¿Hace frío fuera de la política?
Nota aclaratoria: No juzgaré. Que conste que, como ciudadano -antes que periodista-, no estoy dispuesto a condenar a quienes orientan toda su vida profesional por los derroteros políticos -los hay que no saben hacer otra cosa y los hay que ejercen con interés general-, pero es, sin embargo, una obligación personal reflexionar acerca de la ética en la vida pública en tiempos en los que el yugo de la inmoralidad ha manchado por igual a los que se dedican a gobernar o a fiscalizar a quienes gobiernan.
Solo el hombre, a veces tan irracional y salvaje, dispone de palabras para discernir. Somos, más que nada, logos, y, en esencia, razón: el único ser con capacidad para distinguir, en libertad, la siempre delgada linde entre lo bueno y lo malo. Es ahí, en ese necesario dominio de la razón y la voluntad de procurar el bien común, donde nace la vocación por la política. Y es ahí, anclados los principios y los valores, donde encontramos la figura de Miguel Ángel Castellón, ese joven concejal y exdiputado provincial del PP que, renunciando al calor del poder actual y, tal vez, a una década de sueldo asegurado -acaba de cumplir 40 tacos-, ha optado por buscarse la nómina en la esfera privada.
La decisión de Castellón de abandonar esa primera línea abraza su lógica en dos argumentos sensibles: el primero es el hastío -"cuando la Tierra se ha convertido en un húmedo calabozo, donde la Esperanza, como un murciélago, se va dando golpes contra las paredes con sus tímidas alas y chocando la cabeza con los techos podridos" (Spleen, Charles Baudelaire), del que se derivan el cansancio y la desazón que generan en el buen gestor el encuentro con la injusticia, la deseperación por una crítica infundada, la derrota psicológica desatada al combatir con las cloacas y la impotencia provocada en el intento de lograr el equilibrio entre lo posible y lo imposible; el segundo, vinculado al hastío, es la urgente necesidad de salir de esa rémora, el deseo de seguir la estela de la motivación para vivir, como Machado, "en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas", y, huyendo del bosque mediático, encontrar la oficina de cualquier polígono industrial donde la única metáfora posible es el trabajo. Sufrido, sí, sin límites, pero ajeno al escarnio de la envidia y la mentira. Sin focos, sin portadas, sin más juicios que el de la cuenta de resultados de la alta dirección de la empresa que pagará sus servicios prestados.
Poder Decía el político italiano Giulio Andreotti -hasta siete veces primer ministro- que lo que desgasta no es el poder, sino no tenerlo. Puede ser, pero seguramente es así si concebimos la política como un fin y no como un medio. Una de dos: o el político sirve o se sirve, vive o sobrevive. Si vive, si deja vivir, es lícito que quiera hacer carrera larga y que, en la larga lucha entre ángeles y demonios, orille las tentaciones y contribuya, con sus limitaciones, a la sociedad. Ahora bien, si su afán es la supervivencia la praxis del político es muy peligrosa, pues estamos entonces ante un depredador al que le sobran razones para enterrar cadáveres, a veces asumiendo una doble personalidad: encantador en las distancias largas, pero hipócrita cuando la luz corta airea su inquietante rostro.
Castellón está en esa vía de políticos que han querido servir con pasión a su causa -bien o mal, allá el tiempo- hasta que, llegado el momento, en un verano cualquiera, situado frente a sus padres en una cena íntima, colige: "Me voy". Ese "Me voy" de Miguel Ángel Castellón no es un síntoma de cabreo intestinal por motivos de contestación dentro de su partido, aunque sé que Castellón ha sufrido con los escándalos de muchos de sus compañeros madrileños y valencianos -indeseables corruptos-. Ese "Me voy" no es tampoco una huída por sombras en la administración del dinero público. Ese "Me voy" es razón y es logos, es palabra mesurada, es pensamiento labrado desde el miedo al cambio, pero afincado en la creencia de que la política es efímera. Pesa, y pesa el poder. Sobre todo si ves como, a los cuarenta años, el alma se hace vieja si no se persiguen los sueños. En la política, a veces hay más dióxido de carbono que oxígeno. Se exhala más que se inhala. Y en los polígonos no siempre hace frío. Pues sí, Castellón es un ejemplo.