La Voz de Almeria

Almería

Adiós a Juan García Latorre, guerrera verde oliva, querido profesor de latín

Se ha ido un docente genuino, siempre a su manera como Sinatra, un divulgador como pocos de la historia ecológica de Almería

El profesor Juan García Latorre en la redacción de La Voz de Almería hace 22 años.

El profesor Juan García Latorre en la redacción de La Voz de Almería hace 22 años.

Manuel León
Publicado por

Creado:

Actualizado:

Era doctor en Historia y coordinador del Instituto de Estudios Almerienses; fue el creador del primer Museo de Historia Ecológica de Almería ubicado en Alcudia y autor de un libro delicioso titulado ‘Almería hecha a mano’; era todo eso y más, Juan García Latorre, que se acaba de ir demasiado pronto, pero para muchos alumnos del Instituto de Vera fue, sobre todo, nuestro profesor de latín: guerrera verde oliva, como su estuviera en Bahía de Cochinos haciendo la revolución; un revolucionario en las clases que había en el Internado hablando en el idioma de los santos y de los papas, tratando de explicarnos a Cicerón, siempre deprisa, moreno, de piel cetrina, con sus gafitas de haber leído mucho a Marx y a Engels, a Sartre y a Camus, así era Juan en aquella década de los 80, cuando el conserje Blas nos vendía agua fresca del botijo a peseta el buche; así era ese Juan, profesor de latín de una generación que iba a jugar a las cartas al bar del Susto (nuestra cabaña del Turmo) en cuya fachada había una pintada que preguntaba ‘Qué es lo que tienes en el coco que te limita la imaginación’; así era ese Juan García Latorre, siempre deambulando deprisa por las aulas, como si estuviera perdido con el doctor Che Guevara en un manglar cubano, enseñándonos las declinaciones, el vocativo y el ablativo, rosa, rosae, rosa, compartiendo claustro con Juan Blas el Mono, el Físico, Juan Pasivo o Facundo Giménez, invitándonos a pensar por nosotros mismos, hablándonos como se habla a un colega en el Solazo Fest, aunque aún no existiera eso; porque lo que existía era Jethro Tull o Leif Garret o Los Bee Gees en el forro de nuestra carpeta escolar. De vez en cuando, el muchacho que llevaba dentro le hacía apostatar y en vez de explicarnos las Catilinarias, se evadía y se sumergía en sus pasiones para relatarnos su última excursión y las montañas y valles que había cruzado.

Fumaba mucho Juan, como un corredor de apuestas, y a veces se venía con nosotros en el Caito, compartiendo asiento como un alumno más; en ese tiempo, en ese curso, que ninguno sabíamos lo que queríamos, siempre estaba él para hablarnos en nuestro mismo dialecto; siempre estaba él, Juan García Latorre, en ese tiempo de náufragos que es la adolescencia, en ese tiempo en el que apenas habíamos empezado a escribir el libro de nuestra vida. Duró poco en Vera, Juan, el revolucionario que daba latín, apenas un curso: un día supimos que se había ido, pero no lo echamos de menos, porque en aquel tiempo de granos y flequillo, no echábamos de menos a nadie; todo era demasiado fugaz; pero con el tiempo, cada vez que lo recordábamos, volvíamos a admirar su aire distraído, su aspecto diferente, su sabiduría sobre las cosas de la naturaleza. Era entusiasta a su manera, brillante a su manera, original a su manera, como Sinatra, y tenía la chispa de la vida, como la Coca Cola, a pesar de ser antiamericano, al menos en aquel tiempo. Volví a encontrármelo muchos años después, conversando con él en una entrevista para el periódico, donde hablaba de los bosques que había tenido Almería, del alcornoque, de la encina, de los lentiscos y acebuches, del Desierto, de la agricultura intensiva, de la riada del 73, de todo lo que tenía que ver con el hábitat, con la flora, con la fauna. Era de esa gente que salía el campo y veía lo que nadie ve, como aquel Rodriguez de la Fuente de ‘El hombre y la tierra’, descubriendo el canto de una abuvilla junto a un arroyo. Descansa en paz, profesor.  

tracking