El almeriense de Gérgal que dio a conocer Las Filipinas

José Montero y Vidal era funcionario y construyó el cañamazo de la historia de las colonias

Retrato de José Montero y Vidal que aparece en uno de sus libros más divulgados en las islas.
Retrato de José Montero y Vidal que aparece en uno de sus libros más divulgados en las islas. La Voz
Manuel León
20:51 • 09 mar. 2024

Cuando Las Filipinas eran aún una provincia más del desmadejado imperio español, hubo allí un almeriense de Gérgal que sentó cátedra; un gergaleño, oficial de rentas estancadas del Estado español, con facilidad para la narrativa y para la investigación histórica, que contribuyó como un tagalo ilustrado a construir el primero cañamazo fidedigno  de aquellas islas lejanas. Se llamaba José Montero y Vidal y nació en 1851 en el barrio de La Concepción de Gérgal, hijo de un ricachón oriundo de Turón, según investigaciones de su paisano Juan López Soria.



Siendo aún muy joven, se marchó a estudiar jurisprudencia  a Madrid, entrando a trabajar como empleado del Ministerio de Fomento y Ultramar, ocupando diversos puestos y cargos, desde aforador de  tabacos y contable hasta administrador de Correos, Hacienda y Aduana. Llegó a ocupar puestos de alcalde mayor, juez de primera instancia y gobernador civil en diversas provincias de los últimos reductos del Imperio español, como las de Ilocos, Cebú y Balacán en Filipinas o la de Santa Clara en Cuba, donde estuvo hasta 1896, antes de la debacle. 



El eminente almeriense desarrolló una obra ensayística y literaria centrada en la historia, geografía y etnografía de las Filipinas, ámbito en el que destacó como uno de los mayores especialistas del último tercio del siglo XIX; no en vano fue miembro correspondiente de la Real Academia de Historia. Varias de sus obras fueron declaradas de utilidad para el Ejército y premiadas en la Exposición General de 1887, y son aún hoy referencia de la literatura escrita en español en Filipinas. 



En el archipiélago fue testigo el gergaleño de la últimas  décadas de la colonización hispana. Su estancia insular la aprovechó para hacer acopio de información sobre la historia de las islas, labor que dio lugar a una nutrida producción de obras de carácter documental y que vieron la luz a su regreso a España. Con apenas 30 años lo encontramos en Madrid participando en la Dirección General de Beneficencia y Sanidad. Al mismo tiempo colaboró con el periódico La Ilustración Artística.



Entre sus obras históricas y literarias se localizan las siguientes: “Cuentos filipinos”, con títulos como Enriqueta o El payo de Chang-Chuy; “La bolsa, el comercio y las sociedades mercantiles”; “El cólera en 1885”; “El archipiélago filipino y las islas Marianas, Carolinas y Palaos. Su historia geográfica y estadística”; “Historia general de Filipinas desde el descubrimiento de dichas islas hasta nuestros días”; “Historia de la piratería malayo-mahometana en Mindanao, Joló y Borneo” y “Obras: novelas cortas, monografías, artículos literarios, poesías”. Destacan también, en su ajuar creativo, dos hermosos relatos ambientados en su tierra almeriense. Una en Gérgal: Angustias del corazón; y otra en Alhabia: Amelia. (No fue, sin embargo, Montero, el único almeriense que dedicó parte de su vida a escribir sobre  Las Filipinas: hubo un Manuel Romero Batalla de Aquino, nacido en Almería a mediados del siglo XIX, y por tanto, coetáneo del gergaleño, que se convirtió con su obra poética en unas de las glorias de las letras tagalas durante su estancia en las islas como funcionario de Hacienda. Adquirió nombradía al enfrentarse con su pluma a José Rizal, el padre de la independencia filipina. El Ayuntamiento de Manila rotuló una calle con el nombre de este poeta almeriense, pero fue eliminada tras la independencia  de la antigua colonia española en 1898). Para esa fecha del hundimiento total del antiguo imperio español, Montero ya no estaba en Las Filipinas, ni en Cuba, su último destino como funcionario en Ultramar, en 1896. De hecho, en ese año hay una requisitoria en el Boletín Oficial del Estado en el que el magistrado de la Audiencia de lo Criminal de Santa Clara (Cuba) requería su presencia en la cárcel de esa ciudad para que aclare las acusaciones de prevaricación y cohecho en el sumario abierto contra él, en nombre de la reina regente María Cristina. No consta en qué derivó este asunto judicial, aunque unos años antes, en 1887, el Estado le había concedido la Cruz Blanca de tercera clase. Lo que sí consta es que se casó en Murcia con Carolina Martín-Baldo, hermana del arquitecto José Marín-Baldo que llegó a Almería en 1859 a trabajar en la Diputación y que fue uno de los artífices de la planta del actual Paseo de Almería. Marín consiguió, a fuerza de expropiaciones de antiguas huertas, que predominara la linea recta desde Puerta Purchena al final del boulevard. También diseñó este cuñado del escritor un monumento a Colón que se iba a colocar en la intersección entre Rueda López y Trajano, que se no llegó a realizar porque se fue de presupuesto.



Montero tuvo cuatro hijos  y se quedó  viudo en 1916, aunque a los pocos meses volvió a casarse con la hija de un cónsul llamada catherine Blanche con la que vivió unos años en París. Buena parte de su vida residió en Madrid, como funcionario, tras sus años de Ultramar, y cuando volvía a Gérgal y a Almería a ver a la familia se solía hospedar en el Hotel Tortosa, antecedente de lo que fue posteriormente el Hotel Simón y Simago.  



A partir de avecindarse en París con su nueva esposa, en 1917, cuando contaba con 65 años, se le pierde la pista a este aventurero de Gérgal, desconociéndose la fecha y el lugar de su fallecimiento, aunque su obra ha quedado para siempre como un pionero en el estudio de la historia de aquellas lejanas Filipinas que perdimos para siempre. 




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