Aquel Seat de luto del Gobernador

Mena de la Cruz se paseaba por Almería como una estrella de cine en su intocable ‘1.500’

El Seat 1500 del Gobernador civil en una noche de cena oficial en el Rincón de Juan Pedro, frente al Hotel La Perla. Año 1970.
El Seat 1500 del Gobernador civil en una noche de cena oficial en el Rincón de Juan Pedro, frente al Hotel La Perla. Año 1970.
Eduardo de Vicente
18:55 • 13 dic. 2023

A una legua de distancia ya sabíamos que se acercaba el señor Gobernador. Cuando los niños estábamos en la plaza de la Catedral jugando al fútbol o trepando por los árboles y veíamos venir por la calle Cervantes hacia abajo aquel coche negro que parecía que había salido de un funeral, nos poníamos firmes, rectos como una vela, dejábamos el placer a un lado y presenciábamos el paso, siempre solemne, de aquel Seat 1500 que causaba impresión.



Sí, el coche negro del señor Gobernador impresionaba con esa fuerza que nos sobrecogía todo lo que olía a poder absoluto. Nos imponía por su gravedad, por ese luto riguroso que mostraba, sin una pincelada de cualquier otro color que invitara a la alegría; impresionaba por el banderín que llevaba en la parte delantera con el que anunciaba que allí viajaba alguien importante, impresionaba por aquel juego de cortinas que velaban por la intimidad de sus pasajeros. Nadie nos había dicho nada del coche ni de sus inquilinos, pero no hacía falta ser muy listos para averiguar, nada más que con verlo en la distancia, que dentro no iba el lechero que nos llenaba las cacharras por las tardes ni el tendero de la esquina que había cambiado de coche. 



Dentro, en el asiento de atrás por motivos de seguridad, iba el señor Gobernador, que acaba de salir del ayuntamiento y se dirigía, acompañado de su chofer, a sus dependencias oficiales dando antes una vuelta de reconocimiento por la ciudad. 



Aquel personaje tan bien vestido, tan bien peinado y perfumado, al que daba gusto oir hablar por su castellano perfecto, era Juan Mena de la Cruz, el que fue Gobernador civil de Almería desde el mes de junio de 1968 a septiembre de 1972. Para muchos de nosotros fue el primer Gobernador del que fuimos conscientes, el Gobernador de nuestra infancia, al que en nuestro inventario infantil veíamos como el hombre más poderoso de la ciudad, por encima del alcalde, del obispo e incluso de nuestro médico de cabecera, que tenía el don de hacer milagros solo con recetarnos una aspirina o un jarabe para la tos.



Don Juan, el Gobernador, nos recordaba a los políticos lejanos que veíamos los domingos en los reportajes del NODO antes de las películas, con su traje inmaculado, su estampa cosmopolita, esa manera de hablar que te invitaba a pensar que estabas ante un hombre de estudios, y sobre todo por encima de todo, por ese ‘1.500’ negro que brillaba con tanto esplendor que parecía que lo acababan de sacar de la fábrica, ese Seat oficial al que se rendían todos los funcionarios incluidos los temidos policias municipales que parecían tan valientes cuando nos quitaban los balones a los niños, pero que caían postrados a los pies del señor Gobernador cuando salía de su vehículo y pisaba el suelo. Ya podía dejar el coche en medio de la calle, que nadie le rechistaba.



Juan Mena de la Cruz fue el Gobernador de las portadas del periódico. En esta afición se parecía a los políticos que nos gobiernan ahora en nuestra querida ciudad, que viven endiosados en su burbuja de poder. Como los políticos de ahora, el señor Mena estaba en todos los fregados: lo mismo aparecía como estrella en la inauguración del nuevo Bazar Almería del entonces Paseo del Generalísimo (diciembre de 1968), que se iba a repartir los trofeos de un campeonato de atletismo en el estadio de la Falange o se acercaba a ponerle la medalla al Mérito al Trabajo a doña Carmen Góngora, la gran dama del Sindicato de la Aguja.



En los cuatro años y tres meses que estuvo destinado en Almería, aquel ilustre maestro de escuela palentino, que llegó a la provincia con los galones de ex-combatiente y teniente coronel, demostró un interés especial por la cultura y la educación, que se vio plasmado en obras tan importantes como la llegada de los grandes colegios nacionales y la creación del Colegio Universitario cediendo la finca de Santa Isabel al Ministerio de Educación y Ciencia.




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