabras sobre ella. En la vida de Fina Ramón López, como en la de todos, hubo momentos de felicidad y tristeza; sin embargo, estoy segura de que la mayoría de la gente la recordará como una mujer alegre, siempre dispuesta a la broma, y a hacer feliz a los demás. Fina era mi abuela; no sé si puedo explicar que es una abuela, es como una segunda madre, pero sin las “cosas malas”… Te mima más, no te regaña y eres el centro de su Universo. Tuve la suerte de tenerla en mi vida durante veintinueve años y aprendí mucho de ella, sobre todo una cosa muy importante: a Amar. Ella amaba a todos los suyos, pasara lo que pasara. Amó a sus padres: yo llegué a conocer a su madre, -la abuela vieja- o -María Navas-, y siempre escuché sus historias sobre lo bueno que era su padre, -Pedro Ramón el Carbonero-. Amó a sus hermanos: siempre recordó a la hermana que perdió en su niñez, y sufrió la perdida de cada una de sus hermanas, así como adoraba a su único hermano; amó a sus cuñados y sobrinos; amó a su marido, porque tuvo la suerte de encontrar un hombre tan bueno como ella y pasar la vida con él. Amó con locura a sus hijos; les dio todo lo que tenía, les perdonó todo y siempre estuvo orgullosa de ellos. Y luego, siempre nos amó a nosotros, sus nietos, y nos convertimos en el pilar de su vida. Desde el primero hasta el último momento. Sé que en algún lado, estás con tu flor en el pelo bailando, gastando bromas, haciendo el arroz, los canelones y las talvinas más ricos del mundo, y cuidando de todos nosotros.