El secretario que se convertía en narrador

Manuel León

Ginés Pastor Medina

  • La Voz
Llegaba siempre tan sigiloso a la redacción del periódico con su artículo de marras, que parecía más que un abnegado colaborador, un educado espía: Nunca supimos por qué extraño azar no sonaban sus suelas en la madera, como si en vez de calzar zapatos portase pantuflas. Entregaba el pendrive con sus dos folios y cuando íbamos a despedirnos de él, ya se había ido. Ginés Pastor Medina, que acaba de dejar este mundo con 85 años, tuvo siempre alma de cronista, de articulista, de investigador de asuntos de su pueblo Macael. “Era lo que más les gustaba, más que ninguna otra cosa en el mundo”, recordaba ayer su hermano Pedro, tras acompañarlo en sus últimas horas en su casa de González Garbín. Le gustaba estudiar, bucear en legajos, escudriñar cifras y letras, pero no más que pasar desapercibido, como esas personas que no tosen por no molestar. Quizá fuera su profesión, secretario municipal en Abla y en Almería, lo que le otorgó ese marchamo de discreción durante toda su vida. Nació Ginés en Macael en 1933 en una familia de siete hermanos. Su padre, Antonio Pastor Fernández, fue un esforzado cantero del mármol que después de la Guerra consiguió prosperar como empresario a través de la compra de canteras y de los trabajos que realizó para la empresa malagueña Isidoro Escobar. Su madre, Adoración Medina Pardo, una de las ricas hijas de Laroya, fue educando a la numerosa prole de la mejor forma que sabía: con mucha paciencia y con todo el sentido común de los hogares rurales. En ese ambiente de laboriosidad fue creciendo Ginés hasta que tuvo que salir de su pueblo, de su Macael, al que siempre ha vuelto, del que nunca se fue del todo. Se fue a Granada a estudiar derecho y una vez licenciado decidió opositar a una plaza del cuerpo de secretarios de administración local, donde ha permanecido durante toda su carrera profesional. Era el modo que tenía Ginés de ganarse de la vida: atendiendo resoluciones, dando curso a expedientes, redactando oficios, puliendo ordenanzas y redactando las actas de los plenos, con Gómez Angulo y otros alcaldes de la época. Pero donde Ginés se sentía a gusto de verdad era en su despacho doméstico. Y como el funcionario Kafka, que por las tardes se convertía en novelista imaginando que un viajante de comercio se convertía en un gigantesco insecto, Ginés buscaba y rebuscaba pruebas y más pruebas de que el mármol de la Alhambra o el del Escorial había sido extraído de Macael. Entre esa maraña de pergaminos de Simancas o de legajos de Alcalá de Henares era donde Ginés se sentía feliz. Y se hizo un erudito de los estudios históricos del mármol y publicó el libro ‘Macael mora y cristiana’ además de cientos de artículos periodísticos sobre la propiedad de las canteras, el Macael Viejo, el análisis de la población, los canteros tras la conquista de los Reyes Católicos y sacó la relación de los primeros repobladores de esa bendita sierra de Los Filabres. A pesar de su timidez, de su pulcro estilo de caballero de los de antes, cuando Ginés entraba en harina, sabía relatar con gracia las andanzas de personajes de su pueblo, de los que a vuela pluma recuerdo a Pedro el remendao, Martín el Patafólica o la Peja. Su pueblo se lo supo agradecer y lo nombró Cronista Oficial de la Villa. Durante décadas, el Bahía de Palma, en la Plaza de la Administración Vieja, fue como su segunda casa y allí montó una tertulia denominada ‘Los amigos de Ginés’, donde cada jueves al mediodía acudía gente como su hermano Pedro, Armando Forcen, José antonio Blanes, Angel Navarro o Miguel García, donde daban cuenta de un arroz con pulpo mientras se liaban a gorrazos por cualquier asunto que saliese en el telediario. Ginés fue el mejor ejemplo de cómo de lo local, de lo pequeño, se puede llegar a lo universal: se pasó la vida obsesionado con su pueblo, con su mármol, con su sierra, y eso le permitió llegar a ser sabio en conocimiento humano y a ser querido y respetado como pocos en la tierra que le vio nacer.