Políticos ‘gamificados’

“Estos jóvenes políticos que no conocieron la Transición tampoco jugaron en los billares”

Javier Adolfo Iglesias
08:59 • 24 feb. 2022

Estalló el choque larvado durante meses entre Casado y Ayuso; explotó y se aceleró de forma imprevisible, con giros imprevistos como cualquier guerra de verdad. Al igual que Putin anunció el martes que va a tragarse Ucrania, barones y cargos del PP al final han aniquilado a Casado y Teo.  



Esperanza Aguirre habló de “chiquilicuatres” para referirse a la poca experiencia de estos políticos que han dirigido el PP durante tres años. Otros han usado recientemente calificativos como “infantiles”, “criajos” o “niñatos”.  Son Casado, Teo, Ayuso y Almeida, pero antes Albert Rivera y Pablo Iglesias. Todos nacieron después de la Transición, todos llegaron para cambiar la política sin conocer lo que había supuesto para España aquel ‘Por el cambio’ de 1982.



Llegaron con esa pretendida pero falsa pureza de la juventud y se tomaron la política como un juego de todo o nada, de suma cero. Ninguno de ellos había jugado en los billares, que en los 90 ya habían desaparecido. Los futbolines o salones recreativos fueron fundamentales en la educación moral y sentimental de los ‘baby boomers’ hasta que fueron desplazados por los videojuegos en casa, primero las consolas y luego los juegos online.



En  las películas ‘Licorice Pizza’ y ‘Las leyes de la frontera’ se recupera la memoria de estos locales de juegos para adolescentes, con su jungla controlada, en la que malos y buenos convivíamos alrededor del entretenimiento. En todos los billares había pandillas con un broncas como Teo, su amigo formalito Casado y el pagafantas Almeida.En los billares no faltaba una chica con misterio,  intocable e inaccesible. Francisco Umbral habría hecho hoy de Isabel Díaz Ayuso su musa preferida y la hubiera situado en un salón recreativo lleno de humo y ruido.



Estos jóvenes políticos que no conocieron la realidad de la Transición, no jugaron lo suficiente ni en la calle ni en los billares, donde se aprendía a nadar y guardar la ropa, a callar, ver, aprender y actuar. Nunca se merodeaba una partida de billar apartada y mucho más si eras menor. Si observabas una interminable partida ajena no osabas presionar al jugador hábil y chulesco, tanto con una petaco como en una máquina de marcianitos.



Con la llegada de los 80 estas primeras arcades con botones y ruiditos galácticos anunciaron lo que tendría que venir hoy en esta era digital, donde ya no se juega. La gamificación ha venido a sustituir al juego de verdad,  el de los billares. Y a la política de verdad, la de los billares.



Pablo Iglesias, Rivera, Teo, Casado y Ayuso son políticos ‘gamificados’, que por edad no jugaron en los recreativos llenos de droga y gente peligrosa sino que lo hicieron solo en sus ordenadores o consolas de casa, donde el mayor riesgo que vivieron es que se cortara el wifi. Por eso se han tomado la política como un juego de poder acomodados y protegidos en su habitación con un poster de Kurt Kobain colgado en la puerta.  



Se ve buen tipo Casado pero ha jugado online a ser luterano, protestante alemán en un país de parroquias. La presidenta de Madrid debía haber caído también en esta partida gamificada por el poder pero ya era intocable antes de su triunfo electoral. Sus enemigos la habían elevado  meses antes a una categoría mística al comenzar a ridiculizarla. Ayuso apareció con el rímel corrido y la mirada perdida en aquella portada con el primer funeral masivo por las víctimas del coronavirus. Comenzaron a llamarla “Ida” en memes burlescos que por milagro se convirtieron en estampitas de una nueva virgen de tez nacarada y ojos grandes y brillantes. Y si en algún lugar gusta sacar a hombros a las vírgenes ese lugar es España. Ayuso gusta porque tras su fotogénica fragilidad hay una choni quinqui de los recreativos, lo que sin duda habría cautivado a Umbral. A esa nadie la miraba, por si acaso es la novia de ese mayor llamado Alberto, que al fondo juega al billar.


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