La Voz de Almeria

Tal como éramos

La calle que subía hasta el Santo

La calle San Cristóbal llegó a tener más de trescientos vecinos en los años de la posguerra

La calle de San Cristóbal empezaba por arriba a los pies de la plaza del mismo nombre y desembocada al sur en la calle Pósito.

La calle de San Cristóbal empezaba por arriba a los pies de la plaza del mismo nombre y desembocada al sur en la calle Pósito.

Eduardo de Vicente
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En el cerro donde hoy disfrutamos de un hermoso mirador que llega hasta el monumento del Corazón de Jesús, existió un gran arrabal que en los años de la posguerra llegó a tener a más de mil vecinos empadronados. Cuesta trabajo creer que sobre las empinadas laderas del cerro se pudieran mantener firmes las casas y que en aquel paisaje de piedras, tierra, sol y cal sobrevivieran tantas familias a lo largo de tantas décadas.

Cuando terminó la guerra y el problema de la vivienda azotó con crudeza la ciudad, con cientos de familias viviendo en condiciones infrahumanas, el popular arrabal de San Cristóbal se vio tan poblado que era imposible encontrar una casa vacía; era tanta la demanda que algunas familias que habitaban el barrio se vieron obligadas a acoger a realquilados que compartían los mismos muros y hasta el mismo váter y la misma cocina.

En aquellos tiempos de afinamiento y pobreza, hasta uno de los torreones que coronaban las murallas de San Cristóbal estaba habitado. La inquilina era una mujer de mediana edad, María Fernández Rodríguez, natural de Adra, que vivía en la atalaya con sus cuatro hijas.

Entonces, el barrio del Santo, como lo llamaban sus propios habitantes por el Cristo que los guardaba, tenía dos calles principales: la calle San Cristóbal y la de Mirasol. La primera era su gran ‘avenida’ y recorría el arrabal de norte a sur, desde la plaza del mirador hasta la calle Pósito. La calle de San Cristóbal llegó a tener más de trescientos vecinos. Era una cuesta sin descanso que cuando venían los temporales de lluvia se convertía en un torrente de agua y barro. En los días de viento, cuando el poniente parecía anunciar el fin del mundo, la gente de San Cristóbal tenía la sensación de que las piedras milenarias sobre las que se levantaban sus casas iban a echar a volar de un momento a otro.

Sus viviendas eran casas humildes de dos habitaciones, algunas con patio, otras con recursos tan escasos que no contaban ni con un agujero para que los vecinos pudieran hacer sus necesidades, por lo que muchos no tenían otro refugio que desahogarse entre las pencas del cerro.

A pesar de la estrechez de las viviendas, allí crecieron muchas familias numerosas en un tiempo en el que era difícil encontrar un hogar con menos de tres hijos. En aquel enjambre de casas y de vida, nació y se crió un célebre personaje de Almería, Enrique el Chaquetas, cuya fama le debe mucho al programa de TVE ‘Informe Semanal’, que en el mes de junio de 1979 exportó su imagen a todo el país cuando rodaba el reportaje sobre el ascenso del Almería a Primera División. Como ejemplo de la indomable afición almeriense mostró un primer plano donde se veía al bueno de Enrique el Chaquetas llorando como una plañidera con unas cuantas copas entre pecho y espalda. No faltaron, días después, los que pusieron el grito en el cielo y dijeron a aquello de “vaya imagen que han dado de Almería los de Informe Semanal”.

Tan importante como la calle de San Cristóbal era la calle Mirasol, que también atravesaba el barrio de norte a sur, pero que hasta 1933 no tuvo salida hacia la plaza del mirador. Ese año, los vecinos solicitaron al Ayuntamiento que se tiraran dos casas para poder tener acceso por el norte al caño de agua que existía en la carretera de subida.

La calle Mirasol de los años de la posguerra tenía 270 vecinos empadronados y contaba en su interior con un espléndido patio que estaba habitado por treinta vecinos. Aquel rincón era conocido como el Patio del Cubano, en honor a un vecino ilustre que a finales del siglo XIX llegó a la calle procedente del Caribe. La calle de Mirasol era la más fértil del arrabal del cerro a juzgar por el número de familias numerosas que la habitaban, entre ellas, la del panadero Francisco Jiménez Muñoz, con diez hijos; la del ferroviario Juan García Torres, que tenía ocho, y la del guardia municipal Andrés Benete Ruescas, que trajo ocho hijos al mundo.

La calle Mirasol vivió días de esplendor cuando en los años sesenta los vecinos pudieron disfrutar de su propio caño de agua y así no tener que subir toda la cuesta para llenar los cántaros en la fuente que existía en la carretera, en la subida oficial por la calle Antonio Vico.

Estas pequeñas fuentes abastecían de agua a toda la zona, por lo que era tan frecuentadas que había que ponerse en cola para esperar el turno. Los caños hacían también una función social. Las mujeres repasaban sus vidas mientras llenaban los cántaros y allí se enteraban de los noviazgos, de los embarazos, de los casamientos y de las muertes que iban marcando el pulso del barrio.

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