Panadería Antoñico: más de 60 años con las manos en la masa alimentando a El Parador
Cuatro generaciones, recetas centenarias, empleados de toda la vida que amasan para un pueblo

Lola y Otilia, las hermanas al frente de la panadería Antoñico
Antoñico es la primera panadería de El Parador. Un obrador que, desde el año 1962, amasa pan y dulces. Tradición y lealtad en sus masas, firmes a las recetas del abuelo que empezó con el negocio en Aguadulce, y a la familia como motor de vida. Cuatro generaciones de panaderos que acabarán con las manos que, hoy en día, reparten y amasan: las hermanas Otilia y Lola.
Desde su mostrador, Otilia atiende al personal, clientes que conoce desde que tiene uso de razón, cuando se subía a una banqueta de madera siendo una niña para llegar a despachar. Eran otros tiempos: El Parador comenzaba a sostenerse sobre dos barriadas, con unas cuantas casas de parcela y calles de tierra. Como testigo de los años, el testimonio de Otilia —que gusta de estar siempre detrás del mostrador, aunque hoy toque estar delante— y la sierra de Gádor. Poco queda de aquellas primeras casas coloniales; en su lugar, se emplazan modernos edificios, pero impertérrita permanece, casi como se fundó, la panadería entre el lema: respeto, comunicación, compañerismo y lealtad.
Cuando El Parador tan solo era un lugar de paso ni iglesia tenía, Antonio y Otilia, los nonagenarios fundadores, comenzaron de la nada. Vivían donde amasaban y horneaban, allí criaron a sus cuatro hijos. Habían construido, con ladrillo, un horno moruno que, años más tarde, fue sustituido por un gran horno industrial, corazón de la panadería. Eran otros tiempos habían comprado todo con la herencia de Otilia, huérfana desde los tres años y trabajadora desde los once, pero aún así había que hacer frente a las letras. Recuerda Otilia que los pagos se ponían cuesta arriba.
En los tiempos de la cuarentena por el COVID, a pesar de su avanzada edad, Otilia dijo que no dejaran de pasar por casa ni un solo día, que ella seguiría preparando la comida. “Cuando no has tenido nada y has pasado tanto, todo te viene bien; un abrazo una caricia”, dice visiblemente emocionada. Ella es el cascabel de la casa, con sus disfraces de carnaval y la sonrisa por bandera, pese lo que pese la artrosis y su cuerpo harto de trabajar.
“En el plato te pones lo que te puedas comer”, dice Antonio, con sus 94 años. Una metáfora que hace referencia al negocio, a que cada uno trabaje lo que pueda, con sus fuerzas, sin excederse. Él ha sido distinguido y homenajeado por sus vecinos, dada su edad y su labor de vida. Todavía hay quien lo recuerda repartiendo con el isocarro.
Ahora quien toma la palabra es Otilia, que se hizo cargo del negocio junto a su hermana cuando tenía 18 años: su padre había sufrido un infarto. Ella no piensa en jubilarse. Su trabajo es su vida. Detrás del mostrador no necesita muleta, y las frases que cuelgan en su lugar de trabajo cambian el estado de ánimo de los clientes. A Otilia le incomodan las vacaciones; ella, entre risas, dice que es todo lo contrario de su hermana,Lola, que se apunta a un bombardeo.
¿Te gusta tu trabajo?
A mí me encanta. Sobre todo el trato con la gente. Si dejara de trabajar, no sabría en qué ocuparme.
¿Cuál es el secreto para que el negocio se haya mantenido tanto tiempo?
La cercanía con los clientes. Tratar bien a la gente lo es todo. Un negocio lo levantan o lo hunden los empleados.
¿Cuántos empleados sois?
Somos cinco: dos panaderos de noche, una chica que ayuda a mi hermana, una repartidora y yo que estoy en el mostrador. Antes llegamos a tener tres coches repartiendo. El empleado que más tiempo lleva con nosotros empezó después de terminar la mili, casi 40 años amasando pan.
¿Habéis innovado en productos?
Mucho. Hacemos pan de espelta, de maíz con semillas de amapola, integral, de molde, molletes... También bollería con merengue, nata, hojaldres. Pero seguimos haciendo recetas tradicionales como las tortas de manteca y el pan de aceite sin azúcar de mi padre. Los merengues de mi hermana han llegado hasta Sevilla por que son únicos, dicen los clientes.
¿Cómo fue la pandemia para vosotras?
No paramos ni un solo día. Seguimos repartiendo y ampliamos rutas para ayudar a quienes no podían salir. Fue muy duro, pero no podíamos abandonar a nuestra gente.
¿Qué te da más satisfacción de toda esta trayectoria?
Ver a mis clientes de siempre. Llevo 60 años vendiendo pan a familias enteras, generación tras generación. Eso no lo cambio por nada.
¿Cómo os repartís las tareas tu hermana y tú?
Yo estoy en el mostrador, ella en el obrador, también se encarga de los bancos y decisiones más organizativas. Hacemos un buen equipo.
La panadería Antoñico es memoria viva de El Parador, un lugar donde el pan se hornea con el mismo cariño con el que se heredan los valores. Desde que los abuelos encendieran el horno en 1962 hasta hoy. Ejemplo de que el verdadero secreto para perdurar no está solo en la receta, sino en la forma de tratar a las personas.