El parking que se quedó bajo tierra

En 1968 se aprobó la construcción de un parking subterráneo en la Plaza Marqués de Heredia

La Plaza Marqués de Heredia a comienzos de los años setenta cuando los coches aparcaban alrededor y aún quedaban casas antiguas.
La Plaza Marqués de Heredia a comienzos de los años setenta cuando los coches aparcaban alrededor y aún quedaban casas antiguas.
Eduardo de Vicente
19:29 • 16 may. 2023

Cómo había cambiado la ciudad a lo largo de la década. Los años sesenta fueron una revolución, no solo por las construcciones verticales que cambiaron la fisonomía de la vieja Almería, sino también por la aparición en escena, de forma masiva, de los automóviles, que modificaron nuestras costumbres y tomaron nuestras calles.



Los coches trajeron de la mano dos nuevos problemas, el de la circulación y del aparcamiento. A finales de los sesenta, Almería no era ya aquella villa pintoresca con aire pueblerino donde los coches de caballos y las bicicletas reinaban a sus anchas. El coche se había democratizado de tal forma que hasta la familia más humilde, a fuerza de sacrificio, de ahorrar y a veces hasta de empeñarse, tenía su pequeño utilitario en la puerta de su casa. 



Tener un coche era el mejor síntoma de que se iba progresando y fue tanto el progreso que en 1968 circular por el centro se había convertido en una auténtica odisea debido al gran número de vehículos que transitaban por una ciudad donde aún eran mayoría las calles estrechas. 



En la Puerta de Purchena se formaban grandes atascos y por el Paseo los vehículos circulaban en doble sentido. Para mejorar el tránsito, el Ayuntamiento acordó eliminar la isleta que existía entonces en medio de la Puerta de Purchena, formada por jardines y se prohibió el aparcamiento a lo largo del Paseo. Si el tráfico empezaba a ser un quebradero, también lo era el de los aparcamientos, lo que impulsó a las autoridades a buscar soluciones.



En el verano de 1968, siendo alcalde don Guillermo Verdejo, se redactó un ambicioso proyecto para la construcción de un parking subterráneo en la Plaza Marqués de Heredia. En noviembre quedó aprobado. El plan quería establecer bajo la tierra un aparcamiento para trescientos vehículos, que ayudaría a liberar las calles y hacer más habitable la ciudad. Sobraban las buenas intenciones y llovían las ideas, pero faltaba el dinero para hacerlas realidad. Otro proyecto que se estuvo barajando en aquel tiempo fue el de embovedar un tramo del cauce de la Rambla de Belén para construir un aparcamiento para tres mil vehículos, pero se abandonó  debido a que el Ayuntamiento no tenía jurisdicción sobre esa zona. 



La posibilidad del parking de la Plaza Marqués de Heredia se estuvo estudiando durante varios años. En 1972, ya se dudaba si éste era el mejor emplazamiento o si por el contrario convenía más que se estableciera en el suelo de la Plaza Virgen del Mar. Al final no se hizo ni uno ni otro y el caos fue convirtiéndose en el pan nuestro de cada día para circular y para encontrar un hueco donde aparcar  el coche en el centro.



En esos últimos años de la década, el delegado de Tráfico, Joaquín Monterreal Alemán, se mostraba satisfecho de los avances realizados, sobre todo en el servicio de semáforos, al que se habían adaptado los ciudadanos después del desconcierto reinante en los primeros años. 



Fue en 1960 cuando en el ayuntamiento se planteó por primera vez la instalación de semáforos para dedicar a la guardia municipal a otros menesteres, iniciativa que no se pudo desarrollar debido a los escasos recursos económicos de los que disponían las arcas municipales. En el Pleno de marzo de 1967 se aprobó el proyecto definitivo para la instalación de los semáforos y en diciembre se iniciaron las obras con la apertura de las zanjas. El 20 de febrero de 1968, a las ocho y media de la noche, entraron en servicio los semáforos colocados en la Puerta de Purchena, todo un acontecimiento que fue presenciado por cientos de almerienses que no quisieron perderse el espectáculo. 


Los primeros meses de funcionamiento fueron una pesadilla, unas veces porque se averiaban los semáforos, otras porque no se sabían interpretar los colores o porque a los conductores se les olvidaba que había que respetar obligatoriamente las nuevas señales, que no estaban puestas de adorno.


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