La viuda de Almería que ha vendido mil libros

Los adolescentes ya no leen papel, pero acaban de abrir tres nuevas librerías en Almería

Paola y Eugenia, en la nueva librería low cost, Re-read, en la Plaza de San Pedro.
Paola y Eugenia, en la nueva librería low cost, Re-read, en la Plaza de San Pedro.
Manuel León
20:07 • 26 abr. 2023 / actualizado a las 20:28 • 26 abr. 2023

Hay una mujer almeriense que se acaba de quedar viuda y  lo primero que ha hecho, tras enterrar a su marido, ha sido vender su biblioteca: mil libros que están ahora en la  nueva librería low cost que acaba de abrir en la Plaza San Pedro, al lado del Lisboa. Allí están Paola y Eugenia estos días, clasificando los volúmenes del finado para revenderlos y que pasen a otras manos y que sean leídos por otros ojos. La señora viuda se va a Granada y, hay que comprenderla, no puede acarrear tanta página amarilla ahora que comienza una nueva vida.



Allí están, aún apilados en montañas, por ejemplo, un ejemplar de la 'Introducción a la Economía' de Ramón Tamames al lado de una Guía de Roma editada en los años 70. Quizá la viuda se enamoró de su marido, ahora muerto, 50 años atrás, en un viaje programado con la emoción de unos novios, mientras miraban embobados el Coliseo bajo la luna italiana. Una librería de libros de segunda mano, de esas del viejo Rastro de Madrid o de la Cuesta Moyano o de los puestos ambulantes que se ponen algunos domingos en nuestro Paseo Marítimo, es la mayor cura de humildad contra la vanidad intelectual: para los autores, que ven sus obras, tras años de trabajo, ofertadas a 1,5 euros la pieza, como si fuera chopped del Mercadona; y para los dueños de esos libros vendidos a bajo precio que adquirieron por el triple, quizá en la Picasso o en El Corte Inglés de Murcia, creyendo que de su lectura iban a salir más sabios. Yo tengo 4.000 libros en mi casa -no habré leído ni una quinta parte y ya nunca, por razones biológicas, los leeré- y, por ahora, me acompañan en silencio con sus lomos agrietados, mirándome desde sus estantes con rencor por tanto traslado, intuyendo yo, su dueño, que, quizá, dentro de unas décadas mis hijos vendan toda esa fábrica de papel - mi huella vital- en almoneda, a 50 céntimos el kilo, como ha hecho esa viuda que se va a Granada.



No hay nada que hable más de uno mismo que sus libros -espero que mis hijos respeten a mi querido Proust- o sus discos de vinilo o  sus juveniles cintas de cassette de carretera. Teniendo en cuenta que mis hijos, como los hijos de ustedes, no leen ya nada o casi nada en papel, eso es lo más probable que ocurra: que vayan a un cementerio de libros olvidados como el que imaginó Ruiz Zafón, como un desguace de coches por el que de vez en cuando aparece alguien al rescate de alguna pieza. 



A pesar de todo, el concejal Diego Cruz ha presentado, con aplomo y entusiasmo de cadete, una nueva Feria del Libro impreso en la Biblioteca José María Artero -qué nombre más bien puesto, nadie hizo más por el libro en Almería que él-  y la Rambla se llenará estos días primaverales de libros luminosos, ignorantes aún de su triste destino  final, en los puestos de madera de las editoriales, al tiempo que acaban de abrir tres nuevas librerías en la ciudad. No me cuadra, si ya nadie lee en papel como aseguran, tras los vaticinios del apocalipsis de la letra de molde.







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