Almería en los tiempos del covid-19 (XV): Qué estará haciendo Membrives

Un hombre  con su avituallamiento de alimentos en un carro caminando ayer por la Avenida Pablo iglesias.
Un hombre con su avituallamiento de alimentos en un carro caminando ayer por la Avenida Pablo iglesias.
Manuel León
07:00 • 28 mar. 2020

Estos días, como en un tiempo muerto de baloncesto, a veces uno piensa en los que no vemos: qué estará haciendo en Riad estos días Turqui, tras donar más de un millón de euros a una ciudad que ha pisado solo  tres veces, ahora, precisamente, que el precio del petróleo ha caído por debajo de los veinte dólares. Estará quizá recostado en un sofá de hilos dorados, ese en el que recibe a las celebridades, twitteando mensajes y palabras de aliento a sus múltiples seguidores. Ha tenido que ser este árabe el que más dinero dispense a esta ciudad, ahora tan frágil, para mascarillas, comida para necesitados y ayudas para trabajadores en paro; qué estará haciendo Antonio Membrives en su casa, sin poder lucir su traje de Bob Esponja y todo el abanico de colores de su fondo de armario; qué estará haciendo Pepe Grano de Oro, el alma eterna de Los Puntos, sin la droga de los escenarios, quizá escribiendo nuevas canciones en su libreta amarilla mientras pellizca una tableta de chocolate; y el futbolista Lazo, sin nadie a quién regatear y Lola Gómez Ferrón, sin sus visitas a los invernadero a las que convencer de que no todos los bichos son malos; qué estará haciendo José Antonio Flores, de Vera, sin poder hablar con clientes ni proveedores después de toda su vida yendo de acá para allá o Tomás Komuda, sin poder aconsejar a nadie cuál puede ser el viaje de su vida; qué estará leyendo por las noches el rector Carmelo, tantos días alejado de su despacho universitario; que estarán haciendo tantos profesores sin clases de carne y hueso, qué estará haciendo tanto sacerdote sin confesionario, tanto camarero sin cafés ni copas que servir, tantos novios sin sus novias, tantos padres sin sus hijos.



Lo que pase a partir de ahora -tras quince días de encerramiento- es un experimento como el de Pavlov. Nunca en su historia, esta ciudad, este país, había tenido que padecer casi un mes de arresto domiciliario. Nos adentramos en un territorio desconocido para la mente y para el cuerpo (cuidado con el pijama que es muy traicionero) y a veces uno tiene la tentación de mirar la guía telefónica de Milán y llamar a algún italiano gentil para preguntarle qué se siente tras cinco semanas de cautiverio, si uno puede volver a la vida como Edmundo Dantes y vengarse de todo. Enhorabuena a los que vivan en dúplex con terraza, condolencias a los que lo hagan en apartamentos donde la mesa en la que come es también el escritorio. 



Ayer sonaron Los Chichos en la radio: “Hoy igual que ayer, todos los días lo mismo” y dieron noticias de que soltaban a algunos presos del Acebuche para que continuaran encerrados en sus casas -que es como no regalarles nada en definitiva- y que hubo redada en un club de alterne del centro de Almería, que, verbigracia, seguía funcionando. La realidad supera a la ficción en estos días de balcones, terrazas y mascarillas y uno se pone a pensar si esto no será una cámara oculta de Sánchez, Conte y Merkel. Quién se acuerda ya de la última vez que hizo algo distinto a lo que está haciendo: sentarse en un bar, andar sin rumbo, comprarse unos zapatos, estrechar una mano. Hace ya tiempo que esto dejó de tener gracia. 


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