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La Venta del Molinillo

La Venta del Molinillo

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Muchos almerienses de los que hicieron hace tiempo la Comunión recordarán que una de las experiencias gratificantes de los viajes a Granada (cuando aún había que ir a Granada para muchas cosas) era la parada obligada a estirar piernas y alegrar el estómago en la Venta del Molinillo, enfilando ya el Puerto de la Mora. Allí, uno se bajaba del Simca-1000, respiraba aire de eucalipto, se aseaba en el lavabo, se tomaba unas raciones de jamón y queso y continuaba carretera y manta. Y por la ventanilla se veía la choza del ‘Santo Manuel’, con las decenas de coches en romería aparcados a su puerta. Hace años cerró sus puertas la Venta del Molinillo y el curandero murió. Lo que era un lugar de culto -para unos por las lonchas de serrano y para otros por la leyenda del santero- ahora se ha convertido en un lugar desalmado donde reina la soledad. Lo mismo le ha ocurrido a tantos negocios de carretera que poblaban la N-340 en Almería: han cerrado o sobrevivven adaptándose a unos tiempos que, como el protagonista de The Artist, ya no serán nunca iguales; aquellos tiempos de carreteras secundarias en los que para llegar a la capital desde el Levante se invertían dos horas y un cuartillo; tiempos en los que reinaban tabernas, botillerías y mesones dispuestos al pie del polvoriento camino: como El Compadre, en la infinita recta de Tabernas, aún abierto; la Venta la Viuda en Sorbas, con toda su leyenda negra; La Cepa, con sus habas con bacalao, Santa Ana, en Húercal; o la Venta El Pampanico, en la carretera de El Ejido. Lugares imborrables para la memoria de miles de almerienses, que el progreso y la mejora de las comunicaciones han teñido de sepia, como no podía ser de otra manera.

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