¿Por qué no puede hacer Almería lo que ha hecho Málaga, Granada o Murcia?

Carta del director

El próximo 28 de mayo se celebran las elecciones municipales.
El próximo 28 de mayo se celebran las elecciones municipales. La Voz
Pedro Manuel de La Cruz
20:35 • 20 may. 2023

Hace apenas unos días un político de cuyo nombre no encontrarán huella en ninguna de las candidaturas que se presentan el próximo domingo, pero sí puede despertar el lunes más debilitado o fortalecido en función del resultado de esa noche, se sorprendía con indisimulado cinismo del espacio mediático que la próxima inauguración del Museo del Realismo está acaparando en los medios de comunicación de la provincia. La capital va a contar con un espacio único en España y, como el torpe que se queda mirando el dedo y no la luna que señala, lo que demostraba con una visión tan reducida es la capacidad que tienen algunos de enfatizar lo anecdótico obviando lo que realmente importa. La mediocridad siempre encuentra más acomodo en lo periférico que en lo nuclear.  



Esta vez fue el Museo del Realismo, pero esta actitud reduccionista por absurda (o absurda por reduccionista) evidencia una forma de ser y estar muy común en un sector de la sociedad almeriense, sobre todo de la capital.  



Desde que el pleno presidido por Santiago Martínez Cabrejas dio el visto bueno urbanístico para la llegada del Pryca, la mayoría de los proyectos que se han abordado en la capital siempre han encontrado un premeditado rechazo en un sector de la ciudadanía que tiene en el “qué dices que me opongo” y en el “abajo el que suba” sus dos constantes más vitales. Sucedió con esa primera gran área comercial, pero también con la urbanización de la Rambla, el desarrollo del Toyo, los mil y un intentos de peatonalizar el Paseo, la llegada de nuevas áreas comerciales, la remodelación de la Plaza Vieja, la recuperación solo para los ciudadanos de cualquier calle del centro, la construcción de parkings subterráneos, la aprobación de la Universidad, la llegada de la Legión, la realización de los Juegos Mediterráneos del 2005, la creación de una red de museos que facilite el acceso a la cultura y al conocimiento a los que viven en la ciudad o constituya un elemento de seducción para los que llegan a ella o la aprobación de la facultad de Medicina… Cualquier iniciativa que suponga un cambio o una alteración en la monotonía estéril de casino provinciano siempre ha encontrado enfrente una barricada de rechazo, la mayoría de las veces sustentado en un complejo de inferioridad irrazonado por irrazonable. ¿Por qué Granada, Málaga o Murcia han podido y pueden abordar grandes proyectos y Almería no? ¿Qué maldición bíblica condena a una ciudad a no alcanzar o superar las metas que otros han alcanzado?   



Como un día resumió con tino Luis Rogelio Rodríguez Comendador cuando era alcalde, “lo que les pasa a los almerienses- me dijo- es que cuando un alcalde comienza una obra todos se acuerdan, para mal, de su madre y, cuando la terminan, todos acaban diciendo viva la madre que te parió”.  



Esta forma de ser y de estar no es patrimonio de esta ciudad, es un sentimiento compartido por una gran parte de españoles dispuestos siempre a parapetarse en una barricada cuando alguien pretende mover las piezas del tablero. Ya se lo dijo el rey Carlos III al marqués de Esquilache la primera mañana del motín: - “No te sorprendas Leopoldo, a los españoles les pasa como a los niños: cuando alguien intenta lavarles la cara, lloran”. 



El desencanto del más brillante de los borbones y del marqués napolitano siempre ha encontrado un eco permanente en el conservadurismo español. Almería no solo no ha sido la excepción, sino que ha sido un escenario privilegiado para tan inútil actitud. Un conservadurismo- el almeriense- que no puede identificarse con el posicionamiento político al uso de izquierdas y derechas. Es una actitud reactiva transversal y en ella pueden coincidir un nostálgico del franquismo y un comunista de la vieja escuela. 



Lo curioso de esta actitud reactiva ante cualquier cambio en lo que muchos consideran con torpeza su zona de confort es que, más allá de Las Lomas y El Cañarete, en la provincia, esta actitud no encuentra eco.  



Adra, Roquetas, Vícar o El Ejido a poniente, y Mojácar, Níjar o Vera a levante- por citar solo algunos pueblos- son municipios en los que los nuevos proyectos colectivos han sido percibidos por la inmensa mayoría de los ciudadanos que los habitan como una oportunidad, nunca como un abismo por el que se van a despeñar. 


La capital almeriense ha cambiado mucho, pero el miedo de la clase política, de toda la clase política, a enfrentarse a ese frente negativista y opositor (reducido pero importante) a cualquier alteración de la rutina estéril ha condicionado, ¡y cómo!, muchas de las decisiones que se debían haber tomado y, o no se han tomado, o se han tomado tarde. 


El próximo domingo los votantes elegirán a quiénes van a dirigir el desarrollo de sus municipios en los próximos años. Sería un gran logro que los elegidos se olvidaran de estos francotiradores acomodados en la nostalgia de una estampa ocre en el que las ciudades y los pueblos nunca estuvieron mejor, aunque todos fuéramos más jóvenes. Porque no se añora un paisaje; se añora el momento en que fuimos felices en ese paisaje.  


Las ciudades y los pueblos son proyectos permanentemente inacabados. Y en ese viaje interminable en la construcción del futuro algunos de los nostálgicos del tradicionalismo capitalino podrían viajar a la provincia y aprender que su aldea no es el mundo, sino que el mundo es su aldea. No es tan difícil. Solo hace falta abrir la mente y creer en nosotros mismos.


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