Plácido Domingo

Luis del Val
22:03 • 10 jun. 2021 / actualizado a las 07:00 • 11 jun. 2021

Esta semana, en el Auditorio Nacional, Plácido Domingo recibió algo más que una ovación llena de afecto y reconocimiento a sus facultades demostradas a los ochenta años -esta vez en clave de barítono- sino una especie de resarcimiento a dos años de represalias excesivas, por una conducta de presunto acoso sexual, que jamás tuvo una prueba, y que se remonta a decenios del siglo pasado.



El movimiento “yo también” suscitó el entusiasmo y la memoria dormida de miles de mujeres que se acordaron, de repente, de que habían sido víctimas de lo que una feminista de guardia denominaría heteropatriarcado. El propio Plácido Domingo reconoció que es probable que su heterosexualidad le empujara a algunos entusiasmos que ahora son justamente considerados como inapropiados, pero no ha aparecido ninguna señora que reconociera que, gracias a sus “armas de mujer”, en la ópera, o en cualquier otra actividad laboral, haya ascendido, o le hayan concedido un puesto bastante superior a sus aptitudes profesionales, dejando en la cuneta a otras mujeres mejor preparadas y menos inmorales que ella.



Estoy rodeado de mujeres: excepto mi madre, que ya falleció, tengo esposa, hija, nuera, nietas, y compañeras de trabajo, algunas de ellas con talento e inteligencia esplendorosa. Si alguien acosara a una de las mujeres de mi familia o de mis compañeras, me volvería un ser primitivo, anhelante de venganza. 



Pero eso no me impide considerar que abolir la presunción de inocencia de un hombre, si es acusado por una mujer, es tan arbitrario e improcedente, como la ley musulmana, donde son precisos dos testimonios de mujeres para equiparar la acusación de un hombre. Me alegro de los aplausos a Plácido Domingo en la tolerante ciudad de Madrid, y espero que la racionalidad detenga al péndulo, porque no podemos ir de un abuso a otro, de un exceso a una exageración.







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