El secreto de la venta de las canteras

Se cumplen 60 años del cierre de la mítica Venta Eritaña. Fue sustituida por el Hotel Solymar

Banquete familiar de Luis Gutiérrez, famoso empleado de la tienda de El Blanco y Negro, en uno de los salones de la Venta Eritaña.
Banquete familiar de Luis Gutiérrez, famoso empleado de la tienda de El Blanco y Negro, en uno de los salones de la Venta Eritaña.
Eduardo de Vicente
21:43 • 15 ene. 2024

En lo que antiguamente se conocía como el camino de las canteras del puerto, donde hoy se levanta el edificio de una clínica oftalmológica, reinó durante más de medio siglo uno de los negocios hosteleros que marcó a varias generaciones de almerienses.  Allí, asomada al balcón del precipicio como si fuera un centinela de la costa, aparecía la Venta de Eritaña, apartada discretamente de la mirada de la ciudad.



Aquel negocio que rozó el cielo y bajó a los infiernos para volver a levantarse, aquellos comedores por los que pasó lo más granado de la sociedad almeriense de su época y fue refugio nocturno de juerguistas y prostitutas, cerró sus puertas para siempre hace sesenta años, cuando su último propietario, el empresario Ramón Molina decidió cambiar de rumbo y transformó el viejo edificio junto a la Carretera Nacional 340 en un hotel que nació con el nombre de ‘Solymar’



Corría el año 1964 y Almería necesitaba plazas de hospedaje, hoteles modernos que pudieran atraer al turismo de costa y recibir de paso al personal que arrastraban los rodajes de las películas. Tratando de aprovechar ese momento irrepetible de crecimiento económico que venía de la mano del boom turístico y del cine, Ramón Molina levantó su hotel y enterró la Venta Eritaña y sus más de cincuenta años de historia en los que llegó a convertirse en el restaurante más famoso de la provincia. 



¿Que tenía la Venta Eritaña para llegar a ser un símbolo de la vida de los almerienses? Tal vez una parte del éxito haya que buscarla en su ubicación. Ocupaba un lugar privilegiado, asomada al mar en ese primer tramo de la carretera del Cañarete, tan cerca de la ciudad pero a la vez tan alejada de los ruidos y de las miradas. Ir a comer a la Venta Eritaña era como aislarse del mundo estando a solo diez minutos andando de la ciudad. Esa condición de lugar cercano, pero discreto le permitió tener dos vidas, adaptarse a ambientes distintos, ser capaz de recibir en sus comedores un banquete de la alta  sociedad y esa misma noche echarse una capa encima para transformarse en el nido secreto de una juerga con guitarristas y mujeres de la vida. Todo el mundo tenía cabida en sus salones. Allí iban los domingos las familias a disfrutar de su terraza principal  y allí se despachaban a diario grandes negocios mientras el vino y las bandejas de marisco corrían por sus mesas sin restricciones. Vivió días felices en los años veinte, cuando en sus comedores se festejaban los grandes negocios de la uva y sufrió la más profunda soledad cuando durante la guerra civil tuvo que cerrar.



La historia de Venta Eritaña empezó a escribirse el domingo 23 de octubre de 1910. El diario católico 'La Independencia', anunciaba de esta forma la llegada de un nuevo negocio: “Va a abrir sus puertas al público este establecimiento situado en el sitio más pintoresco de la carretera del poniente en donde encontrarán un buen surtido en toda clase de bebidas y comidas a precio muy económico”. 



Su cocina se hizo famosa en toda la provincia y por sus salones desfilaron los personajes más relevantes de la sociedad. En 1929 la Venta Eritaña fue escenario de un suculento almuerzo con el que los funcionarios municipales homenajearon a su alcalde, señor Monterreal. Allí celebraban los médicos de la beneficencia provincial sus comidas anuales y allí recibían la Navidad los funcionarios de Hacienda. En octubre de 1929, cuando la ciudad soñaba con un nuevo barrio mirando al mar, el de Ciudad Jardín, los responsables del proyecto fueron obsequiados con una comida especial en Venta Eritaña. Allí iban los guardias civiles cuando venía a visitarlos el director general y allí homenajearon los intelectuales al ilustre poeta Francisco Villaespesa cuando regresó a Almería en agosto de 1931.



Cuando en mayo de 1936 llegó a Almería una etapa de la Vuelta Ciclista a España, los periodistas y los miembros de la organización que seguían la carrera, tuvieron la oportunidad de disfrutar de los manjares y de las vistas de la Venta Eritaña, donde el grupo deportivo Lanchafri los agasajo con un almuerzo.



La Venta Eritaña siguió siendo un punto de encuentro de la sociedad almeriense de la posguerra, conservando esa doble personalidad que la convertía a la vez en un restaurante prestigioso donde se celebraban los grandes convites y en un escenario propicio para las juergas nocturnas


Se podía escribir una parte de la historia de la ciudad a través de las madrugadas de Venta Eritaña, aquellas largas noches  llenas de coches de caballos que cruzaban el Parque camino de sus reservados. Coches cargados de hombres con ganas de divertirse, donde no faltaban las mujeres predispuestas ni los 'tocaores' que amenizaban la fiesta con su música.


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