Cuando Almería fue Montecarlo

Fue en los 70 cuando en el Paseo rugían los motores de coches maravillosos guiados por aurigas legendarios

El piloto  Sandro Munari, con su Lancia Stratos, observado por el público en el  Paseo de Almería en 1972.
El piloto Sandro Munari, con su Lancia Stratos, observado por el público en el Paseo de Almería en 1972.
Manuel León
23:02 • 08 jul. 2017

Es difícil de imaginar ahora, en esta Almería big data de múltiples distracciones y pasatiempos, pero ocurrió así: una gélida noche de viernes 22 de enero de 1971, a las doce menos cinco de la noche, miles de almerienses -como si no hubiera un mañana- colmataron el Paseo del Generalísimo, protegiéndose con bufandas y rebecas debajo de las copas de los árboles, para ver circular unos coches de carreras.




Allí estaban los pilotos posando para cientos de fotógrafos llegados de toda Europa en frente del Banco Central; allí estaba el Conde de Villpadierna, presidente de la Real Federación Española de Automovilismo, enjuto como una cerilla, con su gorra y su bandera, velando por la organización; allí estaba, sobre el asfalto raído de la calle principal de Almería, la tribuna de autoridades con Emilio Pérez Manzuco y Ramón Gómez Vivancos, del Automóvil Club Almería, el Gobernador Juan Mena y otros gerifaltes; allí estaba la gentil artista Marisol, la niña prodigio del Régimen, con su marido Carlos Goyanes, dispuesta a dar la salida a los Seat, a los lancia, a los gordinis, vitoreada por esas señoras de la Almería de siempre que le gritaban ¡guapa! las mismas que seguían su vida en las revistas de las peluquerías principales.




No era una competición cualquiera la que partía esa noche inclemente de Almería, era el gran Rally de Montecarlo, la competición más glamurosa del mundo,  que estaba patrocinada por los principes monegasco Rainiero y Grace Kelly, la misma que por primera vez partía de España y lo hacía, extrañamente, desde la última provincia de la fila. Fue este milagro  obra y gracia de Ramón Gómez Vivancos, un fascinante almeriense, un bullicioso empresario aficionado al motor que con 18 años ya se había agenciado de importación un Triumph inglés.




Un día, Ramón, viendo en la tele que la salida del Rally desde Lisboa languidecía, escribió una carta al presidente del Automóvil Club de Mónaco  enumerándole las ventajas de una ciudad como Almería para la prueba deportiva. A los tres meses obtuvo el sí de la organización. Nunca antes un simple sello de correos dio tanto de sí para una ciudad que trataba de consolidar un incipiente turismo internacional en las playas de Mojácar, Aguadulce o Roquetas.




Si Almería se caracterizó en los 70 - como el resto de España- por el sueño de una democracía que parecía que nunca llegaba, por las imágenes de gente votando en los telediarios, por los zuecos y los pantalones de campana o por la brillantina de Tony Manero, tuvo una singularidad endémica que fue el impulso frenético por las carreras de coches. Pareciera que para los promotores de la escudería Costa del Sol y después Automóvil Club Almería, liderados por Ramón Gómez, el mundo se fuera a acabar. En apenas unos meses puso en marcha el Rally Costa del Sol, que después fue sustituido por el Rally Costa de Almería, no sin ciertas tiranteces con Málaga que se apropió de la marca. Por este ardor deportivo de Vivancos, Almería recibió el premio al mejor Club de Automóvil de España.




Con el apoyo del alcalde Francisco Gómez Angulo, Almería organizó también la primera Vuelta Automovilística a España que movía más de mil personas en la organización o las Subidas a Macael o la combinada Mar-Motos-Nieves, mezclando coches, pesca y el esquí o los Circuitos de Velocidad en Aguadulce y Roquetas o aquel pionero rally exclusivamente femenino llamado Espejo de Mar con la campeona Carmen Alvarez Guerrero.




No había nada comparable en esos años en Almería al deporte del motor o, al menos, nada cosechó tantos éxitos naciones e internacionales, apoyado en pilotos como Francisco Navarro (el gran Paquito Navarro, con su cabello ondulado, su cajetilla de Chéster y sus ojos azules), la eterna promesa que fue el mecánico Eduardo Botas, el antuso Miguel Martínez, José Alférez, Francisco Marco,  Paco Crespo, Angel Gómez, Manuel Terrón y Jesús Maldonado.




Muchos de ellos brillaron en las curvas del Ricaveral o compitiendo en pruebas legendarias frente a campeonísimos como Zanini, Cañellas, Munari, Mariotti, Ferrater o el finlandés Mikkola. Visto el éxito cosechado, Almería volvió a ser dos años consecutivos más una de las salidas del Rally de Montecarlo y el Paseo se volvió a llenar de pilotos suecos, alemanes, franceses, austriacos que aparecían como héroes ante las miradas infantiles y que  hacían bramar los motores enfilando la Puerta Purchena, girando por Obispo Orberá, hasta salir a Carretera de Ronda rumbo a Murcia.


En esas ediciones de 1972 y 1973 todo se preparó a conciencia y el Ayuntamiento organizó recepciones en la Alcazaba, actuaciones del Maestro Richoly  y obsequios de indalos de plata a los participantes, en un intento de sacar partido mediático aprovechando la estancia de más de medio centenar de escuderías de toda Europa.


Al año siguiente, 1974, la prueba se suspendió por la crisis internacional del petróleo  y Almería volvió a recuperar su sitio como salida del Rally en los años consecutivos de 1976 a 1979, hasta que ese fervor por los rallys fue disolviéndose como un azucarillo, como tantas otras tradiciones deportivas, artísticas y culturales en esta Almería nuestra. 



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