Han vuelto los del Diego Ventaja

59 años después han vuelto a reunirse antiguos alumnos del colegio de la calle de la Reina

Eduardo de Vicente
23:24 • 27 dic. 2023 / actualizado a las 23:28 • 27 dic. 2023

Algunos no habían vuelto a verse desde hace más de medio siglo, pero se reconocieron inmediatamente. Por mucho que pase el tiempo la cara de un compañero de colegio nunca se olvida, porque más allá de las canas y de los estragos que van dejando los años, siempre permanece el alma, esculpida a fuego en cada gesto.




Un grupo de antiguos alumnos del colegio Obispo Diego Ventaja ha conseguido reunirse para celebrar una comida navideña y recordar aquellos días felices que compartieron en las sombrías aulas de aquella escuela de barrio que fue una de las últimas donde sobrevivió la antigua pedagogía del maestro autoritario, la vara de la disciplina y la lección magistral que los niños tenían que aprenderse de memoria aunque no entendieran ‘ni una papa’ de lo que estaban diciendo.




Corría el curso 64-65, la vida estaba cambiando a marchas forzadas en la calle, nuevos vientos soplaban a favor de la juventud, pero allí dentro, bajo las paredes de aquel vetusto colegio público de la calle de la Reina, el tiempo se había estancando y los métodos de enseñanza y las relaciones entre el maestro y los alumnos permanecían inmutables, como treinta años atrás. Todavía estudiaban el catecismo como si se tratara de  una verdad irrefutable, todavía eran castigados de rodillas en una esquina de la clase bajo la amenaza del destierro al cuarto de los ratas, todavía trataban al profesor como si fuera un dios.




Aquellos niños que ahora han vuelto a verse casi sesenta años después formaban parte de la  Graduada de niños Obispo Diego Ventaja que había echado a andar en octubre de 1944. El colegio estaba situado en un antiguo caserón de la calle de la Reina, entre la el colegio de San José y la tienda de comestibles de Rafael Fenoy.




El colegio ocupaba el piso alto y estaba formado por seis aulas de enseñanza Primaria. Además, contaba con un aula para párvulos en la calle de La Almedina, que durante años fue conocido popularmente con el nombre de ‘escuela de los cagones’, en virtud de la edad de sus escolares. No era la única clase del colegio que estaba fuera del centro. En la calle Arráez existía otro aula del ‘Diego Ventaja’ que se creó para aislar a los alumnos enfermos de tracoma y que después, desde mediados de los años cincuenta, acabó convirtiéndose en una clase de recuperación a la que mandaban a los niños que presentaban mayores problemas de aprendizaje. Allí ejerció su pedagogía durante varios cursos el maestro don Jacinto López González, y allí estuvo destinado también el profesor Amador Bordajandi Sánchez, célebre por su cargo de presidente de la Sociedad de Canaricultores Almerienses. Le gustaban tantos los pájaros que la ventana del colegio la sembraba de jaulas para alborozo de los niños.  Don Amador era fiel a los pajarillos como también lo era a una pieza de sal mineral que tenía guardada en el cajón de su mesa, y que utilizaba como un arma contra los niños cuando quería castigarlos. “Nene, como te portes mal saco la piedra y la chupas”, les advertía.




Otros profesores preferían recurrir al efectivo método de la vara de madera para imponer la disciplina. Don José Elvira, que era el encargado de la asignatura de Contabilidad, tenía que emplearse a varetazo limpio para sacar a los niños de los escondrijos de los pasillos cuando terminaban los minutos del recreo y había que regresar a las clases.




En los años sesenta, cuando el colegio Diego Ventaja se quedó pequeño, hubo que habilitar otra clase en lo que había sido la antigua escuela de Seises, en la calle del Cubo, dentro del recinto de La Catedral.
El ´Diego Ventaja’ contaba entonces con las tres aulas de apoyo referidas que estaban fuera del edificio matriz, y la escuela principal, en la calle de la Reina, aunque desde fuera no pareció nunca  un colegio. No tenía cartel, ni banderas en los balcones, ni un bedel en la puerta para dar la bienvenida. Sólo las voces a coro de los niños cuando se ponían a recitar la tabla de multiplicar, indicaban que detrás de aquellos ventanales había un colegio.




Durante años, el centro contó con el trabajo de una portera, la señora Encarnación Martín, que vivía en una pequeña habitación que estaba situada en el terrao de la casa y se encargaba de abrir y cerrar todos los días el colegio y de mantener limpias las clases. Estuvo en su puesto hasta que en los años setenta cerraron la escuela para llevársela a un edificio más amplio en la calle Cervantes, junto a la Catedral, donde el colegio Diego Ventaja empezó a escribir una nueva página de su historia.


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