Este domingo 1 de junio, a las 10 de la mañana, el barrio de La Cañada de San Urbano, en la ciudad de Almería, se ha teñido de azul. Alrededor de 500 personas participaron en una bicifestación convocada por la Plataforma por un Instituto en La Cañada, junto a la AMPA del CEIP San Indalecio y la Asociación de Vecinos Antonio de Torres.

El punto de partida fue el propio colegio San Indalecio, situado junto a los terrenos donde, aún se espera el instituto prometido. Desde allí, la marcha en bicicleta recorrió ese solar donde se acumula la floresta y matorrales, se dirigió hasta el Mercadona del barrio y regresó por la carretera de Níjar, cerrando un recorrido simbólico, tan sencillo como el motivo que lo impulsa: pedir una infraestructura educativa básica para cientos de familias.

El objetivo es claro: un instituto público en su propio barrio. Aunque el año pasado el Ayuntamiento de Almería cedió oficialmente a la Junta de Andalucía los terrenos necesarios para su construcción —incluso se tuvo que modificar parte del suelo, que pertenecía a Agricultura, para adaptarlo adaptarlo para levantar el centro educativo—, nada se ha movido desde entonces. Los terrenos siguen sin proyecto, sin licitación y, sobre todo, sin fecha. “Seguimos teniendo solo un solar”, apuntan algunos vecinos con resignación.

Los organizadores han vendido 700 camisetas azules, impresas con sus principales reivindicaciones —“por un colegio digno”, “por un IES en La Cañada”, “por recuperar la playa de La Cañada” y “más recursos para la inclusión social y educativa”— con el objetivo de sufragar los gastos logísticos de la jornada, como el agua y el desayuno para los ciclistas. Más que una prenda, estas camisetas sirvieron como emblema de la protesta y del Día de la Bicicleta 2025, llenando durante más de una hora las calles del barrio de color y unidad, y dejando patente el amplio respaldo vecinal a la causa. Una demanda de años sin respuesta real.

Actualmente, el alumnado de secundaria del barrio debe acudir al IES Portocarrero, un centro alejado del núcleo urbano, sin aceras para el acceso peatonal y mal comunicado. “Ni siquiera está en La Cañada”, protestan algunos padres. La única opción real de transporte es el coche privado o un único autobús de ruta. En caso de una urgencia médica, apuntan los manifestantes, los estudiantes deben esperar a que un familiar pueda ir a recogerlos en coche.

Pero las quejas no se limitan al transporte. El IES Portocarrero, un centro que recibe población estudiantil de otras zonas periféricas de Almería como Cabo de Gata, Pujaire, o Retamar, es además un centro de formación profesional, donde conviven adolescentes con alumnos mayores de edad. Esta brecha de edad preocupa a muchas familias. “No es un entorno adecuado para los más pequeños”, comenta una madre, que también señala el temor a un posible riesgo “de exposición a conductas como el consumo de drogas”.

El CEIP San Indalecio, con 700 alumnos y alumnas, justifica por sí solo la existencia de un centro de secundaria, señalan los manifestantes. Pero más allá de los números, los vecinos reclaman equidad. “Los barrios como El Alquián, Los Molinos o El Toyo ya tienen sus institutos, pero nosotros seguimos esperando”, lamentan. Algunos incluso comparan con ironía las acciones llevadas a cabo en barrios de reciente desarrollo como La Vega de Acá, en donde se ha accedido a hacer el proyecto del colegio, “con foto de la alcaldesa incluida, mientras La Cañada sigue sin proyecto”, matizan, confesando sentirse ciudadanos de segunda.

La marcha fue silenciosa, con algunas frases de aliento a los más pequeños que circulaban con sus bicicletas con ruedines. La comunidad cañaera’ no quiere más promesas ni futuras intenciones. Quieren ver maquinaria, planos, avances. Es posible que la cesión de los terrenos supusiera un pequeño triunfo. Pero un triunfo inconcluso y desde luego insuficiente, que solo será total cuando el IES La Cañada de la bienvenida a su primera promoción de estudiantes.

La comitiva regresa al colegio. Sudor, sol y la sensación compartida de estar repitiendo la historia: otra protesta, otro año sin aulas. Los niños, los que aspiran a ser los alumnos del futuro, se despiden entre timbres de bicicleta.

Uno se detiene. Mira la sombra que proyecta la verja del colegio sobre el terreno baldío y, por un momento, imagina un instituto. Ese es el sueño de las familias de La Cañada. Y mientras el azul de sus camisetas se va diluyendo entre las calles, todos esperan que, esta vez sí, alguien les dé una señal clara. Y empiece a construir futuro.