El Lugarico: Los dos amores almerienses de Sara Montiel

El relato del viaje de cinco periodistas europeos a Corea del Norte en 1977

La cantante y actriz Sara Montiel, en su interpretación de La Violetera.
La cantante y actriz Sara Montiel, en su interpretación de La Violetera. La Voz
Francisco Giménez-Alemán
09:26 • 12 jun. 2021

En un almuerzo organizado en el madrileño tablao Torres Bermejas por el club del Garbanzo de Plata me tocó dar cuenta del cocido sentado a la vera de Sara Montiel, a la que como tantos españoles admiraba por su arte y por sus encantos. Era una mujer muy simpática, ocurrente y habladora que al decirle yo que había nacido en Almería hizo grandes elogios del maestro José Padilla y especialmente de La Violetera que siempre cantaba –me dijo- emocionada y dándolo todo porque la consideraba una de las mejores partituras de su repertorio.



La Montiel había conocido de jovencita al maestro Padilla y lo recordaba como un hombre bien parecido, amable y muy deferente con las señoras. Cuando pude meter baza, porque no paraba de hablar, le comenté que La Violetera era tan internacional que me sorprendió escucharla como música de ambiente en el aeropuerto de Seúl.



Cinco periodistas de otros tantos periódicos europeos (Le Figaro, The Times, Corriere della Sera, Frankfurter Allgemeine Zeitung y ABC) habíamos sido invitados a visitar Corea del Sur en una operación de imagen diseñada por el Gobierno de Seúl dentro del incipiente proceso democrático que quería llevar a cabo el presidente Park Chung-hee, quien algún tiempo después sería asesinado. Me tocó volar durante cerca de veinte horas, primero con Iberia a París para tomar el vuelo de Korean Airlines que al no estar habilitada por entonces la ruta del sur (la Unión Soviética no lo permitía) tenía que dar el salto a Anchorage (Alaska) para seguir luego hasta la península de Corea. Al tomar el avión en la capital francesa, un diplomático español con el que coincidí para aquella interminable travesía, me dijo medio en broma: “Francisco, no hay nada más que un método para soportar este vuelo: a fuerza de whisky”.



Llegué al aeropuerto de Seúl tan cansado que no atinaba a ponerle nombre a la música de ambiente



que susurraba en la terminal, y solo cuando pude prestar más atención caí en la cuenta de que era La Violetera, la inmortal partitura de mi paisano nacido en la callecita de Gabriel Callejón de Almería. Así se lo estaba contando a Saritísima cuando me interrumpió para decirme que la película y el disco habían batido récords de ventas en Japón y en otros muchos países del continente asiático, además de Europa y América de norte a sur. Datos que pude confirmar con la sobrina y tutora de la memoria del maestro Padilla, mi buena amiga Eugenia Montero.



Desde el punto de vista periodístico aquel viaje fue muy interesante. Infusión de ginseng a todas horas. Nos recibió el presidente Park Chung-hee, visitamos el astillero Hyundai (Ulsan) con 25.000 obreros, el más grande del mundo, así como las galerías comerciales antibombardeos y se nos permitió ir, acompañados por cascos azules de las Naciones Unidas, al mítico Paralelo 38 en la zona desmilitarizada que separa las dos Corea desde la rendición de Japón en 1945 y donde se libraría una de los mayores enfrentamientos fratricidas durante tres largos años, 1950-1953. Allí pudimos visitar la famosa línea del armisticio, en Panmunjeom, celebérrima no hace tanto por la visita del presidente Trump acompañado de Kim Jongun, el “amado líder” de las multitudes enfervorecidas.



Era entonces el año 1977 y desde luego fue denegada nuestra solicitud de visitar Pionyang, la capital norcoreana donde reinaba sin miramiento a los derechos humanos el “presidente eterno” Kim Il-sung, abuelo del actual.



Al otro lado del escote de nuestra gran actriz estaba sentado el bueno de Antonio Mingote que mientras Sara iba al tocador me hizo ver que a ella le debería traer sin cuidado el régimen dictatorial de Pionyang y que incluso no sabría donde situarlo en el mapamundi. Así que cuando la bella dama volvió cambié el tercio de la conversación aprovechando que en un momento había mencionado a su amigo y paisano mío Manolo Escobar. Se sabía la vida y milagros del famoso cantante oriundo de El Ejido, incluso los avatares, que yo desconocía entonces, de sus ruinosos negocios y su coraje al levantar de nuevo el vuelo con otros exitosos discos que lo volvieron a poner rico. Algunos años después, Manolo vino a verme a la Dirección del periódico y me entregó dedicado su nuevo disco en el que recogía lo mejor de sus cincuenta años cantando.


Cuando le comenté mi conversación con la Montiel se deshizo en elogios hacia ella y me dijo que, además de su preciosa voz, Sara era genial en la interpretación, y puso como ejemplo precisamente su actuación en La Violetera. Conservo un muy grato recuerdo de Manolo que con Antonio Molina y Juanito Valderrama integra el trío de oro de la canción popular española Las anécdotas de aquel viaje a Seúl tuvieron su broche de oro cuando ya de vuelta fui a visitar al embajador coreano en Madrid para agradecerle la invitación a tan interesantísimo viaje al otro lado del mundo así como las atenciones recibidas, entre otras el obsequio de un kimono de seda para mi mujer que yo mismo pude elegir sentado delante del mostrador de la tienda a la que nos condujo el intérprete, lo que me hizo recordar que antiguamente en algunos comercios de Almería, por ejemplo en Almacenes La Verdad o la primitiva Marín Rosa, se ofrecía una silla a las clientas para que cómodamente pudieran seleccionar las telas a su gusto. Y al referirle al embajador la agradable sorpresa que me produjo escuchar los compases de La Violetera en el aeropuerto de Seúl me dijo, en un español macarrónico, que era una canción muy popular en Corea desde que millones de personas habían visto la película de la guapa española Sara Montiel; muy bella mujer, subrayó. Y me preguntó: ¿Usted la conoce? Creo que en la pregunta iba implícito el deseo de que se la presentase. O sí.


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