La soledad de Lola, la amiga de los gatos

Lola Salmerón ha encontrado en los gatos el cariño que le ha faltado de las personas

Lola junto a sus gatos
Lola junto a sus gatos
Eduardo D. Vicente
01:00 • 12 dic. 2016

La soledad no sería tan dura si no se metieran con ella: si no violentaran su sueño durante la madrugada golpeando en su puerta, si no la torearan por la calle hasta sacarla de sus casillas. La soledad es su vieja compañera de camino desde que era niña. Ha aprendido a convivir con ella y sólo consigue esquivarla cuando se reúne a solas con sus gatos en cualquier calle, en cualquier esquina. 

Lola ha encontrado en los gatos el cariño que le ha faltado de las personas. Una infancia complicada, el desarraigo del hospicio, la enfermedad de la madre, la estrecha travesía por una juventud donde el amor siempre fue un acontecimiento que le sucedía a los otros. Lola nunca tuvo novio y su vida no conoció otro territorio que el camino que iba desde su casa, en calle Céspedes, hasta la casa de la señora Eulalia, en la calle de Arraéz. Allí estuvo empleada un tiempo antes de que se quedara sin trabajo.

Tras las muerte de María, su madre, Lola se refugió en sus únicos amigos de verdad, los gatos. Su ilusión fue darles de comer, hablar un rato con ellos como una madre les habla a sus hijos. A veces se enfada porque un gato se salta las normas y se come una ración doble de pescado dejando sin la suya al compañero, pero el enojo se le pasa pronto, disfrutando del alboroto de los animales arremolinados a sus pies. 

Lola camina a diario con las manos llenas de bolsas con la comida para los suyos. Cuando los gatos la huelen empiezan a saltar y declaran el estado de fiesta. La sinceridad de Lola, su cariño inagotable hacia los animales, se mezclan en esos instantes de exaltación del hambre con los instintos de los gatos, que más que la ternura de la mujer lo que buscan de ella es el papelón de sardinas o el paquete de pienso que lleva dentro del bolso.  Saben que les trae la comida y un poco de conversación que también agradecen los animales. Ella lo sabe todo de ellos, y ellos se dejan querer: se sientan delante y la escuchan con atención, aguantando la reprimenda con la satisfacción de quien tiene el estómago lleno. No hay gato de barrio en Almería que no sepa quien es Lola Salmerón como tampoco hay un golfo en la manzana del Cuartel que no disfrute metiéndose con ella, pronunciando la fatídica frase que tanto la irrita: “María pon la olla”. 

Como suele ocurrir con este tipo de personajes que por su conducta se salen de las normas y se ven obligados a transitar por caminos secundarios, tan alejados de la sociedad de su tiempo, la buena de Lola ha acabado convirtiéndose en una presa fácil de los granujas del barrio que aprovechándose de su desamparo la utilizan para reirse de ella, para  insultarla, para molestarla de noche golpeando la puerta de su casa. “Yo no me meto con nadie y no quiero que nadie se meta conmigo”, suplica la buena de Lola, mientras camina con las cestas llenas de comida al encuentro con sus amigos más fieles.











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