La venta de La Viuda donde mataron a Grano de Oro

En su casona de la calle de la Rambla de Cuevas quedó su mesa llena de papeles y de borradores

La venta de la Viuda, que aún existe en la carretera N-340, en Sorbas; Miguel Flores González-Grano de Oro, con su bigote y barba característicos.
La venta de la Viuda, que aún existe en la carretera N-340, en Sorbas; Miguel Flores González-Grano de Oro, con su bigote y barba característicos.
Manuel León
09:07 • 01 may. 2022 / actualizado a las 09:13 • 01 may. 2022

Unos milicianos de Cuevas del Almanzora que iban camino de Almería pararon a tomar achicoria en la Venta de la Viuda de Sorbas y dejaron a un preso en el coche con las manos atadas. Era la madrugada oscura del 21 de septiembre de 1936,  pagaron la consumición al  posadero, José el Pajarillo, y al salir vieron que el prisionero intentaba desatarse la cuerda de las muñecas. Le abrieron tramposamente la puerta para que escapara y cuando Miguel salió corriendo como un torbellino, le dispararon por la espalda y lo abatieron, en un ejercicio de aplicación de la ley de fugas. Lo enterraron allí mismo con una pala y regresaron al Casino de Cuevas, sede del Comité, a dar cuenta del incidente con el recluso.



Ese Miguel era el literato e historiador Miguel Flores González-Grano de Oro, que dejó así la vida con 57 años producto, en un ejemplo paradigmático, como tantos otros, de la violencia estúpida de esas fechas cainitas. El asesinato de Miguel, del que nunca se volvió a escribir nada, como si una losa cayera sobre su memoria durante décadas enteras, no solo acabó con el hombre, sino que cercenó toda la obra fruto de su talento que estaba por venir y que ya nunca vino, cuando se hallaba en plena madurez intelectual. Empobreció las letras de esta provincia por que evitaron, esos tiros  traicioneros, en aquella noche asquerosa, que siguieran brotando cosas deliciosas de su pluma de escritor.



En su casona de la calle de la Rambla  de Cuevas quedó su mesa llena de papeles y de borradores de obras de teatro, quedó su piano que tocaba por las tardes, sus colecciones de armas antiguas, sus lienzos al óleo de tres mujeres bíblicas: Jezabel, la Reina de Saba y Séfora; quedó su habitación de cronista en el último piso llena de repisas con libros y cuadernos de notas con letra apresurada, entre ellos el de una incipiente Historia de Cuevas que ya nunca vio la luz de la imprenta, junto a la modesta cama de roble; quedaron allí también, sin que volvieran a ser frecuentados por el malogrado dueño, todos esos símbolos de su fecunda labor como escritor, hasta los posos del café en el fondo de la taza que sorbió por última vez para anestesiar la fatiga bajo la luz de la lamparita. Ya no volvió más ni a esa casa ni a ese pueblo, el cronista de Cuevas- el antecesor de esos otros Pedro Enrique Martínez y  Enrique Fernández Bolea más cercanos a nosotros- el autor polifacético que se había convertido en uno de los principales eruditos de la provincia del esparto y de la uva. Y cuya relevancia se hubiera multiplicado con los años si no hubieran mediado esos días de cólera que acabaron con su existencia. 



Tuvo Miguel Flores, el antepasado de ese otro Grano de Oro que fundó Los Puntos, una vida corta pero caudalosa, orientada siempre hacia la labor creativa, junto a otros paisanos ilustres como el poeta Sotomayor o el veratense Juan Cuadrado Ruiz o el periodista Juan Antonio Bernábé o el comediógrafo Juan Antonio Meca. Conoció también en su estancia en Madrid a Galdós y a los Hermanos Quintero. Y tuvo una gran alianza, con obras en común, con Joaquín Santisteban Delgado. Nació en 1879 en una familia acaudalada de los frondosos tiempos de los filones de la plata de Almagrera. Su padre era Baltasar Flores Bravo y su madre Nieves González-Grano de Oro Henríquez, y tuvo dos hermanos, José y Concha, que matrimonió con Luis Giménez Canga-Argüelles que fue diputado de la CEDA durante la República. Estudió para perito mercantil en Málaga, según narra Juan Grima cervantes en el estudio preliminar de una de sus obras, aunque sus verdaderas pasiones sensuales eran la literatura, la historia y su cuevanismo.



Miguel fue en su época juvenil un gran amigo de la actriz y directora teatral María Guerrero, a quien trajo en alguna ocasión al Teatro Echegaray de Cuevas, con la displicencia de su padre, socio de Luis Siret en la mina de Herrerías, que creía que su vástago no era capaz de sentar la cabeza y malgastaba la fortuna familiar. Los Grano de Oro se habían asentado en Cuevas del Almanzora en el siglo XVII y ostentaron la regiduría perpetua en la ciudad. Se asoció con uno de sus primos, Alfonso González-Grano de Oro, y crearon la sociedad Cinema Artística con la que arrendaron el teatro cuevano y después el Cervantes de Almería hasta los años 30, que convirtieron en el primer centro de espectáculos de la provincia, como ahora puede estar haciendo Curro Verdegay.  Su continuo dinamismo hizo que en los años 20 ya fuese Cronista de Cuevas y de Garrucha, presidente del Sindicato de Riegos, Correspondiente de la Academia de la Historia y  Miembro de la Comisión Provincial de Monumentos.  Formó también parte del Consejo Provincial de Agricultura, Teniente de Alcalde y fue profesor de la Escuela de Comercio. 



Legó artículos deliciosos como el de la estancia documentada de Miguel de Cervantes en el Almanzora como recaudador de impuestos o el del origen de la enemistad entre patanos (veratenses) y rabotes (cuevanos). Fue solterón toda su vida, aunque con noviazgos intermitentes como el de la  actriz Emilia Práxedes, y fueron símbolos de su fisonomía su bigote retorcido y su bombín.



Su obra fue fecunda publicando seis libros de historia local de Cuevas, Sorbas, Carboneras y Almería, varias obras de teatro como El té de doña Marcela o Las Mayas. También se atrevió con la zarzuela con La Alegría del Abuelo o Lo que manda Dios, además de innumerables crónicas periodísticas y fue un pionero de la historiografía local. Al empezar la Guerra, temiendo lo peor, se escondió en Las Herrerías, en el Cortijo de su amigo Adolfo Siret, pero una campesina que lo vio lo  denunció al Comité y fue apresado. 



Fueron acusados de su muerte en la Causa General los milicianos Bartolomé Campoy Rodríguez, alias el Pintao, Pedro Quesada Toledo y Martín Márquez Navarro, aunque éste último negó su participación en los hechos, según relata Antonio Llaguno Rojas, aunque fue fusilado junto a la tapia del cementerio de Almería al igual que Bartolomé Campoy. Pedro Quesada Toledo logró huir. 


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