Tiempo de verbenas

En el corazón de las celebraciones patronales habita la verbena, esa fiesta nocturna y popular

José Luis Masegosa
09:00 • 15 ago. 2022

Vibra agosto como nunca. El capricho festivo del calendario concentra durante este puente lúdico multitud de celebraciones y festejos por toda la provincia, en una insaciable carrera de muchas ciudades y localidades para evitar la orfandad de las tradicionales y anuales fiestas del mes más festivo del año. España es una verbena durante estos días. Es agosto y el verano actúa de catalizador de sueños y deseos, aunque en muchos casos éstos engrosen la nómina de frustraciones, que haberlas las hay. Mientras la explosión festiva invade lugares y rincones, una porción relevante de suelo español, como en otros veranos, arde por los cuatro costados pacto de las llamas. 



Mientras el fuego abrasador extermina el medio ambiente, otro fuego más liviano, más llevadero y divertido, el de las almas festivas, corre estos días como la pólvora, de verbena en verbena, de fiesta en fiesta,  pero sin quemar y sin agredir a quienes lo experimentan y gozan. En la hermosa promoción de la sonrisa no quedan rezagadas nuestras gentes que, ahora más que nunca, se han echado a la calle en busca del reencuentro anhelado, tras cualquier rastro de compartida  evasión y diversión, que de ambas sensaciones estamos necesitados.



Las  fiestas populares suelen vestir trajes similares, costumbres hermanas, aunque con señas de identidad propias. En estas calendas uno no puede resistir la tentación de curiosear en  hábitos y costumbres de  festejos patronales. De las dianas floreadas se pasa a las cucañas, y de las competiciones deportivas se viaja a las actuaciones netamente culturales y musicales, sin olvidar los festejos taurinos, los bailes tradicionales del farolillo, la patata, el de la escoba, las corridas de cintas y, por supuesto, los consabidos pregones y elección –mejor selección- de las reinas y reyes.



En esta erupción de celebraciones la ilusión viaja a las crónicas de provincia de “El Defensor de Almería”, de hace un siglo: “..en el real de la feria se llevaron a efecto multitud de festejos que, aunque populares, no dejaron de tener gran atractivo y de contribuir a hacer más grata la estancia del forastero. Tales son: verbenas, iluminaciones a la veneciana, paseos, etcétera, etcétera, todos ellos amenizados por la Banda municipal que dirige el popular artista don Eduardo Bautista Vilches, al cual, desde estas columnas le felicito por el triunfo obtenido…”, en cada barrio, en cada ciudad, donde comparte elementos comunes, a saber: música en vivo, comida y bebida, bailes diversos y el mismo origen, pues toma nombre de la costumbre de los mozos madrileños de acudir al baile de las fiestas patronales con un ramito de verbena –Verbena officinalis-  en la solapa. 



En mi particular verbena descubro la pátina del tiempo y hallo una multiplicación de sol por sonrisa, de amabilidad perenne por momento feliz, de sabiduría de pueblo antiguo por contemporaneidad enardecida. El resultado matemático tiene nombre de mujer. Es Oria niña que explota los globos de su algarabía por el entorno ferial donde la verbena es abrazada en amor sincero por la caseta, también popular, a su vez arrullada por los brazos de las adelfas –baladre vulgar- ora rosáceas, ora blancas, que resguardan el fresco de la tierra mojada, en donde la luna enamora, entre farolillos y serpentinas, a la claridad del día y donde la blanca aurora acoge a los héroes de la noche que conforman, cada jornada,  la humana serpiente multicolor que al ritmo de “La conga de Jalisco” o de “La raspa” coronan la velada con el imprescindible “Paquito el chocolatero”. 



Oria moza perdida por itinerarios de pasión ante la inalcanzable mirada de Cupido. Oria vieja bajo el legendario testimonio de su alcazaba. 



La vida encuentra en ésta y en todas las verbenas un  latido único, esencial, que comparten los corazones en la prolongación del divertimento y de la extenuación lúdica hasta que el cuerpo aguante, como rezaban algunos programas de los festejos de antaño, una consigna que parece haberse generalizado ante el irrefrenable anhelo festivo que se respira por doquier. Y es que vivimos en tiempo de verbenas.




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