Cuevas del Almanzora

Manuel lleva más de 60 años dedicados al esparto y hoy enseña a su nieto Martín

Es raro el vecino que no tiene una obra de esparto de Manuel en casa o en el trabajo

Marina Ginés
11:35 • 11 may. 2023

Se podría decir casi sin equivocarse que raro es el vecino de Cuevas del Almanzora y de municipios limítrofes, que no guarda en su casa un artículo de esparto que no haya pasado previamente por las manos de Manuel Haro González (1941), el único espartero en activo de toda la localidad cuevana a sus más de 80 años.






Y es que, el esparto de Manuel incluso ha cruzado las fronteras de su municipio. “Todo lo que he hecho ha sido para regalarlo, tengo cosas hechas en Chile, en Argentina o en Alemania”. Como no iba a ser menos, también su pueblo ha disfrutado de sus creaciones. Cestas, alfombras o cortinas se han podido ver en alguna que otra ocasión expuestas en diferentes lugares como en la Cueva Museo o en el museo Antonio Manuel Campoy ubicado en el castillo del Marqués de los Vélez.

También es habitual ver su laborioso y cuidadoso trabajo de espartero, como parte de la Semana Santa cuevana. La mismísima imagen del Cristo de la Salud del Paso Blanco y el titular del Paso Morao, Jesús Nazareno, portan pleitas de esparto cosidas con mimo por Manuel. Pero también en el Paso Morao, se pueden ver muchas de sus pleitas adornando las cinturas de los miembros de la Cofradía. Esto no es casualidad, la familia de Manuel forman parte de los moraos y entre ellos, sus nietos, quienes son su predilección.






“Los niños, necesitaban una cesta para llevar la comida en la procesión y antes que se la pudiésemos pedir, nos dijo que ya las tenía hechas”, recordaron sus hijos entre risas.






Y es que el amor por el esparto se ha saltado una generación en la familia, pero su nieto Martín Haro ha decidido continuar con el legado de su abuelo. Con solo 9 años Martín ya sabe trenzar y anudar esparto como todo un profesional. “No hay nada que me guste más que pasar horas haciendo esparto con mi abuelo”, aseguró el pequeño espartero. “Cuando los maestros de su colegio y sus compañeros le ven haciendo esparto porque algunas veces se lo ha llevado al colegio, alucinan, la mayoría no saben ni qué es eso”, recordaron sus padres.

En una bonita cortijada en el campo, en la pedanía cuevana de Jucainí se encuentra el taller de este espartero. Cestas de todos los tamaños, alfombras, paneras, bolsos, pleitas, alpargatas y unos cuantos manojos de esparto se pueden observar nada más entrar por la puerta. Ahí rodeado de todas sus obras, Manuel junto a su nieto Martín entrelazan esparto muy concentrados.

Pero también han servido de decoración para muchas casas o lugares de trabajo de sus vecinos, ya que todos los que conocen a Manuel y sus obras quedan maravillados y no pueden vitar hacerle algún que otro encargo, eso sí, con los que él está encantado.

El espartero que a sus más de 80 años, conserva un gran sentido del humor asegura que a algún que otro conocido le ha regalado unas diminutas cestas que simulan a las grandes donde se llevaba la comida antiguamente, diciéndoles que era una cesta para hacer “régimen”, ya que, “si comes lo que cabe en ese cesto no hace falta que vayas al médico” decía Manuel mientras se le escapaba una sonora, risotada.

La artesanía y el trabajo con el esparto es algo que siempre ha formado parte de lavida de Manuel, pero no fue hasta su jubilación cuando se ha dedicado por completo a su afición. “Se puede pasar horas y horas con el esparto”, asegura su mujer, Josefa que se ha convertido en la supervisora oficial, “yo siempre le corrijo cuando cose”, confiesa entre risas.

Haciendo gala de ese sentido del humor, cuando Manuel se jubiló le decía a sus amigos que ahora se dedicaba a “vestir mujeres desnudas”, refiriéndose al cuerpo de esparto que hace a las botellas de cristal.




Los comienzos

La relación con el esparto, de este vecino cuevano, nació muchos años atrás. Con solo 12 años, Manuel recuerda como pastoreaba unas cabras por el monte y a su paso encontraba matas de esparto por el campo que cogía a modo de divertimento hacía figuras y lo tiraba. Pero un buen día, a su padre se le rompió un cesto que usaba para llevar su comida al trabajo y antes de tirarlo, el cuevano decidió investigar un poco.

“Lo deslié y empecé a ver como podría haberse hecho, así aprendí a hacer cestas y hice varias cositas” recordó Manuel que por vicisitudes del destino, tuvo que emigrar a Barcelona, luego tuvo que hacer el servicio militar y luego emigró a Alemania, “me tiré muchos años sin hacer esparto”.

No fue hasta el año 1966, cuando el regreso a su pueblo le hizo retomar esta artesanía. Manuel entró a trabajar como parte del equipo de obras públicas y “entonces los peones camioneros llevaban unas cestas de mimbre cuadradas para guardar sus pertenencias en el camión pero dejaron de hacerlas. Entonces me puse una noche con un manojo de esparto y en dos o tres días me hice mi propio cesto, en cuanto me lo vieron los compañeros, tuve que hacerle una a cada uno”.

Una historia que no ha parado de repetirse hasta día de hoy, “no paran de hacerme encargos”, afirma Manuel que está encantado con la idea y mucho más ahora que tiene como aprendiz al pequeño Martín. “No me importaría dar algún taller de esparto a los jóvenes del municipio”. El cuevano no quiere que se pierda este arte, y transmitir su conocimiento a las nuevas generaciones y acercar las técnicas y vivencias “de antiguamente” es imprescindible para lograrlo.


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