Rafaelito, el cómico de lo cotidiano

Rafael Sánchez Frías era conocido como ‘el Cantinflas’ de Almería

Rafael era uno de los personajes más célebres de Almería en los años 70. Era un cómico de vocación que se quedó con las ganas de triunfar en la tele.
Rafael era uno de los personajes más célebres de Almería en los años 70. Era un cómico de vocación que se quedó con las ganas de triunfar en la tele.
Eduardo de Vicente
20:51 • 26 jun. 2023

Rafael no era un humorista profesional. Tenía una gracia natural mezclada con pinceladas de talento que le permitían destacar allí donde estuviera. Era un cómico de verdad, de los que no tenían que representar ningún papel, de los que te hacían esbozar una sonrisa simplemente con mirarte a los ojos. 



Tenía la misma chispa trabajando detrás de la barra de la bodega La Flor de la Mancha que cuando se subía a las tablas de un escenario o cuando actuaba de juez de línea por esos campos de Dios aguantando con buen humor los comentarios de los aficionados que no paraban de acordarse de su santa madre.



Rafaelito no se hacía el gracioso, llevaba la gracia incorporada como un don natural. Entre su repertorio destacaba la imitación que hacía de Cantinflas y los números donde sacaba a pasear a una serie de personajes que hoy día no podría imitar, ya que posiblemente le costaría una dura sanción. Bordaba a un tartamudo, a un gangoso, a un sordo y a un afeminado en una época en la que se podían hacer chistes de cualquiera sin que nadie se escandalizara, siempre que no resultaran extremadamente ofensivos.



Fue en los años sesenta cuando apareció por Almería un muchacho que venía de Córdoba con un don especial para hacer reír a la gente y para imitar a los personajes más populares del cine y de la televisión. A su padre, trabajador de Renfe, lo destinaron a Almería y él se vino detrás dispuesto a abrirse paso en el mundo del espectáculo, lo que entonces era una proeza en una ciudad donde triunfar era una quimera. 



Empezó trabajando de camarero, donde no desaprovechaba los momentos de menor actividad para mostrar su talento a la clientela. Fue entonces cuando se dio a conocer como Rafaelito el de Córdoba, contando chistes y haciendo imitaciones de cantantes. En su tarjeta artística se anunciaba como “caricato, cantante y letrista”, y presumía de que él había compuesto la letra de la canción ‘Melina’, una de las que lanzó a la fama a Camilo Sesto, aunque en el registro de la sociedad general de autores nunca apareció su nombre.



Así, poniendo su talento y sus bromas al servicio de la gente, fue ganando fama en Almería hasta aparecer en los carteles de los espectáculos de la época. En agosto de 1975 ya actuaba en las cenas del Mesón Gitano, compartiendo cartel con los Rivers y Ángel Manuel. 



Fue en aquel escenario, a los pies de la Alcazaba, cuando Rafael Sánchez Frías empezó a ser conocido como el Cantinflas de Almería. Era como el hermano menor de Mario Moreno, con la misma ropa, con los mismos gestos, con la misma voz y las mismas ocurrencias. En su repertorio bordaba los personajes de Alfredo Amestoy, uno de los presentadores de televisión más conocidos de aquella época, y del humorista Tony Leblanc



Como Almería se le quedaba pequeña y sus actuaciones no le daban para vivir, su sueño era aparecer un día en televisión en aquel programa nocturno llamado ‘Directísimo’, que presentaba José María Íñigo, donde de vez en cuando se daban a conocer algunos artistas noveles.


Pero su sueño no cuajó y el bueno de Rafaelito el de Córdoba se  tuvo que conformar con seguir ganándose la vida por los humildes escenarios de Almería: una semana en el Mesón Gitano, un domingo en la fiesta de un pueblo, y temporadas enteras en las tablas de la sala Chapina, donde las actuaciones de los artistas se mezclaban con las madrugas de copas y alterne. 


El Cantinflas de Almería actuó en todas las discotecas de la provincia y en los años noventa  amenizaba las fiestas de los sábados en el restaurante Río Seco de Pechina y en el Calatrava de Tabernas.


Un día, quizá empujado por su ambición de que la gente lo conociera, decidió hacerse árbitro de fútbol, alegrando la vida de los miembros del colegio almeriense, que tanto disfrutaron con sus  ocurrencias. Rafael Sánchez Frías, aquel artista ingenioso y lleno de chascarrillos, aquel imitador de los mil personajes, se transformaba en un juez serio e implacable cuando los domingos se vestía de negro y se iba de juez de línea por los campos más perdidos de la provincia. A veces, cuando llegaba a un pueblo, había alguien que lo reconocía y en pocos minutos toda la grada sabía que el linier que le estaba haciendo la vida imposible al equipo de casa era el Cantinflas de Almería.


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