Regenerar sin destruir
Los años de crisis que hemos atravesado y el abismo de incertidumbre en el que nos encontramos han animado la capacidad que tenemos los seres humanos para “ficcionar”, para idear escenarios que nos permitan entender la realidad que nos rodea, para darle sentido a un entorno cuanto menos desconcertante. Asistimos a una descomposición y recomposición de la realidad en función de los fines políticos, lo que nos lleva, en el orden reflexivo, a plantearnos el juego interconectado entre ideología y realidad en el que no sólo los contenidos de los mensajes son objeto de crítica sino también las formas de la retórica. O dicho de otro modo, el uso y abuso que se hace de la demagogia para apelar a emociones y no a razones.
Es comprensible que en épocas de crisis como la actual, que se prolonga ya más de lo deseado, se ponga en cuestión el sistema político que ha llevado a tal situación. Hay generaciones de ciudadanos que por una mayor experiencia vital o por haber participado en la ola de cambio que supuso el proceso de asentamiento de la democracia en nuestro país mantienen en su memoria la ilusión que produjo dicho cambio y valoran en extremo dicho logro. Por ello, y por experiencia vital quizás, aquellas generaciones se pueden mostrar más pacientes ante la travesía del desierto que suponen las situaciones de crisis. No sucede igual con las generaciones más jóvenes, que entienden que las deficiencias en el funcionamiento social pueden estar asociadas directamente a su falta de expectativas o a las dificultades para un desarrollo personal. Una parte de la ciudadanía se ve tentada de culpar al sistema de los males que les aquejan, sin reparar en que, por un lado, éste ha funcionado razonablemente bien durante una largo período de tiempo y la comparativa histórica de datos sobre progreso y garantías sociales ahí está; por otro, en que puede que sea el factor humano que lo sustenta el que produzca los fallos, no tanto el sistema en sí.
Democracia Si bien es cierto que la regeneración de la vida política no puede esperar, sobretodo para los más jóvenes, también es cierto que el sistema democrático se apoya en la creencia colectiva de que es la mejor fórmula de ordenación social, de igualdad de oportunidades y de mayor protección a los ciudadanos. Es a estos jóvenes precisamente, los que se están insertando ahora de manera activa en la sociedad, a los que hay que dar una respuesta más clarificadora desde las fuerzas políticas. Es necesario mostrarles que el sistema democrático tiene, a pesar de sus defectos, mecanismos para regenerarse sin necesidad de destruir aquello que ha funcionado razonablemente bien y ha permitido, durante décadas, una convivencia y un progreso sin igual en la historia de Europa, también en la de nuestro país.
El riesgo está ahí. A la poca cantidad de realidad que somos capaces de asumir los seres humanos se le unen las peculiaridades de las propuestas populistas que, con su origen en la frustración social y ofreciendo soluciones sencillas a problemas complicados, se convierten en verdaderos reclamos para determinadas personas. Y es que, a pesar de que un análisis profundo y riguroso deje en evidencia la viabilidad de estos planteamientos políticos, es evidente que son percibidos por algunos ciudadanos como la única salida a una situación enquistada. Cuando el ser humano no encuentra respuestas adecuadas en su realidad, suele construir ficciones. Las propuestas populistas son conscientes de esta desafección hacia el sistema y en ella encuentran su razón de ser.
Es necesario transmitir que es posible recuperar la ilusión, y que es esa fuerza intangible que lo mueve todo, precisamente, la única que puede impulsar la modernización de nuestro sistema democrático. Para conseguirlo es necesario rearmarse de argumentos, y sobretodo de medidas, porque el tiempo de espera de las nuevas generaciones se puede traducir en una definitiva pérdida de confianza en las instituciones políticas. Por el contrario, si se subsanan los desajustes que han abocado a esta época de crisis, si conseguimos una efectiva igualdad de oportunidades asociada al esfuerzo, si los que regulan el sistema son capaces de dar respuesta y devolver la ilusión a la sociedad, se reforzará el sistema democrático y podremos centrarnos en el objetivo principal que debe constituir la base de toda actividad política: el bienestar de los ciudadanos.