David y los gigantes en Marmolandia

Ganó en popularidad el divo Bisbal, que jugaba en casa, al presidente y presidenta de España y Andalucía

29 años han pasado desde la primera edición de los Premios Macael.
29 años han pasado desde la primera edición de los Premios Macael.
Manuel León
01:00 • 08 nov. 2015

Tuvo la noche en Marmolandia un aire de listón alto, de decirle a Sánchez Tapia, “presidente todo lo que hagamos ya de aquí en adelante se quedará pequeño”. Ni en glamour, ni en capacidad de convocatoria, nada hay que se iguale ya en la provincia, ni en la Baja y Alta Andalucía -si alguien piensa lo contrario que levante la mano-  a la Gala de los Premios Macael. Con un presupuesto de quilates, con 700 personas invitadas, con Rajoy, Susana y Bisbal bajo la misma cúpula vaticana, Macael se convirtió el viernes en foco de atención del país. Sin el frío acostumbrado de los riscos de Los Filabres, con un adelantado veranillo de San Martín, la muchedumbre se agolpaba tras las vallas pidiendo autógrafos a Mariano, reclamando un selfie con Susana o esperanzados en tocar un rizo  de Bisbal. Dentro ya, parada obligatoria en el photocall de Mónica y Juan y cambio de formato en la apertura de la ceremonia con una entrevista de la presentadora Lourdes Arriaga al divo almeriense sobre unos sillones de aire retro. Los mismos asientos sobre los que contrastaron sus experiencias, antiguas y nuevas, a pie de cantera, veteranos y noveles marmoleros de esa sierra milenaria: de las reatas de bueyes al dúmper, del mazo y el puntero, al hilo de diamante y el misterioso cuento infantil de cómo se hace un fregadero desde que la piedra aún dormita en el subsuelo, como cuando Miguel Angel veía, con antelación de artista, a Moisés en un bloque bruto de mármol blanco.
Fue la gala del streaming, de la retransmisión en tiempo real para el mundo entero, tan alejadas de aquellas tiernas ceremonias de los 80 que se realizaban en el Central Cinema con Arozamena y su bigote y el arquitecto Taboada de protagonistas. Fue la noche del swing glorioso de trompeta de Glenn Miller cada vez que subía uno de los laureados al escenario, con el patio de butacas lleno de mujeres con modelos oscuros de diseño y perlas en el cuello y hombres con raso en las solapas y nudos windsor.
La velada, entonces, sin necesidad de estufas como otros años, se fue calentando y  llenando de dejes y acentos tan distintos y distantes como el dominicano demorado de Jesús Rodríguez, exconcursante del Un, dos tres de Kiko Ledgard, el ruso de Dimitri, el americano de Asid Randy, el chino meloso de Phoebe Ong, el  gallego de las Rías Baixas de Rajoy, el sevillano de Triana de Susana o el macaelero castizo de Antonio Sánchez.
Después llegó el tiempo de los discursos cargados de futuro, de las milhojas de pato en el paladar, de los cientos de fotos con los presidentes. Pero, que no se moleste ninguno, quien se llevó el gato al agua del aplausómetro fue ese almeriense cantante que se arrancó con una de sus melodías en el escenario y que barrió en popularidad  a todo un presidente de España y a toda una presidenta de Andalucía.
 











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