Elegantes tragedias (VI): El bello Cayetano

Sexta entrega de una serie de siete relatos negros sobre Némesis de Peláez

Mar de los Ríos
16:46 • 19 ago. 2020

Almería, 1949



Pase, Némesis, pase. Le he mandado llamar porque necesito otra vez tomar prestado su instinto sabueso. Créame que, si en España estuviese permitido que las mujeres se incorporaran a la policía, usted sería una de las primeras candidatas. 



—Pero vivimos en 1949 en esta piel de toro, inspector Ramos. Eso quizá pudo ser posible en la República si todo hubiese cuajado. Pero quédese tranquilo, que ya yo tengo suficientes tragedias como enfermera en la Cruz Roja. Vayamos al arroz con mango. 



Es un muchacho desaparecido hace cuatro días, Cayetano Callejón. Es un joven bien plantado de 23 años, al que se rifan las zagalas en los recientemente reinaugurados bailes del Casino. Fue allí donde lo vieron por última vez la noche del pasado sábado 6 de mayo, a las once y veinte de la noche. Estuvo flirteando con varios grupos de amigas a los que creemos haber interrogado al completo. También a sus dos mejores amigos con los que frecuenta los bailes, Paco y Amancio. Los tres trabajan en los talleres de Oliveros reparando la maquinaria del tren del mineral. De la noche de autos sabemos que Cayetano pidió un coñac en la barra del patio del Casino, se lo bebió de un trago y le dijo a su amigo Amancio, que andaba bailando un pasodoble, que se marchaba. Por las palabras que usó, Amancio pensó que había quedado con alguna muchacha en un sitio más íntimo y no preguntó más. Todos andaban inmersos en la jarana que se pretende en estos encuentros, acortar distancias con el género opuesto. 



Es lo último que se sabe de él. Procede de una familia obrera  que reside en la plaza del Quemadero. Su padre denuncia su desaparición en comisaría el domingo 7 de mayo a las 8 de la tarde, cuando, después de buscarlo por sus propios medios, no da con su paradero. No es un muchacho de broncas, ni excesivamente bebedor, no es conocido en las tabernas de la ciudad, ni tampoco se le identifica novia formal alguna. Su capataz dice que es trabajador y responde solventemente en el tajo en el que se le ponga. 



Y ahí estamos varados, Némesis. No tenemos ni idea por dónde seguir. Hemos recorrido el barrio de las Perchas con su retrato, hemos preguntado a  los camareros del Casino, a los serenos, pero ninguno nos ha dado un hilo del que tirar. 



—Ya veo, Ramos (quitándose la chaqueta y el sombrero panamá) Ofrézcame un té y déjeme que repase las transcripciones de los interrogatorios a ver qué se me ocurre.



*****


Al día siguiente Némesis de Peláez va caminando por la calle de las Tiendas en dirección a la Puerta de Purchena. En el bolsillo lleva tres nombres de muchachas y la última frase conocida de Cayetano antes de abandonar el baile del Casino, pronunciada a su amigo. Todavía no hay que pensar en lo peor. Un mozalbete de 23 años de uno ochenta de estatura, que acarrea piezas de vagones de tren todo el día, no debe de ser precisamente un posible cadáver fácil de esconder. Quizá el Adonis se fugara con alguna mujer misteriosa y estén disfrutando su amor a docenas de kilómetros. A veces pasa. ¿Y si ella fuese casada? Saca la foto del muchacho que le ha prestado el inspector. Es agraciado, sí. Moreno, ojos claros y rasgos clásicos, peinado con brillantina hacia atrás. Pero si hubiese huido con alguna mujer, existiría alguna denuncia del mismo día de su esposo, de su padre o de un novio abandonado, las mujeres de este país no pueden andar solas por la vida sin pedir permiso.


Y de todos los interrogatorios que releyó ayer, unos treinta, le ha parecido oportuno rescatar estos tres. Son amigas entre sí y disfrutan de la vida social de Almería. Némesis se para justo en la puerta lateral de la iglesia de Santiago. —Discúlpenme—, tiene que apartarse para que pasen varias mujeres con velillo, ha comenzado a rezarse el Rosario dentro del templo. Saca sus apuntes y relee. Las chicas son: Mariela Turón, de 20 años, empleada de la tienda de máquinas de coser Singer desde hace dos años, situada en el Paseo del Generalísimo. La segunda es su prima Antonia Turón, de 19 años, que vive en la plaza del Carmen nº 2 y se dedica a bordar ajuares de boda por encargo. Y la tercera integrante del grupo es una profesora de lengua del colegio El Milagro. Esta última se llama Rosa Blanes, es de Castellón de la Plana y lleva tan solo nueve meses en Almería. Vive en la Puerta de Purchena, en el portal que queda frente al cañillo del agua, tercera planta, letra B. Las tres están muy cerca para localizarlas. 


Empezará por la plaza del Carmen, queda a tres zancadas. Y allí encuentra a Antonia en la ventana de su casa bordando un juego de cama para una novia. —Se casa en octubre, sabe usted —le dice a Némesis cuando inician la conversación. No la invita a entrar. Antonia le sisea que su madre y su tía están dentro y que no saben que asiste al Casino algunas noches de sábado a bailar. Nunca aprobarían aquello. La idea de frecuentar esos bailes modernos en realidad ha sido de la profesora.


—Es que Rosa viene de Castellón y dice que allí se dan mucho estas fiestas. ¿Qué dónde la conocimos siendo ella una mujer con estudios y forastera? Fue por mi prima. En la tienda de Singer el año pasado había un cartel en el escaparate:  “Se alquila piso céntrico, amplio, entero o por habitaciones.”


Lo había puesto doña Mariquita. Ellas acababan de llegar a Almería como maestras, Rosa y su compañera de piso, Catalina. No, Cata no viene al Casino. Ella solo sale a tomar un helado o un café a media tarde los fines de semana. No le gusta tampoco venir al cine a ver películas americanas, ni las juntas con muchachos, ni pintarse los labios… Ella con lo que disfruta de verdad es pintando lienzos, hace unos paisajes muy bien parecidos, ¿sabe usted? Además planta tomates. Y todo en la terraza de su edificio. Sí, es un poco rarilla, muy callada, pero yo creo que es buena muchacha. 


¿Esa noche? Cayetano es que es muy gracioso y le gusta ir por los corrillos sacando a bailar a las mozuelas e invitarlas a alguna cosa chisposa. Claro, siempre a las más guapas. No, no señora, a mí no me invitó ni esa noche ni nunca. Yo creo que soy un poco basta para su gusto. Ha bailado varios sábados con Rosa. Es que ella es muy moderna, ¡hasta usa pantalones! Yo le he sacado el patrón de una revista alemana y se los voy a hacer, ¡a ver si me salen...! Sí, ya se lo dije al policía el otro día. Pero yo no noté nada raro esa noche entre los dos, la verdad. Bailar, creo que sí bailaron, pero este muchacho es que es un picaflor, no le gusta estar toda la noche con la misma. Sí, yo me imagino que Rosa y Catalina andarán en su casa a estas horas. Si va usted lo más fijo es que las pille allí. A mi prima ya le digo yo que va a ir a verla mañana. Hoy me figuro que no le va a dar tiempo a tanto, acaban de dar las siete en el reloj del Ayuntamiento, ¿lo ha sentido usted? La Singer cierra a las ocho en punto. De nada, señora inspectora. Ah, ¿no? Pues señora de Peláez, a mandar. ¡Ojalá que aparezca Cayetanico!


Némesis sube por la acera en dirección a casa de las maestras. ¡Una farmacia! Los zapatos nuevos le van haciendo unas rozaduras de aúpa. Conoce al boticario desde hace los mismos veintitantos años que llegara a Almería. Ya está mayor y no atiende, pero anda siempre por la puerta fumando. Compra el esparadrapo y al salir le comenta si conoce a las maestras de Castellón que viven en el tercero del edificio de la esquina. 


—Claro, son clientas mías. La pequeñilla es un poco marimacho. Está todas las tardes en la terraza bajo una sombrilla que monta para pintar. A veces sube a la torreta del edificio y se queda allí hasta de madrugada. Debe de tener insomnio, como yo. Yo salgo a fumar a mi balcón y la he visto. ¿Últimamente? Sí, puede ser que más... Ahora que lo dice, la otra noche estaban las dos discutiendo y trajinando con un baúl que tienen allí donde me figuro que guardan las cosas de sus cuadros y los aperos de jardinería. Y lo que me chocó fueron las horas de sacar el baúl al balconcillo del mirador. Lo dejaron justo detrás de una de esas mariposas que adornan la fachada, ¿lo ve usted? Desde aquí se distingue un lado.


Némesis se dispone a cruzar la Puerta de Purchena en diagonal. Sube hasta la última planta de la casa conocida como la de los Rapallo. Ahora es un edificio con falta de mantenimiento y dividido en pisos, a tres por planta. Los alquila una de las herederas, la señora Mariquita. De hecho, las mariposas de latón parecen marrones desde la calle, llevarán décadas sin pintar, su apogeo fue hace 40 años. Le abre la puerta Catalina. Llama a Rosa enseguida. Némesis se presenta como una coleccionista de arte a la que le gustaría comprar uno de sus paisajes. La dejan pasar a la vivienda sin mucho entusiasmo. Hablan unos minutos en el salón. Némesis insiste en que le gustaría visitar la terraza y disfrutar de las vistas que inspiran sus paisajes desde el mirador. Rosa le muestra los cuadros que tienen en casa. Catalina apenas habla. La maestra enlaza varias evasivas en el discurso que acaban en la pérdida reciente de la llave que da a la terraza y a la torreta, justo hace dos días. La pizpireta profesora le pide a Némesis que, sin embargo, puede observar la panorámica de la Puerta de Purchena casi igual desde el balcón del salón, el que queda en la parte semicircular del edificio y sobre el que descansa esa especie de faro que vigila el corazón de la ciudad y que hoy no se puede visitar por falta de llave. Salen las tres al balcón. Némesis divisa desde allí al inspector Ramos sentado en un banco con un periódico. Dos agentes de paisano cruzan hacia el cañillo a beber agua. 


Y allí, apoyada en la barandilla de forja, ocurre. Sobre el sombrero de la cubana cae algo. Las caras de las profesoras se tornan lívidas a la par. Némesis se quita el panamá con sumo cuidado y hace una señal al policía como habían acordado. Están subiendo. Entonces la cubana repite despacio en voz alta la frase del propio Cayetano antes de marcharse del Casino: “Esta noche voy a tocar alas de mariposas”. Las profesoras se cogen de la mano ante un elocuente silencio, con la mirada fija sobre los cuatro escarabajos del tipo cadavérico que se mantienen sobre el sombrero y que solo pueden proceder del baúl que queda en la vertical del balcón. El fondo de este cuadro ya estaba esbozado por un boticario insomne.


Temas relacionados

para ti

en destaque