La gran villa de la familia Molero

Era una hermosa finca situada en el paraje de Alhadra, al norte de la barriada de Los Molinos

La casa palacio de Villa Soledad fue escenario hace un siglo de grandes fiestas y banquetes. En sus salones tomaban el te las familias de la alta soc
La casa palacio de Villa Soledad fue escenario hace un siglo de grandes fiestas y banquetes. En sus salones tomaban el te las familias de la alta soc
Eduardo D. Vicente
19:22 • 07 sept. 2017

En el salón principal, de amplios balcones abiertos al sur, reinaba un piano que destacaba en medio de un continente de muebles antiguos que llenaban la estancia. El piano servía de excusa para las grandes reuniones a la hora del te e inundaba los huertos y los cortijos cercanos del perfume alegre de un vals. Si sonaba el piano había fiesta en la casa de los Molero, y si había fiesta sobraba la comida para los pobres del barrio de Los Molinos que al día siguiente esperaban junto a la verja para llevarse las sobras.




El piano era el alma de Villa Soledad, la gran finca de los Molero, al norte de Los Molinos, en el camino de Alhadra, allí donde la ciudad parecía tan  lejana como si hubiera un mundo de por medio, allí donde si no sonaba la música no se escuchaba otro ruido que el del tren que pasaba cerca y el del río cuando la lluvia llenaba de vida sus boqueras.




La finca del señor Molero, que estaba dedicada a su esposa, doña Soledad Levenfeld y García, vivió sus años de esplendor en las primeras décadas del siglo veinte, cuando uno de los hijos del matrimonio, José Molero Levenfeld, se instaló en ella. Lo hizo junto a su joven esposa, doña Rosario Miura Casas, con la que había contraído matrimonio en abril de 1909 en la iglesia de Santo Domingo. Cuando se casaron decidieron pasar más tiempo en el cortijo que en la ciudad y convertir la finca en su retiro y en un lugar de reunión de las familias de la alta sociedad de la época.




El 22 de junio de 1915, con motivo del cuarto cumpleaños de su hija Rosario, los señores de Molero organizaron una fiesta que reunió a lo más granado de la sociedad almeriense y llenó sus salones de las muchachas más elegantes de la ciudad. Allí estuvieron las señoritas y señoras de Roda, de Cassinello, de Rocafull, de Vivas, de Quesada, y un  grupo de exploradores que fueron invitados por el propietario de la hacienda, don José Molero, que entonces ostentaba el cargo de presidente de esta asociación de aventureros.




Villa Soledad mantenía una estrecha relación con el grupo de exploradores. Todos los años, cuando llegaba el 19 de marzo, la asociación organizaba una marcha desde Almería para ir a felicitar a su presidente. A las siete de la mañana ya estaban en el barrio de Los Molinos para escuchar misa en la iglesia de San Antonio y después se dirigían al jardín de la finca, donde depositaban la bandera antes de emprender una excursión por el río.




Villa Soledad fue también un centro de reunión para las damas de la Cruz Roja, una asociación benéfica que se había reorganizado en Almería en 1909 gracias a la iniciativa de Emilia Orozco de Cervantes y a la propietaria del cortijo, Rosario Miura de Molero. En aquellos años, las damas se dedicaban a organizar la prestación de auxilio a los soldados heridos que llegaban a Almería procedentes de Melilla. Una vez al mes, solían celebrar sus reuniones en el salón mayor de la finca de la carrera de Alhadra, donde al calor del te y de las pastas tomaban importantes decisiones humanitarias.




Villa Soledad fue un palacio rodeado de huertos  y vegetación cerca del río, y un rincón cargado de misticismo donde era posible fugarse del mundo sin perder de vista la ciudad. Sus propietarios, que pasaban en la finca largas temporadas, quisieron que el lugar tuviera también una capilla en la que poder organizar celebraciones religiosas regularmente. La pequeña ermita, rodeada de jardines, fue inaugurada el veintidós de junio de 1918 con la ceremonia de la Primera Comunión de la niña Rosario Molero Miura, hija de los propietarios. Ese mismo verano de 1918, aquella villa de Alhadra sirvió de refugio para la familia cuando la epidemia de gripe azotó con crudeza los barrios más humildes de la capital.




Los años dorados de Villa Soledad terminaron en octubre de 1924 al morir la mujer que llenaba de vida sus salones. La muerte de doña Rosario Miura, cuando acababa de  cumplir 42 años de edad, significó también el final de aquella finca palaciega junto al río. El señor Molero Levenfeld dejó de frecuentarla y pocos años después decidió venderla, pasando a manos de don Venancio de Orbe Morales, gerente de la compañía de depósitos de combustible instalados en el muelle de poniente del puerto de Almería.


Villa Soledad no volvió a recuperar su tiempo de esplendor. El piano del gran salón no volvió a sonar, ni las fiestas de la alta sociedad volvieron a llenar de alegría aquellos parajes remotos de la vega que todos los años, por el día de San José, recibía la visita de los exploradores de Almería.



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