El pescador de la playa del Zapillo

José Ramírez pasó más tiempo de su vida en el mar que pisando tierra

José Ramírez vivía entregado a su trabajo, cuando no estaba en el mar remendaba redes.
José Ramírez vivía entregado a su trabajo, cuando no estaba en el mar remendaba redes.
Eduardo de Vicente
20:53 • 28 ago. 2023

Estaban allí, sobre la arena, como si las mareas las hubieran rescatado de las profundidades del océano. Eran las chozas de los marineros, cuatro tablas reforzadas que formaban un universo aparte de la ciudad. 



Las casas de los pescadores del Zapillo estaban tan pegadas al mar que cuando llegaba un temporal tenían que refugiarse en la vega. En aquel trozo de playa surgió un pequeño barrio de humildes viviendas, formado por familias que vivían de la mar.



Allí pasó media vida José Ramírez Tijeras, un pescador con barca propia que desde niño ya salía a navegar para buscarse el sustento diario. Su existencia fue el mar, su bote, la red que él mismo preparaba sobre la orilla antes de embarcarse. Su vida fue el trabajo intenso, sin días de fiesta, sin vacaciones. De vez en cuando, si hacía mal tiempo y no podían salir a navegar, se refugiaba en la taberna de ‘la Cañaera’, una modesta tasca de marineros que estaba cerca de la playa, frente al antiguo cuartelillo de la Guardia Civil. Allí, los hombres compartían el vino, mientras dilapidaban las horas jugando a las cartas.



Cuando la necesidad apretaba no había temporal que lo dejara en la arena. Muchas veces tuvo que arriesgarse y salir a pescar en medio de olas gigantescas. Él recordaba el día que el mal tiempo le tumbó la barca y el bueno de José tuvo que salvarse nadando. Tan importante fue ponerse él a salvo como que el dinero que llevaba encima no se perdiera en el naufragio. Lo evitó guardándolo en la gorra, que fue la única parte de su cuerpo que se libró del agua.



José Ramírez Tijeras no sabía que hacer sin trabajar, necesitaba estar siempre ocupado. De joven, cuando no salía a pescar, se apuntaba a la faena del embarque de la uva y se pasaba los días enteros en el muelle cargando barriles en los barcos. A veces, echando jornales de catorce horas para poder llevar un buen sueldo a su casa. Porque en su casa nunca sobró el dinero y cualquier sacrificio se agradecía.



Con tanto entusiasmo como trabajaba se dedicó a formar una familia de trece hijos. Su mujer, Antonia Castillo Vergel, se pasó la juventud embarazada y trayendo niños al mundo, en una época en la que cada parto era una aventura en la que se ponía en riesgo la vida de la madre. 



Asunción Ramírez, una de sus hijas, cuenta que cuando ella nació, en diciembre de 1938, estuvo cerca de ocurrir una tragedia. Aquella noche llovía tanto en Almería que salieron todas las boqueras de la vega que iban a morir a la playa del Zapillo. Cuando su madre estaba a punto de parir, no encontraron a ninguna comadrona que quisiera arriesgarse a cruzar aquellos alejados caminos, tan llenos de oscuridad y de barro. Entonces, su padre  tuvo que alquilar un coche de caballos y adentrarse en la ciudad en busca de una partera.



Todos los días, a las cuatro de la mañana, el pescador ya estaba en la playa preparando las artes y la barca para irse en busca de los jureles, los boquerones y los chanquetes que nunca faltaban en ese tramo de costa donde él se movía, casi siempre entre el Cabo de Gata y Punta Sabinal en Roquetas


Trabajaba para alimentar a su familia en unos tiempos en los que se vivía al día y no tenía la posibilidad de ahorrar para poder comprarse una vivienda digna para una familia numerosa. En la pequeña casilla de la playa iban llegando más hijos, hasta que en 1943 le concedieron una de las viviendas sociales que la Dirección General de Regiones Devastadas construyó para las familias humildes del Zapillo y del Tagarete. 


El nueve de mayo del 43 vino el propio Franco al acto oficial de entrega de las llaves de las casas. Fue un día grande para José Ramírez Tijeras y los suyos, que se vistieron con las mejores ropas que tenían para tan importante acontecimiento. Atrás dejaban los días de penalidades en la humilde casa de la playa,  donde en un par de habitaciones se hacinaba toda la familia, para iniciar una nueva etapa en un vivienda moderna. 


La nueva casa formaba parte de un grupo de cuarenta y ocho que se habían levantado en el barrio en los primeros años de la posguerra. Estaba dotada de tres amplias alcobas, un comedor con cocina incorporada, un cuarto de aseo con ducha y una zona de corral con cobertizo. Todo un lujo para la época.



Temas relacionados

para ti

en destaque