La Voz de Almeria

Almería

Cuando nadie nos cacheaba en la puerta

A los hinchas nos registran en el estadio y no nos dejan pasar ni una inocente mandarina

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Antes, cuando íbamos al estadio de la Falange y después cuando construyeron el Franco Navarro, el portero te saludaba por tu nombre y te preguntaba por la familia, y en medio de la conversación tenía tiempo para preguntarte: “¿Qué. Vamos a ganar hoy?”.  Íbamos al fútbol con ánimo de fiesta y abundaban las peñas y los grupos de amigos que con la coartada del partido organizaban auténticos banquetes en las gradas donde no faltaba un buen jamón, una manta de tocino, la bota de vino, latas de cerveza, el saco de habas y para rematar la  tarde la petaca llena de coñac para el postre. Íbamos al fútbol como el que sale de excursión, dispuestos a  pasar dos horas de grandes  emociones con el estómago lleno.

Atravesábamos la puerta cargados: el que no llevaba comida llevaba en la mano el transistor para escuchar los partidos, o la bandera con su palo correspondiente, o aquellas carracas de madera que hacían un ruido insoportable sobre el banquillo visitante. Y no nos encontrábamos delante con ningún vigilante que nos detuviera y que pensara que éramos potencialmente peligrosos por llevar una manzana en la cesta o porque nuestro pequeño aparato de radio pudiera servirnos de proyectil para lanzarlo con tino sobre la cabeza del señor colegiado. 

Ahora todo es distinto. Vas al estadio a ver al Almería y un guardia de seguridad te cachea de arriba a abajo por si llevas una metralleta en el calcetín y como te descuides después te reciben los policías unos metros más atrás y te piden  el carnet para que entres al graderío con dos pullas hasta la bola y cabreado. Y si el pobre hincha sufridor tiene la osadía de quejarse mientras lo registran como a un delincuente, el vigilante le dice: “Si tiene alguna queja se las da al club”, frase que tiene que volver a repetir porque con la última moda en nuestro estadio de poner Heavy Metal por los altavoces hay que hablar muy alto para entenderse a la primera.

Y si a un niño lo cazan en el torno con una botella de agua de plástico saltan las alarmas y la pareja de vigilantes acude para quitarle el tapón, que ya sabemos todos el peligro que puede tener una botella de litro de plástico, sobre todo si el agua es del grifo. Y pobre de aquél aficionado que tenga la perversa ocurrencia de llevarse al fútbol una mandarina. Las mandarinas, como las manzanas, o las peras gordas, están consideradas en nuestro estadio a la altura de un arma de destrucción masiva, por lo que si el aficionado no quiere que se la requisen y lo dejan en vergüenza en la cola del  torno, sólo tiene dos caminos: o tirarla antes de entrar o comérsela con la cáscara incluida por si acaso tampoco lo dejan entrar con las cáscaras.

El fútbol de antes era más inocente y nadie estaba bajo sospecha mientras no demostrara lo contrario. No existían los ultras, ni las bengalas en las gradas, ni los cánticos a coro, pero uno podía decirle libremente al linier que en esos momentos su mujer estaba con otro mientras él seguía amargándonos la tarde, y no pasaba nada. No actuaba de oficio el juez único ni se reunía el comité de competición, ni el de antiviolencia para juzgar a ese hincha que se había acordado de la señora esposa del juez de línea.

Hoy son tantas las trabas en el fútbol que lo mejor sería ir al estadio en bañador, con lo mínimo y así, el que quiera registrarnos tendría que buscar en un solo escondrijo. Se están multiplicando los casos, cada vez que el Almería juega en casa, de aficionados que se quejan amargamente de los registros, de que busquen en los bolsillos de sus hijos, de que les repasen las bolsas. Acabaran pidiéndonos el teléfono móvil por si acaso hubiéramos recibido algún mensaje que se pudiera considerar peligroso. 

Hay quien se está pensando muy en serio no volver. Romper el abono y cambiar de rol para  convertirse  en un aficionado de televisión y sofá. Ir al estadio empieza a ser una tortura: el sufrimiento de que te registre un desconocido y los malos ratos que después nos hace pasar el equipo.


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