El televisor de la tienda de don Mario

En octubre de 1958 apareció en el escaparate de Bazar Almería la primera televisión

Don Mario Torres Gázquez.
Don Mario Torres Gázquez. La Voz
Eduardo de Vicente
20:59 • 03 may. 2022

Todavía no se había retirado del todo el verano cuando don Mario Torrees, el hombre de Bazar Almería, se atrevió a traer a la ciudad los primeros aparatos de televisión. Fue un atrevimiento porque su precio era inalcanzable para la mayoría de las familias y porque para qué queríamos una tele si no teníamos un poste que emitiera la señal con garantías. 



Entre el precio y lo que representaba, el primer televisor llegó rodeado de una aureola mística. La gente se pasaba por las tiendas de don Mario para contemplar con la boca abierta aquel invento que según contaba la prensa, te permitía ver lo que estaba pasando en esos momentos en la corrida de toros de Madrid o en el Santiago Bernabéu. 



El precio también era una locura. La primera tele que vino a Almería fue de la marca Telefunken, de cuarenta y tres centímetros de diagonal, y costaba 23.782,75 pesetas, una cantidad estratosférica teniendo en cuenta que el sueldo de un maestro de escuela, por poner un ejemplo, no llegaba ni a las dos mil pesetas mensuales a finales de los años cincuenta. Esto quiere decir que si un profesor hubiera querido comprarse una tele en aquel otoño del 58 tenía que haber estado ahorrando todo su sueldo durante más de un año.



El televisor se presentó en Almería como el último grito de la modernidad y como una rareza incomparable. El público iba a ver el aparato con la misma cara de sorpresa con la que se entraba a la atracción del hombre de las dos cabezas durante la feria.



Don Mario trajo dos televisores, uno de sobremesa y otro incorporado a un mueble consola, que costaba más de treinta mil pesetas. La tele era el futuro y poco a poco los precios fueron bajando hasta que a comienzos de los años sesenta se incorporaron de lleno al mercado las familias de la incipiente clase media y el admirado aparato fue llegando a las casas como uno más de la familia.



Cuando las televisiones se fueron apoderando de nuestros comedores, de nuestro tiempo libre y de la  vida familiar, surgió el problema de la maltrecha señal que nos llegaba. Si teníamos unas pésimas carreteras, si estábamos aislados del mundo, no podíamos soñar con poder ver la tele decentemente. En aquellos primeros años sesenta los almerienses tenían que padecer la defectuosa recepción de la señal que llegaba de la lejana sierra de Aitana, en la provincia de Alicante. Cuando el tiempo era favorable se podían ver las emisiones a medias, pero cuando se metía el viento de poniente la imagen se cortaba una y otra vez y si había tormenta nos quedábamos sin tele durante varios días. Ni el viejo truco de darle un golpe al aparato en el costado, como si tuviera tos, funcionaba cuando nos quedábamos sin señal.



Poco a poco fuimos mejorando y con el poste que colocaron en la sierra de Lújar, en Granada, la señal nos llegó más nítida y con menos interferencias. Estos avances se consolidaron a comienzos del año 1965 cuando se instalaron dos nuevos postes en la capital, uno en la boca del río y otro en el Cerro de San Cristóbal. La mejora de la señal trajo de la mano la revolución comercial que se esperaba y en apenas tres años, de 1965 a 1968, no hubo calle en Almería, por humilde que fuera, donde no apareciera una antena en la terraza anunciando aquel milagroso progreso.




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