José Arigo, el médico ‘de la cabeza’

En diciembre de 1931 ganó por oposición la plaza de director médico del Manicomio Provincial

En el centro de la imagen, con sus gafas redondas, el doctor don José Arigo Jímenez junto al personal que atendía en el Manicomio.
En el centro de la imagen, con sus gafas redondas, el doctor don José Arigo Jímenez junto al personal que atendía en el Manicomio.
Eduardo de Vicente
21:50 • 09 ene. 2024

En Almería, don José Arigo era conocido como el médico de los locos, el encargado de la cabeza, el detective que indagaba en los terrenos más escabrosos de la mente humana allí donde decían que no podía llegar la medicina. El doctor Arigo fue un médico de una vocación profunda y un estudioso de todas las materias relacionadas con su profesión. Su abuelo  paterno, Luis María Arigo, fue catedrático de ciencias en el Instituto de Almería, mientras que su padre, José Arigo Serrano, se doctoró en Medicina y Cirugía, destacando por la importante labor que realizó en la ciudad durante la epidemia de gripe de 1918 y por su participación, unos años antes, en la creación del Hospital de Sangre.



José Arigo Jiménez (1906-1986) heredó de su abuelo el afán de conocimiento y de su padre la pasión por la Medicina. En los años treinta, nada más terminar la carrera y de obtener la especialidad de Psquiatría, se presentó a las oposiciones que había organizado la Diputación Provincial para cubrir tres plazas de médico en el Manicomio. En diciembre de 1931 salieron las listas con los aprobados: el doctor Victoriano Lucas obtuvo la plaza de Radiología y médico de guardia; don José Velazco Angulo la de Otorrinolaringología, y la tercera plaza, la de médico director, fue para el doctor Arigo, que se llevó la alegría de su vida y la compartió  con sus colegas en una maratoniana comida que organizó en el comedor principal de la Venta Eritaña.



El puesto de director del Manicomonio fue una gran responsabilidad para él. Con 25 años de edad, asumía un cargo que exigía grandes conocimientos en la materia y una especial sensibilidad a la hora de tratar con los enfermos, con los profesionales del centro y con los políticos que se encargaban del funcionamiento de la institución. La dirección del Manicomio Provincial apenas le dejaba tiempo para atender su consulta privada en la calle Aguilar de Campoó



Fueron años de gran intensidad profesional y sentimental. El 29 de mayo de 1933 contrajo matrimonio en la altar de la Purísima de la Catedral con la joven Pura Espa Cuenca con la que formó un hogar alternativo a su despacho del Manicomio, donde el bueno del doctor Arigo se pasaba las jornadas completas.



Eran tiempos muy complicados en el sanatorio mental que acababa de cambiar de Superiora.Tras la muerte de Sor Policarpa Barbería, en octubre de 1931, fue nombrada Superiora del Manicomio Sor Petra Romarategui, otra Hermana de la Caridad que había trabajado codo con codo con ella. Al doctor Arigo y a  Sor Petra les tocó afrontar la etapa más difícil que vivió el viejo edificio en toda su historia.  El 10 de mayo de 1936 abandonaron el Manicomio las Hermanas de la Caridad y unos meses después fue asaltado por un grupo de miembros del Comité Central que saquearon la iglesia. La situación de los enfermos empezó a ser extrema. Se agudizó el problema de la alimentación debido a la deficiente gestión de los abastos provinciales y a que la Diputación entró en bancarrota. Día a día se fueron reduciendo las raciones de los enfermos y el hambre aumentó la mortalidad. 



Al terminar la guerra, regresaron las Hermanas de la Caridad y Sor Petra Romarategui junto al doctor Arigo se hicieron de nuevo cargo del centro. La posguerra fue también muy dura dentro del sanatorio porque faltaban los alimentos, no había medicamentos para los enfermos y las condiciones de higiene eran mínimas, con las ratas invadiendo habitaciones y acechando las escasas cosechas de la huerta. Gracias a lo que cutivaban en el huerto y a los animales que criaban, pudieron soportar los meses más crudos en el tiempo del hambre. 



En aquellos días de necesidad extrema la tarea del doctor Arigo no se centró únicamente en ejercer su oficio de médico, también destacó por tocar en todas las puertas de las autoridades para conseguir que a los internos no les faltara un plato de comida en la mesa.




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