Historia de Gladys, la cafetería del tiempo eterno

El mítico establecimiento del Paseo fue un referente en la Almería de los 80 y 90

La desaparecida cafetería Gladys, en el Paseo, símbolo de toda una época y una sociedad
La desaparecida cafetería Gladys, en el Paseo, símbolo de toda una época y una sociedad
Manuel León
20:00 • 27 dic. 2015

Todo se olvida rápido en Almería: la ciudad va engullendo años, va taladrando décadas, dejando atrás hábitos que parecen remotos, pero que,  en realidad, ocurrieron antesdeayer: un alcalde sucede a otro alcalde, que a los cuatro días es como si no hubiera existido,  un vecino, al que se deja de ver un mes, desaparece de la memoria o un comercio que cierra, casi de inmediato ingresa en el cuarto de las cosas olvidadas.




Es el caso de Gladys, una cafetería bandera en la Almería de los 80 y los 90, que lacró sus puertas de cristales hace solo ocho años y es como si perteneciese ya a un mundo antediluviano, a los tiempos del moka y la zarzaparrilla.
No hace tanto, sin embargo, que Gladys, al lado de la Plaza de la Leche, era como una gran ballena blanca varada en un semisótano del Paseo medio.Allí, en ese vientre de cetáceo, escoltado por zapaterías y tiendas de moda, el tiempo se hacía eterno para esas señoras pititas de Almería cargadas de bolsas que en invierno -cuando aún hacía frío en invierno- colgaban el astracán en el perchero y se pedían una manzanilla y unas pastas a la caída de la tarde, hablando de los premios del Un, dos tres o de los atentados de ETA; o para esos jubilados recién perfumados de Varón Dandy que acudían a Gladys a tomar el aperitivo, sentados en un taburete, despachando aceitunas con  Federico, el barman, o dejándose lustrar los zapatos por el limpiabotas; o para aquellos otros feligreses que ocupaban una mesa solitaria al fondo, debajo de litografías taurinas o acuarelas de barcas en la arena, y se dedicaban a escribir sobre cuartillas Cartas al Director.




Gladys fue  durante años un local esencial en el centro, un establecimiento proteico, donde quedaba media ciudad a tomar el café de la mañana, donde  desayunaba el funcionariado, donde Valente solía tomarse un refresco escuchando música de jazz cuando declinaba la tarde. La vida de la ciudad va serpenteando como un río a través de esos viejos cafés y botillerías: Gladys  fue el sucesor del Colón, como éste lo fue del Suizo o del  Lion d ‘Or de nuestros bisabuelos y como ahora lo es Burana.
Nació Gladys del sueño de los primos Juan y José Rigaud, junto a Pepe Cano, de La Dulce Alianza, que imaginaron una cafetería elegante, espaciosa, con salida trasera a Conde Ofalia, acrisolada de actividades culturales y música en directo. Era 1982, el año del Naranjito, el año que ganó Felipe, y Gladys debutaba en el club de los locales que se ganaban día a día la nombradía y el favor de la clientela.




Señora  británica 
El nombre pegadizo de señora británica lo utilizó primero Juan Rigaud cuando en 1962 abrió una tienda de tejidos  y moda de mujer en ese mismo punto del Paseo, después de haber estado unos años regentando un negocio textil en la calle Ricardos.




Y lo asignaron también a la nueva cafetería que abría sus puertas en el viejo caserón que fue de Andrés Cassinello García, abogado, expresidente de la Diputación, hijo del industrial y cónsul de Italia Andrés Cassinello Baglietto. Allí vivió este Cassinello hasta 1961, con su mujer Dolores Durand, sus hijas Angela, Dolores y Josefa y su sobrina  Matilde Fernández Mingo, junto a la clínica de ginecología de su yerno Serafín Torres, junto al templete de la Música, en la Plaza consagrada a su pariente Juan, donde llegaron los misiles del bombardeo alemán destrozando la Casa de los Rodríguez y el Banco Español. Antes de ser cafetería, ese entresuelo albergó  las caballerizas y el pajar de la vivienda, donde se guardaban las mulas y el carruaje familiar.




Desde el comienzo, Gladys  consiguió crear un ambiente acogedor con algunos de los camareros del antiguo Café Colón  con reglamentaria camisa blanca y pantalón negro, con tertulias como la de Lorenzo Calderón, Jesús Membrives y Pepe Caramelo. Sonaba música en directo por las noches con Cristo Sánchez de la Higuera al piano y después con jazz y bandas míticas como la de Lou Bennet, con veladores en la terraza.Sus paredes siempre estuvieron festoneadas de lienzos de pintores almerienses que exponían para una parroquia  que admiraba los colores y dibujos mientras devoraban cruasanes con mantequilla.
Allí, en Gladys se presentó uno de los primeros anuarios de la Asociación de la Prensa y se organizaron desfiles de moda, mientras se servían cócteles de la casa.




La idea del cinquillo
Era frecuentado por los artistas que terminaban la función en el Teatro Cervantes; por políticos, que celebraban allí, en la placidez de sus sillones, entre bucaritos de flores sobre la mesa, actos de partido, como Antonio Garrigues, cuando comandaba el Partido Reformista junto a Miguel Roca, o como José María Aznar cuando invitó a té a un grupo de afiliados; o por artistas como Carlos Pradal, que se recostaba en uno de sus sillones cuando volvía de París. Pero sobre todo abundaba un paisaje a dos calles bruñido de señoras tomando té con limón o la manchada de turno con tejeringos y caballeros con la copita de Centenario, haciendo interminables tertulias.




Tanto es así que los propietarios tuvieron que acuñar la ordenanza de obligado cumplimiento de ‘Cada hora una consumición’, que levantó las iras de muchas señoras que habían idealizado el Gladys como el nuevo Casino de Almería y habían amagado con instaurar partidas de cinquillo y bingo a la hora de las meriendas.
En 2007 cerró sus puertas para convertirse en una tienda de móviles y ahora, en un comercio de aparatos para sordos, en el mismo  sitio  donde tanto reinó el sonido  y la palabra.



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