Hoy, la televisión
Hoy, la televisión
Esto de la tecnología avanza que es una barbaridad. Hasta hace bien poco un receptor de tv consistía en una abultada caja que contenía un pesado tubo de rayos catódicos y gran cantidad de componentes electrónicos. Ahora, con los nuevos avances, una tv es una discreta protuberancia que nace de la pared o se inserta en los más atrevidos ambientes decorativos. Se ha perdido el concepto tv-mueble sobre el que se colocaba un portarretratos, un tapetillo, una grácil figura de Murano o, en entornos más castizos, la gitanilla y el torito zaíno; sin menosprecio de la aguerrida muñeca legionaria junto al retrato del vástago destinado en Regulares de El-Aaiún.
Ya nada es lo mismo. Las smart tv imposibilitan la colocación de cualquier objeto por incapacidad física debido a su tremenda estrechez. Sin embargo, las operadoras (los canales) no son ajenas a esta contingencia y, en apelación a las tradiciones, aportan infinidad de colgajos durante sus respectivas programaciones.
Si usted acaba de adquirir una smart tv seguro que habrá reparado en las especificaciones técnicas que le provean imagen y sonido impecables.
Sin embargo, independientemente de los canales sintonizados, verá que eso de la HD (alta definición) aún no ha llegado a su ciudad; tal que ocurría con la UHF. Y si es amante del cine aguardará impaciente la emisión del gran estreno y, cuando llega el día de la emisión, comprobará que comienzan a aparecer por las esquinas de la pantalla innumerables mensajes. Son como unos mundillos minúsculos que nacen en las esquinas y anuncian cosas, informan, recuerdan… o sea, joden la película. De nada vale que el director del film haya contratado los servicios del mejor director de fotografía y filmado con las técnicas más avanzadas.
Las mejores escenas quedarán chafadas y el ambiente general queda distraído y contaminado por esos mundillos de las esquinas que, en algún momento, logran jalonar todos los vértices de la pantalla. Y sin olvidar que, cuando se trata de versión original subtitulada, aparecerá con toda seguridad una banda inferior que informa de la próxima serie infumable que termina ocultando los subtítulos de un diálogo esencial en la trama.
Si usted sintoniza un canal temático para sucumbir al encantador sopor vespertino, de repente ¡ostias! Un sonido ensordecedor le desvela; es la publicidad, que irrumpe con la intensidad de un 747 con perla en la bujía. No entiendo a qué se debe ese desmesurado desnivel “deci-bélico”. Es como una guerra permanente por incitar al espectador a cambiar de canal por tan desagradable irrupción. Además, las llamadas smart tv carecen de procesadores de audio para normalizar los niveles acústicos. Tan pronto pones el mando a tope para enterarte de los diálogos (con películas españolas es imposible por ininteligibles) y, de pronto, la publicidad hace crujir el forjado.
Otro efecto afecto a la emisión de la publicidad es “volvemos en… minutos”. Jamás se cumple. Después del tiempo anunciado vienen nuevas promociones y patrocinios que exceden generosamente del anunciado compromiso de retorno. Y aquí existe un mimetismo que se distingue con algunos refinamientos: “volvemos antes que nadie”, “volvemos en un instante, un pis pas…”.
El efecto mimético ha logrado pervertir la vaca sagrada de la programación televisiva: los telediarios. Estos informativos “estrella” han dejado de pivotar sobre los clásicos pilares de la información: internaciona