Desde la derrota ante la Real Sociedad en territorio vasco el Almería de Francisco ha experimentado una metamorfosis importante que le ha llevado a dejar el farolillo rojo que hace menos de dos semanas parecía haber adquirido en propiedad. Hasta ese momento, salvo en su peor tramo de la competición en el que se enfrentó a Málaga, Sevilla y Rayo Vallecano, la escuadra rojiblanca la escuadra rojiblanca era mucho mejor en sensaciones que en efectividad.
En cinco de sus diez primeros compromisos ligueros dio la sensación de poder sumar más de lo que estaba sumando y si no lo consiguió fue porque la suerte tampoco estuvo de su lado. Pero en sus mejores actuaciones la plantilla se había mostrado competitiva, algo evidente que algunos nunca supieron valorar, lo cual invitaba al optimismo si se cambiaba el chip. Pero el 3-0 de San Sebastian marcó un antes y un después. Al Almería le estaba pasando como al país en los años anteriores a la crisis: Vivía por encima de sus posibilidades. Es decir, el Almería no había asumido su condición de equipo modesto, quería vivir como un grande y eso le llevó a estrellarse porque al buscar el juego bonito y de ataque se desequilibró en defensa.
Pero el cuerpo técnico reaccionó puso los pies en el suelo, asumió su condición de equipo modesto y decidió cambiar su filosofía de juego buscando los resultados desde los cimientos, es decir parando la sangría de goles que le había llevado a recibir más de dos tantos por encuentro disputado en Primera.
Así tenemos a un Almería que se planta en Mestalla con tres centrales, es decir una retaguardia de cinco. Contiene bien los ataques del rival, que sólo le puede batir por medio de un penalti injusto, peor llega vivo a una segunda mitad en la que entran hombres desequilibrantes de refresco que hacen realidad el sueño de la victoria. A partir de ahí el Almería vive sus particulares ‘diez días de oro’ en los que hace pleno al nueve y se mete de lleno y en igualdad en la lu