Los héroes de la grada de preferencia

La preferencia era la grada principal del Franco Navarro

En la grada de preferencia colocaban las banderas de los equipos por orden de clasificación.
En la grada de preferencia colocaban las banderas de los equipos por orden de clasificación.
Eduardo de Vicente
20:00 • 12 mar. 2023

En el verano de 1976 éramos muchos los almerienses que hacíamos excursiones al barrio de Torrecárdenas para ver cómo iban las obras del nuevo campo de fútbol, para disfrutar cómo iba creciendo la hierba y de paso intentar acceder a alguno de los graderíos que ya estaban terminados, para comprobar en qué zona se tenía una mejor visión del terreno de juego.



Estábamos ilusionados con nuestro nuevo campo. Veníamos de una tradición de más de treinta años en el estadio de la Falange, donde soñábamos con el césped de los otros estadios y con las gradas que veíamos por televisión, tan pegadas a la cal que las aficiones también metían goles. 



Nosotros también habíamos tenido hierba, pero era un recuerdo de los más viejos. El estadio de la Falange tuvo su peculiar tapiz verde en los primeros años, pero la falta de medios para mantenerlo lo convirtió en algo parecido a lo que en el argot futbolístico llamábamos “un bancal de lechugas”. 



Entre la falta de lluvia, el precario mantenimiento y el agua cargada de cal y a veces de salitre con la que se regaba, la hierba pasó a la historia. A estos problemas había que unir el excesivo uso al que se sometía al estadio de la Falange, que lo mismo se utilizaba para un partido de fútbol que para un acto de propaganda política. Por allí pisaba todo el mundo, condenando a su sufrida hierba a un triste y anticipado final.



Los aficionados de los años setenta, sobre todo las nuevas generaciones que nos habíamos incorporado en esa década al fútbol del estadio, llevábamos escrita en el alma esa ilusión de poder tener un día un campo de fútbol de césped. Por eso íbamos en procesión a ver cómo iba naciendo la hierba en esa gran obra que puso en marcha Antonio Franco Navarro en el entonces deshabitado barrio de Torrecárdenas. El césped era para nosotros el paradigma del progreso, el ángel anunciador de una nueva época para nuestro fútbol, un sueño que en cierto modo se hizo realidad, porque de la mano del nuevo campo de fútbol y de ese ambiente mágico que generó, llegaron tres ascensos impensables para una ciudad y para una provincia como Almería, que en los años setenta hablaba todavía de emigración y de paro.



¿Qué tenía el ‘Franco Navarro’? Su secreto, sin duda alguna, fue que nos acercó tanto al fútbol que de pronto nos cambió el papel a los aficionados, que pasamos de ser espectadores a participar directamente en el juego. Pasamos de la lejanía del estadio de la Falange a rozar a los futbolistas con la yema de los dedos y a verle la cara al árbitro y el cogote a los jueces de línea. Hicimos de nuestro campo, y no es una exageración, una olla a presión donde todos nos cocíamos cada domingo, no solo por el ambiente que se creaba en el graderío, sino por el efecto del sol sobre nuestras cabezas, épicamente combatido con la bota de vino que iba pasando de boca en boca como si fuera una porción mágica que convertía a los aficionados en irreductibles.



El nuevo campo nos regaló una tribuna con su visera y sus sombras, dos fondos tan pegados a las porterías que en los silencios podíamos escuchar la respiración del guardameta, y nos trajo, sobre todo, una grada de preferencia que fue el principal motor de animación, donde se ubicaron los aficionados más fieles y los más combativos. 



En preferencia se colocaban las banderas de los equipos, siguiendo el orden de la clasificación. En preferencia estaba el túnel por el que salían los jugadores en una época donde primero saltaba al campo el equipo visitante para llevarse la bronca y después lo hacía el equipo local que era recibido en honores de triunfo. Los últimos en salir eran los señores colegiados, a los que era tradición recibir con silbidos y malas caras para que entendieran que aquí no permitíamos ningún abuso de autoridad.


En preferencia estaban casi todas las peñas que nacieron de la nada alentadas por la ilusión del nuevo recinto, lo que generaba un ambiente de gran excitación. Recuerdo aquel partido épico ante el Betis, en el que se labró el ascenso a Primera, donde los aficionados de preferencia, a cuarenta grados al sol, le empujamos al balón en los dos goles de  la remontada.



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