De la embaucadora fatuidad hueca en algunos políticos

Luis Cortés Rodríguez
07:00 • 18 jul. 2020

Iracundo había quedado don Quijote cuando los miembros del Tribunal Supremo de la Inquisición se marcharon y lo dejaron con la palabra en la boca. 


Tras un tiempo y ya repuesto del gran enfado al que la censura de los libros de caballerías lo habían llevado, sin motivo que lo justificara se dirigió a su escudero y díjole así:


No sé por qué pero pienso y deduzco, amigo Sancho, que cada día que pasa das a entender mejor juicio para gozar de las advertencias que, poco a poco, intento que consideres. Y eso muestra en ti menor simpleza y mayor discreción.



—Señor, no podía ser de otra manera, pues algo he de alcanzar de vuestra sabiduría –respondió Sancho–. Como labrador, conozco que las más baldías e infértiles tierras pueden con el tiempo, si son bien estercoladas y regadas, dar buenos frutos y ha sido la plática de vuestra merced la que abonó el baldío terreno de mi estéril mollera. Por ello, mi señor, haré por todos mis medios que los frutos sacados de mí sean dignos de la buena crianza que vuesa merced ha sabido plantar en el erial huerto de su escudero.


Extrañose mucho el Caballero de la Triste Figura de la solemnidad con que Sancho quería exponer sus razones. Cierto es que las más veces que intentaba hablar de tal guisa solía precipitarse, aturullarse y no ir ni para atrás ni para adelante. Temiose el hidalgo que su escudero pudiera hablar a sus súbditos de ese modo, lo que solo serviría para el regocijo y la burla de estos. Le vino entonces a la mente algo que mencionó jornadas anteriores y hablole de esta guisa: 



—Mira, Sancho, hace tiempo te hablé de la fatuidad hueca. ¿Tú lo recuerdas? Te lo advierto porque has de prevenirte de quien la emplee, tanto como has de hacerlo de la codicia. 


 —Ni lo recuerdo ni sé lo que es fatuidad –contestó Sancho– ni sé qué tendrá que ver tales latinajos con el futuro gobernador que seré.



A lo que replicó don Quijote:


—Mira Sancho, fatuidad  indica ‘presunción’, ‘vanidad infundada y ridícula’ y  hueca, cuando se aplica al lenguaje, significa que ‘expresa ostentosa y afectadamente conceptos vanos o triviales’. Habrá ocasiones en que debas ir a debatir con otros gobernadores ciertas cuestiones que han de afectar de algún modo al bienestar de tus insulanos. Y siempre aparecerá alguno que diga cosas meridianas y sabidas por todos, pero que, al disfrazarlas con fatuidad, quiera hacer de tal actitud su arma de defensa frente a la inconsistencia de sus argumentos. Habréis de caer en la cuenta de cómo sus obviedades las enmascara para que muestren poder y autoridad. Para tal fingimiento, manifestará una gravedad en su voz y unos gestos tan moderados como sus expresiones. 


—Perdóneme, señor –dijo Sancho–, pero paréceme que la plática de vuestra merced se ha encaminado a que¬rer darme a entender mis pocas luces para el entendimiento. 


—Sancho, cuando veas a algún gobernador que comienza su turno con voz grave, mostrando un artificial reposo en su decir y con el rostro adusto, debes empezar a desconfiar. Si continúa dirigiéndose al resto de participantes apuntando los errores de sus adversarios a la par que ensalza sus logros, has de recelar aún más de lo dicho por él. Estos políticos, que son los más ladinos y peligrosos, parecen sentir como si sus lugares comunes estuvieran impregnados con la verdad absoluta y ellos hablaran ex cathedra. 


—No entiendo yo esos latines, señor mío –respondió Sancho Panza–. Pero sé que, teniendo tan principal amo en vuestra merced, me sabrá explicar qué es hablar de ese modo que ha dicho al final de su plática.


—Me temo, mi amigo Sancho Panza, que hay cosas que tú difícilmente alcanzarás a entender y que no tendría, por tanto, yo que haber empleado. Pero ya que lo hice, te diré que se trata de una locución latina ex cathedra, que significaba en su origen ‘desde la cátedra’, pero que ha pasado a la lengua de nuestros días con el sentido de ‘con autoridad’. Estos oradores fatuos ansían y ambicionan el tono magistral, como poseídos por una autoridad que, en realidad, solo los necios y sus interesados partidarios aciertan a entender y respetar. Habría que declararles lo que maese Pérez díjole a aquel jovenzuelo: «Llaneza, muchacho: no te encumbres, que toda afectación es mala».


—¿Y qué más cosas –replicó Sancho– he de descubrir en ellos?


—Su altivez no les va a permitir aceptar que hayan sido otros los artífices de determinados progresos entre sus súbditos, pues tales mejoras ya ellos las habrían previsto un tiempo ha. Sólo su lucidez al obrar es merecedora de lo bueno. Es más, todos los demás han sido y serán prevaricadores, ya que la honradez, como el bien hacer, son patrimonio de ellos. Solo mejorará todo si se siguen sus ideas, aunque estas se basen en puras falacias o en ‘sólidas obviedades’. Amigo Sancho, son personas que imaginan que no hay bienes tanto de cuerpo como de alma que en ellos no se hallen. Una misma conducta será inaceptable por inmoral en otros, en tanto que en ellos será una gloriosa manera de combatir actuaciones vergonzantes.  Y todo envuelto en esa fatuidad hueca.


En estas y otras semejantes pláticas se les pasó la tarde y ya oscurecido llegaron a una destartalada venta donde decidieron que aquella noche harían jornada.


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