La maestra de los libros de Ingreso

La señorita Gómiz tenía su propia escuela en el barrio de Regocijos

La señorita Gómiz tenía la escuela en la calle Juan del Olmo.
La señorita Gómiz tenía la escuela en la calle Juan del Olmo.
Eduardo de Vicente
21:54 • 06 dic. 2023

La señorita Gómiz siempre estaba trabajando y cuando no lo hacía es que estaba pensando cómo iba a trabajar. Era una de aquellas maestras creadoras que no se conformaba con impartir las lecciones que traían los libros, sino que buscaba nuevos caminos para que sus clases y sus alumnos se enriquecieran.



Era el alma mater de la escuela de Montessori, que ocupaba una vieja cochera en el bajo de una vivienda de la calle Juan del Olmo, entre la calle de Regocijos y la Rambla de Alfareros. En una sola clase se amontonaban más de treinta alumnos, niños y niñas del barrio que tenían que pagar una modesta cuota mensual a cambio de las enseñanzas de la maestra.



El colegio lo llevaba doña Mari Carmen Gómiz Úbeda, la directora y la única profesora del centro. Había rehabilitado una cochera para adaptarla como aula, colocando una pizarra sobre la pared y dos filas de pupitres de madera.



“Somos alumnos del colegio Montessori, un colegio muy bonito y muy jovial”, cantaban los niños a coro cuando iban de excursión. Los jueves por la tarde, jornada que en los años cincuenta estaba establecida en el calendario escolar como de descanso, la maestra se llevaba a los niños por los cerros de La Molineta y a los descampados del cortijo de Fischer, y allí merendaban lo que cada uno podía llevar en la cesta, y entre canciones y juegos pasaban la tarde respirando aire puro y atendiendo a las enseñanzas de su maestra, que solía aprovechar aquellos paseos para poner en práctica el método de la observación directa teniendo como único libro de texto la naturaleza y la realidad que los rodeaba.



En aquellos tiempos gran parte del aprendizaje se hacía cantando. Pilar Simón, que fue alumna de la escuela de Montessori junto a sus hermanas Loli y Charo, recuerda con orgullo que todavía se sabe de memoria toda la tabla de multiplicar que cuando era niña aprendió con la señorita Gómiz. “La memorizábamos cantando y se te quedaba de por vida”, contaba.



Se cantaba la tabla de multiplicar, se cantaban el Padre Nuestro y el Credo, se cantaban las oraciones a la Virgen cuando llegaba el mes de mayo, los ríos, los mares y las montañas de la península Ibérica, y hasta los buenos días que los niños le daban a coro a su profesora cuando entraban a clase. “Buenos días tenga usted, señorita”.



Por primavera, cuando se acercaba la época de las primeras comuniones, aparecía por el colegio un cura de la iglesia de los Franciscanos que se encargaba de las clases de catequesis. Los padres que querían que el sacerdote preparara a sus hijos para ese gran día tenían que abonar una cuota que se repartían el clérigo y la maestra. Por muy presente que estuviera el Altísimo en el aula y en el alma del cura y de la maestra, no se alimentaban únicamente con las oraciones, por lo que el padre que quería que su hijo tuviera a Dios cerca en la escuela tenía que aportar su cuota reglamentaria.



Mari Carmen Gómiz Úbeda tenía fama de mujer seria y de maestra disciplinada. Además, se caracterizaba por ser una persona emprendedora, que siempre estaba tejiendo nuevos proyectos laborales en su imaginación. Era muy trabajadora y le gustaba su profesión. En 1950 se dio a conocer en Almería al publicar un libro que según ella, revelaba las claves  para aprobar el examen de Ingreso al instituto, la temida prueba que a los niños le llegaba en una etapa clave de sus vidas, a punto de dar el salto a la pre-adolescencia.  La señorita Gómiz anunciaba su obra en la prensa: “Están en venta los libros que contestan exactamente el programa de Ingreso para el Bachillerato. Razón Carmen Gómiz. Gabriel Olivares 42”.


Para promocionar su libro, la propia profesora iba por los colegios privados de la ciudad ofreciéndolo a los maestros que se dedicaban a preparar a los alumnos para el temido examen de Ingreso que había que superar cuando se terminaba el período escolar y había que empezar el Bachillerato. Se decía entonces que estudiando a fondo el libro de la señorita Gómiz no solo se aprobaba el examen de Ingreso, sino que además había muchas posibilidades de hacerlo por la puerta grande, con una nota suculenta.


Doña Mari Carmen era hermana de José Gómiz, el empresario que tenía la funeraria en la Plaza de Vivas Pérez y que con los años llegó a alcanzar el puesto de Presidente del Consejo de Administración de Funalsa.


Ella, como su hermano, era muy activa para los negocios, por lo que además de la escuela llegó a montar una zapatería y una importante joyería que abrió en la calle Alcalde Muñoz con el nombre de ‘El Descuento’. En 1975 la joyería se hizo famosa porque fue una de las primeras que atracaron en la ciudad antes de que empezara la Transición. Los ladrones se llevaron un botín de más de cinco millones de pesetas.


En los días de la jubilación, la señorita Gómiz se dedicó a escribir. Sus artículos aparecían con frecuencia en las páginas de los periódicos locales, casi siempre denunciando problemas urbanísticos y carencias de su ciudad. Una mujer tan activa y de tanta fecundidad intelectual no podía estar sentada en un sofá viendo la vida pasar por delante.


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