El médico de Alboloduy que inventó el crecepelo

Mariano Blanes creyó haber descubierto la cura de la calvicie con su elixir Vincitor

Mariano Blanes Castell ejerció como médico de Alboloduy y fundó el Partido Republicano.
Mariano Blanes Castell ejerció como médico de Alboloduy y fundó el Partido Republicano.
Manuel León
23:21 • 14 may. 2022

Se llamaba Mariano Blanes Castell y lejos de ser un curalotodo, era un erudito, un hombre de ciencia. Nació en Alboloduy en la segunda mitad del siglo XIX, en las entrañas de una provincia subyugada al olvido, en un tiempo en el que solo uno de cada tres oriundos sabía leer y escribir; era un científico, digo, pero también un hijo de su tiempo en el que la superstición anidaba en los corazones. Era Mariano un médico, pero no uno cualquiera, no era el opinado galeno de pueblo, de pastilla y reposo. No, era atrevido, curioso, temerario. Y pensaba que podía hacer cosas grandes con sus ensayos de laboratorio. No era un doctor rural al uso, Mariano Blanes era algo más. Y tras dar con una fórmula magistral que patentó en colaboración con un laboratorio madrileño de la calle Carreteras en 1912 -el año del Titanic- el facultativo acelguero se puso a anunciar y a prescribir un regenerador y vigorizador del cabello denominado Vincitor.



Los anuncios del crecepelo inventado por el doctor almeriense de la musical Alboloduy aparecieron en la prensa nacional y en revistas ilustradas como Nuevo Mundo y Mundo Gráfico, llevando el nombre de su pueblo por toda España. “No hay rival en el mundo para Vincitor, el único método contra la calvicie y toda clase de enfermedades del cuero cabelludo, con estas gotas perfumadas, personas que perdieron el pelo, se encuentran hoy con un hermoso y abundante cabello, sin canas y sin caspa”.



Y añadía más el anuncio: “Yo, médico de Alboloduy, provincia de Almería, certifico que el enfermo que ha usado cuatro frascos de Vincitor tiene curada la tiña tonsurante habiéndose poblado de abundante pelo, que ya no nace blanco, sino de su color natural”. El frasco valía 30 pesetas, un potosí para la época. 



Sin embargo, al margen de este detalle exótico de su biografía, la vida de Mariano estuvo consagrada a cosas menos extravagantes. Por ejemplo, a la política y a un acendrado amor por esa tierra uvera y minera donde nació. 



Era hijo de Vicente Blanes Castillo y de Rita Castell  Guiart. Su padre  fue juez en  Morella, provincia de Castellón, pero regresó pronto a su pueblo. Miguel tuvo un hermano Antonio Blanes Castell, abogado y uno de los principales arietes del republicanismo almeriense, junto a Litrán, Rosendo Abad o el periodista Pepe Jesús García. Fue amigo personal de Nicolás Salmerón y de su hijo Francisco y fue el fundador del Partido Republicano en Alboloduy. Después, Antonio se trasladó a Almería y abrió despacho en la calle Javier Sanz. Fue concejal y fundador del periódico El Radical.






Mariano también fue un notorio activista republicano en la ribera del Andarax, además de sus trajines diarios como médico y su actividad como inventor de elixires para el cabello. Y colaboró en todas las iniciativas de mejora de infraestructura de la época para esos pueblos que vivían casi exclusivamente de la uva de barco y de las viñas.



Por eso, formó parte de la comisión que en 1917 fue a entrevistarse con Antonio Maura a Madrid para  pedir la mejora de la Carretera de los Imposibles, en el tramo que iba desde Alhabia a Gérgal, pasando por Asodux, Santa Cruz y Alboloduy. Su discurso ante el Gobierno era que con la ejecución de estos trabajo se daría ocupación a los obreros del distrito en una época de crisis como la de I Guerra Mundial, en la que muchos emigrantes se veían obligados a volver al pueblo por la falta de trabajo a nivel mundial.


La uva también sufría una dificultad espantosa por la guerra. No llegaban apenas barcos al puerto de Almería y en esas fechas de diciembre de 1917 se llegaron a acumular en el Muelle, bajo los tinglados, hasta 400.000 barriles de grape urcitana que se terminaron pudriendo y provocando la ruina de decenas de cosecheros, al no haber fletes ni seguros que cubrieran el viaje.


También se embarcó en la defensa de aquel sueño fallido del Ferrocarril Estratégico Zurgena-Torredelmar, diseñado por el ingeniero del Puerto de Almería Francisco Javier Cervantes.


Mariano fue también propietario de minas desde 1914 en el coto del Mencal, donde se extraían hematites, una mena muy valiosa del hierro para procesos industriales. El mineral se transportaba en caballerías a la estación de Alcubillas, en Gérgal, y de allí en ferrocarril hasta Almería. Al poco, Mariano vendió la mina del Cerro de las Cuevas al ingeniero José Molero Levenfeld, aunque la recuperó y se la traspasó a Luis Blanes Ibáñez quien la explotó hasta 1960.


Mariano tuvo otra hermana, Manuela Blanes Castell, que matrimonió con el propietario José de los Ríos Galindo, que fue alcalde del municipio acelguero y padre de una numerosa prole.


Mariano Blanes soñó con hacerse rico con ese crecepelo cuyo nombre apareció por toda España. Pero no llegó a tanto, aunque fuese en esa época en la que los periódicos estaban llenos de anuncios de embaucadores que prometían curar cualquier enfermedad, que buscaban un público supersticioso e ignorante, como aquel cirujano barbero de la novela de Noah Gordon, que en el estribo de su carromato vendía brebaje de pelo de murciélago para todo tipo de males. 


Aquí en Almería apareció el célebre médico loco, que tenía consulta en la Plaza Vieja, que se anunciaba presumiendo de haber sido encarcelado por crímenes horrendos y de salir inocente siempre. Frecuentaban las páginas de la prensa local anuncios como el del tónico Vino Pinedo, contra los eructos y la flacidez; el método casero del doctor Pericas para restablecer las quebraduras de testículos, sin braguero; el agua de Carabaña, antibiliosa y depurativa; el jarabe antiepiléptico Urgell, infalible; los emplastos del doctor Winter, contra lumbago y calambres; el tónico Koch contra el histerismo y la neurastenia, que corregía también las cabezas grandes, el encanijamiento y las piernas delgadas; el destructor de pelos en tres minutos de madame Kathyra de París; el elixir del doctor Bengué contra el reúma y la gota; el librito del señor Moorys de París, que enseñaba a poseer los secretos del amor, alejar la desgracia y ganar a la lotería. Si todo eso fallaba, siempre quedaba el tío del Susto de Garrucha, la Cachocha de Mojácar o el curandero de la Venta el Molinillo.



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