Adiós a un emblemático bar de La Cañada tras 33 años de vida

El bar, uno de los pioneros en la Feria del Mediodía, cerrará sus puertas esta semana

Interior del bar Candela de La Cañada, este martes.
Interior del bar Candela de La Cañada, este martes. La Voz
Miguel Cabrera
19:17 • 25 abr. 2023

El bar Candela ha iniciado su particular cuenta atrás hacia la desaparición después de 33 años de vida. Como reza un cartel colocado en la barra, solo quedan cuatro días para que este conocido establecimiento de La Cañada tenga que echar la persiana definitivamente debido a la subida del precio del alquiler demandado por el propietario del local, que resulta inasumible para la familia al frente del negocio desde febrero de 1990.



Los clientes que la mañana de este martes apuraban los últimos ‘limoncillos’, cafés y tostadas del Candela, lamentaban de forma unánime la inminente pérdida de un establecimiento emblemático, punto de encuentro de la clase trabajadora del barrio y pionero en la implantación de la feria del mediodía en La Cañada, en la que introdujo con éxito sus porrones de rebujito, como se vanagloria su actual propietaria, Inmaculada Blas Rodríguez. 



Inma tomó las riendas del Candela junto a su hermano Óscar en 2013 tras la jubilación de su padre, José Antonio Blas Santos, que fue quien levantó el establecimiento prácticamente de la nada en 1990. A él se le uniría su cuñado Tomás Articaidi de Vallis, ya fallecido. Los dos cuñados consiguieron no solo blanquear la mala fama anterior del local, sino hacerlo rentable y próspero en unos tiempos difíciles. 






En su primera etapa, el Candela fue un bar y restaurante de banquetes y celebraciones, luego pasó a bar de tapas y en su última fase, la de Inma, se ha dedicado a servir desayunos y sus tradicionales limoncillos -compuestos por anís dulce seco con limón natural exprimido- y otros licores servidos desde las 5,20 horas de cada mañana y hasta las 12,00 del mediodía, hora de cierre. 



Trabajadores



Con este horario de apertura no extraña que sus primeros clientes del día sean trabajadores de los servicios municipales de limpieza, así como agricultores y albañiles que trabajan en las obras cercanas y que suelen demandar sus archiconocidas palomitas . Ya a partir de las 7,30, cuando lleva más de dos horas abierto, es el turno de todo tipo de trabajadores de La Cañada que acuden a desayunar el café -“de gran calidad”, según la dueña- con su tostada de atún y queso, la que se ha ganado mayor popularidad en el barrio, con precios muy ajustados y competitivos para los tiempos que corren.



“He mantenido el buen café, la leche fresca del día La Goleta, y los limoncillos como los hacía mi padre, utilizando siempre los mejores productos aunque sean más caros, porque nos enseñó a tratar a los clientes como nos gustaría que nos trataran a nosotros”, dice Inmaculada, quien no disimula su desencanto por verse obligada a cerrar, y también por perder a una “clientela excepcional”, formada sobre todo por trabajadores del barrio.




Porque en esta cuenta atrás ella no ve ninguna posible solución de última hora: “No hay ninguna esperanza, y no voy a abrir el bar en otro local porque para mí su esencia está en el actual, donde pusimos el primer cartel”. 


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