Gloria del Mar Paredes Fernández
Para mi hermana querida

El cielo ha ganado un precioso ángel de lindos ojos verdes, cabello negro y piel blanca, dejando a toda tu familia desolada y destrozada por tanto dolor. Aún sabiendo que este final era inevitable, es tan duro, tan difícil de soportar, que no sé cómo seremos capaces de afrontar el día a día... sabiendo que ya no estás. Cuando nosotros, tus hermanos y tus padres, nos enteramos de tu mal, sin duda cualquiera de nosotros nos hubiéramos cambiado por ti. Creíamos que eras la mas débil por tu terror a las inyecciones, análisis etc., creyendo que cualquiera de nosotros lo habríamos llevado con mas “entereza”. Pero nos diste una lección de fortaleza de coraje que a todos nos sorprendió, nunca te quejabas, intentabas no preocupar mas a nadie, y tú sola sufrías tus dolores producidos por la maldita enfermedad. No existirán jamás momentos de plena felicidad en esta familia, porque ya no te tendremos para compartirlos. Al no estar tú la felicidad no será completa, no importa lo que pase, ni lo bueno que sea. Te llevas un trozo de cada corazón de cada uno de nosotros. Nos queda el consuelo de que has muerto dulcemente y sin dolor. Tu carita estaba relajada, y tu expresión era como si estuvieses dulcemente dormidita. Esta carta abierta empecé a escribirla el 27 de noviembre, dos días después de que murieras. Aún hoy, 25 de mayo, no soy capaz de terminarla. Cada vez que veo el portarretrato con tu foto al lado de la mía, me creo que vas a estar ahí. Si voy a visitaros y si llamo a vuestra casa, creo que me vas a atender el teléfono como siempre. Hermanita, no me he hecho a la idea todavía de que ya nunca estarás “físicamente” con nosotros, pero que no te quede ninguna duda que siempre, hasta que toda tu familia muera, siempre tendrás un rincón enorme en nuestros corazones, princesa bella, ingenua, inocente, de corazón puro y amoroso. Mi niña, mi hermana preciosa que todavía y por muchísimo tiempo estará en nuestra alma, en la mía toda mi vida. No te quepa la menor duda: Te amo, mi niña, y me gustaría, cuando muera, llevar tu imagen como último recuerdo retenido en mi retina.