Escudarse en el accidente geográfico para justificar una medida legalmente cuestionable es, más que una contingencia, un verdadero siniestro. Lo digo porque la sala de la Audiencia Nacional que preside el juez Fernando Grande Marlaska, afirma en una reciente sentencia que la isla de Alborán sólo es una “roca”, apreciación que le ha dado pie a soltar a siete narcotraficantes que habían sido apresados en sus inmediaciones a bordo de un barco con 14.370 kilos de hachís. Criaturas. Líbreme Dios de discutirle a un juez las razones que puedan empujarle a abrir la jaula a semejantes pájaros, pero permítanme que discrepe de la sublime (por aquello de hacer pasar lo sólido al estado gaseoso) descripción que hace Su Señoría de esa parte del término municipal de Almería agregado históricamente al barrio de Pescadería, tan almeriense y tan español como la misma Puerta Purchena. Me imagino que en la parte de infierno que le haya correspondido, el corsario tunecino Mustafá ben Yusuf el Magmuz ed Din (Al-Borany), estará echando leche por un colmillo al ver la pública humillación del magistrado al islote que le perpetúa en la memoria colectiva de los mapas. Como almeriense (que además ha pisado la isla) me atrevo a recomendar respetuosamente su señoría que juzgue con mayor perspectiva y no se refugie en la levedad litoral de ese trozo de Almería para poner en solfa su españolidad y la territorialidad de sus aguas circundantes. Tan modesta en lo geográfico es Alborán como la también minúscula Perejil, cuyo intento de ocupación por parte de Marruecos provocó una respuesta militar al alba y con viento fuerte de levante. Ahí no hubo dudas ni zarandajas. Y es que la clave de la cuestión no está, a mi juicio, en los atlas sino en los códigos y en las reformas de los códigos. Pero ese no es mi tema: eso sí que es un peñazo.