La Voz de Almeria

Tal como éramos

El bar que competía con Los Claveles

En 1963 el empresario Juan Zabala abrió la cervecería Goya en la Puerta de Purchena

La cervería Goya estaba en la Puerta de Purchena al lado de Jeramo, la tienda de Molina Hermanos.

La cervería Goya estaba en la Puerta de Purchena al lado de Jeramo, la tienda de Molina Hermanos.

Eduardo de Vicente
Publicado por

Creado:

Actualizado:

En la Navidad de 1963 en la Puerta de Purchena reinaban las jibias del bar Los Claveles y los pavos del restaurante Imperial. Se puede asegurar que el olor que emanaba de la plancha de Los Claveles era uno de los perfumes oficiales de la ciudad, del que más orgullosos estábamos, ya que el otro olor que nos caracterizaba, el de la fábrica de la Celulosa, era una condena.

La jibia de los Claveles se disfrutaba tres veces: una con el olfato, a medida que uno se iba acercando al establecimiento; otra con la mirada, cuando apoyados en la barra contemplábamos aquel ritual de darle las vueltas necesarias con la espátula para que estuviera en su punto; y por último cuando la recibíamos caliente en el plato y la saboreábamos en el paladar. Nadie supo explicarme nunca por qué la jibia de los Claveles era distinta. El género era parecido al que llegaba a los otros bares, pero en las manos de la familia de las Heras el pescado se iba llenando de matices hasta convertirse en un prodigio de la hostelería. Los Claveles no solo destacaba por sus tapas, también por el ambiente que se respiraba dentro. Estaba situado en la Puerta de Purchena, pero dentro mantuvo siempre su condición de bar humilde, abierto a toda clase de públicos. Tampoco era un escenario delicado: si los clientes tiraban las servilletas al suelo nadie se quejaba, entre otras cosas porque en otro tiempo era una costumbre muy común en la mayoría de los bares de la ciudad.

A un paso del famoso bar de las jibias estaba el restaurante Imperial, que en los años sesenta vivía sus días de apogeo. Era uno de los más importantes de Almería y una referencia cuando llegaba el mes de diciembre. La víspera de Nochebuena el restaurante Imperial cerraba sus puertas. Durante un día no abría al público y todo el personal del establecimiento se entregaba a la preparación de los exquisitos manjares que llenarían las mesas de muchas familias almerienses. La elaboración artesana de los platos más cotizados como el pavo trufado, requerían un trabajo intenso en el que participaba todo el equipo de empleados. La víspera era un ajetreo constante, nadie descansaba para que al día siguiente el Imperial pudiera cumplir con la amplia lista de pedidos que le llegaban. Un mes antes de Navidad, las familias ya estaban encargando sus cenas. La gente se asomaba a las puertas de cristal para contemplar los manjares: pavos, cochinillos, cintas de lomo, calamares rellenos, marisco, perdices, huevo hilado.

En aquella Navidad de 1963 apareció en escena un nuevo bar que se instaló en la Puerta de Purchena, en la acera de enfrente del bar Los Claveles, justo al lado de la gran tienda de tejidos y confecciones que allá por el año de 1957 abrieron los hermanos de la sastrería Molina como ampliación de su primitivo negocio.

El nuevo bar nació con el nombre de Cervecería Goya y quiso hacerle la competencia al famoso palacio de las jibias. Su promotor, el empresario Juan Zabala, montó una plancha extraordinaria y puso a disposición de su distinguida clientela los mejores mariscos que llegaban por la mañana a la lonja, pero no llegó a alcanzar nunca el éxito de su rival ni tuvo una vida tan larga. Las tapas eran extraordinarias, pero no podían superar a las incomparables jibias de la acera de enfrente.

Al bar Los Claveles, al restaurante Imperial y a la cervecería Goya se unía, en aquellos primeros años sesenta, otro icono de la hostelería almeriense que había sido un templo en la posguerra y que en 1963 empezaba a dar síntomas de decadencia. Era la bodega Tonda, situada en la Plaza de San Sebastián, a unos pasos de la Puerta de Purchena. Era un lugar distinto al resto, que aún conservaba su atmósfera de bodega masculina. Su clientela era variada, según la hora del día: a primera hora pasaba mucha gente de la vega y de la alhóndiga a beberse las copas de aguardiente con limón, y un combinado que llamaban barrachina, que era Moscatel con un chorro de anís. A media mañana empezaban a llegar grupos de hombres que se juntaban alrededor de unas cuantas botellas de Valdepeñas. El vino era el producto estrella en una época en la que las tapas eran austeras y no pasaban de unas simples aceitunas partidas, patatas aliñadas con sal, cacahuetes, garbanzos o anchoas.

El vino se vendía también al por mayor y se despachaba mucho para la calle en garrafas de una arroba (16 litros) que era la damajuana, de media arroba y en una pequeña garrafilla de dos litros que le llamaban frasquita. Había clientes que se llevaban botellas de medio litro y una extensa clientela que prefería quedarse en el local y beberse los chatos en la barra o en el reservado que existía en el interior.

Por aquel tiempo hubo otro bar en el entorno cercano a la Puerta de Purchena que también quiso seguir el camino de Los Claveles haciendo de las jibias a la plancha su tapa insignia. Era el bar El Negresco de Manuel Martínez, un santuario para los adolescentes que sin tener la edad oficial buscábamos la complicidad del dueño y al abrigo del mostrador nos tomamos nuestros primeros tubos de cerveza con su reglamentaria tapas de jibia que estaban casi tan buenas como las que ponían en Los Claveles.

tracking